¿Nada es lo que parece? A veces todo lo que nos contaron de generación en generación es como les gustaría que esos hechos fuesen así a quienes nos lo narraron. ¿Y si no fue tanto así? Después de este galimatías, deje que le cuente el porqué de estas afirmaciones y le invito a leer hasta el final esta crónica para entender lo que le estoy diciendo porque todo está relacionado.
Imagine las laderas del monte Benacantill sin edificios hasta la misma orilla del mar, tenía que ser extraordinario. Tumbado en la tierra, o sentado si lo prefiere y está más cómodo, mirando al Mediterráneo. En primera línea, se pusiera donde se pusiera. Recibiendo la brisa del mar en sus mejillas, moldeando sus cabellos, … Dejando que el sol curtiera su piel, mientras la imaginación y el reposo embriagan el cuerpo al recibir tan buenas sensaciones. Imagine que no está solo, que esto lo disfruta con la mejor compañía.
No es difícil escenificarlo en esta tierra agraciada con tan buen clima y con esa luz brillante e inmaculada que caracteriza a Alicante.
Ahora imaginemos eso mismo en el siglo XIII, con bosquecillos de pinos aquí y más allá, con huerta y el mar en el horizonte. Lejos de intrigas palaciegas, de campos de batalla, de discusiones y debates en la Corte, distanciados por unos días de casi todos y de casi todo. Unas vacaciones, vaya, que no hace falta darle tantas vueltas a las cosas, que estas lo eran tan necesarias antaño como ahora.
Después de batallar contra el infiel, el Rey se encontró con la Reina bajo la lona de su tienda. Antes se habían puesto guapos con sus mejores galas, poniéndolo todo de su parte para que el encuentro fuera fructífero en todos los sentidos, ya me entienden. El Rey guerrero acudía junto a su joven Reina. Ansiosa, inquieta, curiosa, ella quería saber de sus batallas. Quería que su bravo y admirado esposo le contara las intrigas de la Corte. A su vez, le decía al Rey su vida cotidiana, lo que hacía, las bondades del lugar donde se encontraban para disfrutar de todo. Al Rey le interesaba sólo la geografía, la del cuerpo de su amada. Olvidadas las penalidades del camino, la dureza de sus contiendas, sólo quería estar con su esposa y disfrutar de su juventud como ella disfrutaba de la suya.
¿Se lo imagina, sabe a quién me refiero? Él es Don Alfonso de Castilla, quien sería llamado el décimo y el Sabio, y ella Doña Violante. Con su matrimonio habían sellado unos largos años de paz entre las Coronas de Castilla y la de Aragón. D. Alfonso (1221-1284) era hijo del Rey Fernando III el Santo y de Beatriz de Suabia. Doña Violante (1236-1301), fue hija de Jaime I el Conquistador y de su segunda esposa Violante de Hungría. Estaban llamados a formar parte de la historia y encontraron un lugar de reposo en Alicante al que acudían cuando las obligaciones se lo permitían.
Según el cronista alicantino Francisco Figueras Pacheco, a partir del año 1251 fijaron en Alicante "su residencia de descanso y de recreo, especialmente para la esposa de D. Alfonso que no necesitaba ir constantemente de un lado para otro como su marido, cuidando de los menesteres de la paz y de la guerra". Este lugar no sería sólo bueno para el reposo, sino que lo fue fundamental para la consolidación de su matrimonio y de la monarquía castellana de entonces. Ya verán.
Doña Violante se casó muy joven con D. Alfonso, tenía tan sólo 10 añitos. "sabido es que la hija de D. Jaime, era una niña cuando contrajo matrimonio, aunque no lo fuera tanto como algunos cronistas supusieron. No había motivo, pues, para alarmarse, - manifiesta Figueras Pacheco - si no tenía frutos de bendición a los cuatro días de celebrarse las nupcias. Pero D. Alfonso, en cuyos esponsales quizá pesaron más las razones de Estado que las del amor, comenzaba a impacientarse que su tierna esposa no le diese un heredero tan pronto como el quisiera". Ya saben que las monarquías necesitan hijos para consolidar la descendencia y la Institución. Y Castilla también los necesitaba para evitar conflictos.
