“Un periódico debe desafiar a sus lectores naturales y darles de vez en cuando un codazo". La frase la ha pronunciado Lionel Barber, ex editor de Financial Times en una entrevista concedida a El País. La conversación no es extensa, pero desvela alguna claves no solo de la profesión periodística, y de las empresas, sino también aplicables a un tiempo como éste, en plena pandemia, y tan cambiante. Miren si es cambiante, que las medidas restrictivas para evitar, o minimizar los efectos de una tercera ola, apenas duran semanas. En algunos casos, no llegan ni a los días.
Aunque con mucha diferencia, gobernar un periódico, como dice Barber, es como gobernar un número de anarquistas. Y lo mismo sucede con la sociedad: aunque la mayoría suele mostrar respeto y acatamiento de las medidas que dicta el Gobierno de turno, siempre habrá conciencias rebeldes que las desafiarán. Y de ahí las desobediencias y, por lo tanto, las sanciones.
La conversación entre Barber y el periodista Rafa de Miguel versa sobre la relación entre el periodismo y el poder. El periodista relata algunos ejemplos de cómo ha sido su relación con el poder establecido, el interno y el externo, y sobre todo, cómo fue la relación con los periodistas con los que trabajó. En otro artículo diferente al de la entrevista, Rafa de Miguel narra otros logros de Barber para llevar al Financial Times a una situación de fortaleza, de viabilidad económica y éxito de sus investigaciones: de dejar de ser un medio entregado a Tony Blair soportado por un dueño con muchos problemas a cambiar de dueño -lo compró el gigante japonés Nikkei- y convertirlo en un referente de la globalización. De Miguel relata tres ideas que le expuso el periodista que contribuyeron a su éxito: primero, transformar el periódico en un producto de calidad; segundo, no perder dinero, y tercero, asumir que el producto tiene un propietario al que hay que respetar, conocer y, sobre todo, evitar sorpresas.
Conseguir las tres cosas no es fácil. Yo añadiría una más: hay que conocer el mercado en el que te mueves y ser capaz de adaptarte a sus tendencias, y a sus demandas. Esto mismo vale para una empresa, y sobre todo periodística, que para un político. Y no hay que ser un lince para saber que quién mejor adaptación ha tenido a las circunstancias del momento, pues mejor sale, está saliendo o saldrá de esta crisis (más allá de los que no pueden por las restricciones impuestas).
De las tres recetas expuestas por Barber, yo me quedo con la última: conocer al propietario. Y añado, de mi propia cosecha, otra: el propietario, sea cual la empresa, también hay que exigirle que tenga claro donde quiere ir, más allá del lícito interés de obtener beneficios de su producción. Así que tan importante es conocer para quién trabajas, como exigirle que tenga una actitud prepositiva para alcanzar unos objetivos. Y, además, que tenga un plan para conseguirlo.
Y en este contexto, Barber sitúa, incluso asumiendo errores, por desprecio, por insensible o por superioridad, la independencia, en este caso, editorial, como el valor a preservar. Lo mismo podría decirse de una empresa convencional o de un partido político. Debes tener un producto bueno. La independencia te da libertad, o te da viabilidad, para criticar o asumir nuevos retos. Y todo ello, siguiendo una serie de cánones, como el rigor, adaptación a las nuevas formas de trabajo y, en el caso del periodismo, tener mano izquierda con el propietario, pero también en la gestión de cualquier grupo humano, el que sea, la militancia o los trabajadores de tu sociedad. Como dice Barber, el ordeno y mando ha desaparecido. Debes ser capaz de justificar todo lo que haces.
Lo de Barber no deja de ser una lección, que, como he dicho, vale para una empresa (periodística, o convencional), una ciudad o un partido político. La crisis del Covid ha abierto muchos debates: sobre la economía, sobre la viabilidad de las empresas o determinados negocios, sobre la política o sobre cómo deben ser las ciudades del futuro. Y se puede decir que las recetas sirven. Si no en el todo, para algunas partes del proceso, o incluso para revisar el proceso. Tener un producto de calidad; no perder dinero, conocer al propietario (y al mercado) y exigirle que tenga una hoja de ruta. Esa es la receta. Si durante la crisis hemos visto que una empresa falla en algo de esto (insisto, más allá de las afectadas por las restricciones sanitarias o de movilidad) es que algunos de los elementos no se cumple. Con las particularidades de cada mundo, el modelo sirve para otros y, lo más importante, incumbe a todos los que están en el proyecto, a los de arriba y a los de abajo. Pues de nada sirve que una empresa asuma cambios sin que sus trabajadores los acepten y contribuyan a ello, o que los cambios del mercado no alcancen a la cúpula de la empresa. Barber tuvo que lidiar con más de 500 anarquistas, y lo consiguió.
P.D. Esta semana se ha puesto fin a la edición del diario El Mundo en Alicante, donde trabajé más de 16 años de mi trayectoria profesional. Mi solidaridad y apoyo para los/as periodistas que estuvieron hasta el último día intentando hacer un periodismo digno y de calidad. También para otros que se vieron envueltos en la misma situación.