El Rey empezó a preocuparse, pero más lo hicieron sus consejeros y sus allegados. Los enredos, las intrigas, los recelos, los hay madre mía que la Reina no se queda embarazada, provocó la sospecha de que no podía tener hijos. En la Corte se impacientaban, la historia de la península ibérica estaba ya llena de conflictos por la falta de descendencia de un Rey. Sus consejeros decidieron buscar una Princesa para casarla con D. Alfonso después que este repudiara a su mujer. Qué mal suena esto. Sin que la Reina supiera nada, ya habría tiempo para contárselo más adelante, debieron pensar, se decidieron por la preciosa hija de un poderoso Rey del norte de Europa. Haakon Haakonson el Viejo, Rey de Noruega, tenía una hermosa hija de nombre Cristina. Una embajada castellana marchó a aquellas frías tierras y negociaron las condiciones para esta nueva boda (1257).
Cuenta la tradición que el rey noruego dio por hecho el divorcio de D. Alfonso con Doña Violante y accedió a ese casamiento. También convencieron a la princesa, quien quedó pronto prendada del Rey castellano, sin conocerlo, pero tanto bueno escuchó de él que se enamoró locamente de ese guerrero y culto hispano que sería su marido. El Rey noruego regaló a su hija un inmenso tesoro de joyas, objetos de oro, plata, y dispuso que el séquito que la acompañaría a Toledo para casarla con el Rey castellano estaría compuesto por cien nobles, caballeros y damas de alta alcurnia, además de "magnates y prelados", que irían en un gran barco construido para este viaje.
Después de su travesía por mar llegaron a Francia, que la atravesaron por tierra para entrar a Aragón por Gerona. Pasando por Barcelona, posteriormente llegaron a Burgos, y allí quedaron a la espera de recibir al mensajero real con las indicaciones de cuándo sería el encuentro entre la princesa y el rey, previa a la boda.
A todo esto, Doña Violante no sabía nada de su repudio. El Rey tendría que comunicarle que se divorciaba de ella para casarse con la noruega. Se lo diría en su residencia de reposo en Alicante. Allí fue el Rey dispuesto a comunicar a su mujer una decisión que tanto le había costado tomar y que había retrasado hasta el último momento. No podía esperar más, su pretendienta estaba en suelo castellano para casarse con él.
Don Alfonso había estado muchas veces antes en Alicante, primero para rendirla a los moros, después para pacificarla y repoblarla, así como para consagrar a la Virgen la mezquita de los árabes. Se fijó en Alicante, era una buena plaza que había que consolidar como cristiana, además de ser la salida natural de la meseta al Mediterráneo y de tener una situación geográfica y estratégica privilegiada con su castillo y con su puerto. La dotó de Fueros como a las más importantes poblaciones de su reino y le dio la importancia que necesitaba para crecer y prosperar cada vez más.
Don Alfonso llegó a su campamento en la ladera del Benacantil, extramuros de villa de Alicante. En un día tan precioso como aquél, nada presagiaba una catástrofe personal, un desenlace triste, la ruptura de su matrimonio por razones de Estado. En la tienda de la Reina, esta se había vestido de vivos colores. Sus ojos brillaban emocionados. Quizá temiera que de la boca de su amado salieran las palabras no deseadas de repudio que tanto se rumoreaba en la Corte. Se acercó al Rey, le abrazó, lo acercó a su pecho y le susurró al oído unas palabras que resultarían mágicas a su amado: estaba embarazada. El Rey la miró con los ojos llenos de lágrimas por la emoción, le besó y los dos se juntaron en un solo abrazo. Pronto corrió la noticia como la pólvora entre los vecinos del lugar. Desde entonces a esta zona se le llama el Pla del Bon Repós (buen reposo) y es el origen de un barrio del mismo nombre en Alicante.
¿Qué pasó con la princesa Cristina, que estaba esperando en Burgos a Don Alfonso para casarse con él? Se quedó compuesta y sin novio. Había que buscar una diplomática solución que no molestara al poderoso Rey noruego ni al abundante séquito que acompañaron a la Princesa a Castilla. No era tarea fácil. Menuda papeleta se les presentó a aquellos precipitados consejeros que se empeñaron en otra boda para el Rey Alfonso. Decidieron que la princesa Cristina había venido a Castilla a casarse con uno de los hermanos del Rey Alfonso X.
La princesa lo aceptó, no quiso volver a su tierra natal humillada y sin novio. Se casó con D. Felipe, Abad de Valladolid y Obispo electo de Sevilla, cargo al que tuvo que renunciar. ¿Fueron felices, cuando estaba previsto que se casara con un Rey y se casó con un Príncipe? Luego se lo cuento que hay un por qué insospechado en todo esto.
Esta historia la he escuchado muchas veces de personas que antes se lo contaron a ellas, y así sucesivamente una narración popular tras otra se convierte en verídica. En esto pensó Francisco Figueras Pacheco después de conocer la historia y de contarla, por lo que se puso a investigar este asunto para separar la verdad de la ficción. Llegó a las siguientes conclusiones que ahora les cuento.
Era necesario situar la escena en el sitio y en su momento, y dejar las conjeturas para la literatura. Vean. Supo de un importante documento que le iba a ayudar a dilucidar la veracidad de esta historia. En 1929 se celebró en Barcelona la Exposición Internacional presidida por otro Alfonso, el Rey Alfonso XIII. Para esta ocasión el Ministerio de Asuntos Exteriores noruego tradujo un pasaje de la historia del Rey Haakon escrita por el historiador escandinavo Sturla Tordarson (1265), contemporáneo de dicho Rey noruego y de los hechos acaecidos y contados en esa historia. En este texto se cuenta la visita de la embajada española que se reunió con el Rey Haakon de Noruega, así como del viaje de la princesa Cristina a España "para contraer matrimonio, y casó con el Rey Felipe de Castilla". Este historiador noruego sigue con su relato y manifiesta que "las bodas se celebrarían el domingo siguiente a la Pascua Florida. Cuando llegó esta fecha las bodas fueron celebradas con el mayor esplendor posible".
De las muchas visitas del Rey Alfonso X a Alicante hay una especialmente documentada: el 12 de enero de 1257. Ese día Don Alfonso firmó en Alicante un Privilegio concediendo los fueros y franquicias de los hijosdalgos de Toledo a los pobladores de Alicante que tuvieran caballos y armas o fuesen dueños de embarcaciones.
A su vez, se descubrió – en palabras de Figueras Pacheco - "la carta en que la Reina de Castilla envía a su padre el Rey Jaime I en la que bendice la tierra de Alicante porque en ella iba a ser madre. Fue dado a conocer por el Director del Museo Naval, Don Julio Guillén, en una conferencia pronunciada en el Ayuntamiento de Alicante" (1950).
Lo que no pasa de leyenda a realidad es que el Rey Alfonso X el sabio quisiera repudiar a Doña Violante porque no podía tener hijos ya que cuando la embajada española fue a solicitar al rey noruego Haakon la mano de su hija Cristina en 1257, la Reina de Castilla ya había tenido varios hijos: a su hija Berenguela (nació en 1253), a Beatriz (1254) y a Fernando de la Cerda (1255) (después de 1257 tuvo a 7 hijos más).
A su vez, la petición de mano era para enlazar a la princesa Cristina con un hermano del Rey Alfonso. Lo corrobora el historiador Tordarson, contemporáneo del Rey noruego y de los sucesos narrados, que dejó escrito en su crónica que los miembros de la embajada española "venían encargados de pedir al Rey Haakon la mano de la Princesa Cristina para un hermano del Rey de Castilla", añadiendo que "el Rey contestó prometiendo a los emisarios que enviaría a su hija, la doncella Cristina, a España, de acuerdo con los deseos expresados por el Rey en su mensaje, que la doncella iría a su país para elegir como esposo a aquél de los hermanos que fuese más del agrado de ella y de los principales hombres de su séquito".
Cuando la princesa Cristina y su séquito llegaron a Barcelona, fue recibida por el Rey Jaime I. Cuenta Tordarson que "salió el Rey de Aragón a caballo, con tres obispos, y un enorme ejército a su encuentro a cuatro leguas de la ciudad, prestándole gran homenaje. (…) y lo propio sucedió por todo el reino". No hubiera sido así si la Princesa Cristina viniera a casarse con Alfonso X después de haber repudiado a su hija Doña Violante. Jaime I no le hubiera hecho tanto agasajo, sino todo lo contrario.
De todo acontece como hechos ciertos, después de la investigación de Figueras Pacheco, que Don Alfonso no se propuso repudiar a Doña Violante; que la princesa Cristina de Noruega vino a Castilla a casarse con uno de los hermanos de Alfonso X, el que más le gustara, y fue así desde el principio; que el Bon Repós fue lugar de recreo y de reposo de los reyes donde la reina de Castilla concibió al menos su primera hija; que tuvieron muchos hijos y que Don Alfonso y Doña Violante fueron felices y comieron perdices, como manifiesta el dicho popular.
Pascual Rosser Limiñana