Toni Cantó desembarcó en la Comunitat Valenciana -estaba instalado en Madrid- con ganas de comerse el mundo. Confiaba en que las encuestas previas y posteriores a la moción de censura, con Ciudadanos desatado, le llevarían en voladas a la Presidència de la Generalitat. Pero las circunstancias desde diciembre de 2018 -cuando empezó a sonar con fuerza su nombre como presidenciable- hasta abril de 2019 cambiaron mucho, por no decir bastante, después, incluso de la contienda electoral de mayo.
Primero, apareció el fenómeno Vox, tras la irrupción en Andalucía, y comenzó a entender que en todo caso, si se daba la suma, y siempre con Cs por delante, pensaba él, habría que tragarse el sapo de Vox. Llegada la campaña de abril, y pese a que Albert Rivera no se prodigó mucho por éstas tierras -fue más Inés Arrimadas-, Cantó se subió a la ola de la marca, favorecida después por los debates televisivos: el votante de centro derecha, con mucha disciplina, votó dual y eso le vino muy al líder de Cs en la Comunitat: pues sin pisar muchos feudos, creció en escaños y le pisó los talones a Isabel Bonig. Los resultados fueron muy buenos, pese a que no se llegó a sumar.
Cantó hizo como los buenos entrenadores de fútbol: cambió al equipo de arriba abajo y puso a su gente de confianza en los puestos clave. Normal, cuando te juegas el bigote. Después vino la campaña municipal, donde Cs no ha tenido tanto protagonismo y cuyo futuro ha venido marcado por la política de pactos marcada desde Madrid. Siempre con el PP, con excepciones muy contadas, donde no se pudiera respaldar a alcaldables populares incompatibles con los candidatos de Cs y por las rencillas del pasado. Benejúzar y Sant Joan fueron las excepciones, aunque pudo haber más de no ser por la mano férrea de la organización (o de las presiones del propio PP, donde pudo y Cs se dejó).
Y desde el pasado junio, Cantó tiene que lidiar también con la gestión. Entre otras cosas porque quiere ejercer de líder, y a si lo ha querido. Tuteló el pacto con el PP en el Ayuntamiento de Alicante, y encabezó el de la Diputación Provincial, hasta que esta semana se la han jugado, con la elección de los asesores en la institución provincial. Cantó presentó una lista consensuada el viernes pero se la cambiaron el lunes por otra. ¿Traición? ¿Rebelión? Yo diría que bisoñez y, sobre todo, inexperiencia. Los políticos curtidos en esto de la política tradicional saben que los nombres de los asesores los nombra el portavoz, y ahí pecó Cantó de un pipiolismo evidente. Una cosa son los acuerdos entre los partidos, otra lo que dice el reglamento de las instituciones.
Pero más allá de este desliz, lo que demostrado la pugna de los asesores, es que Ciudadanos ya es un partido tradicional y casi convencional, de una verticalidad propia de PP y PSOE, donde existen bandos y lo más importante -y a lo que debe estar atento Cantó-: no está sólo y se ha demostrado que no tiene el control. Cs tiene barones, y visto lo visto, se deben respetar, cada uno con la fuerza e influencia que tenga. Posiblemente, el líder Cs responda. No me cabe duda. Y si lo hace, reforzará esta tesis. Bienvenidos.
El martes asistimos a un ejemplo que no suele cundir mucho en la vida política: que un cargo público pida disculpas por el retraso de una obra. Hablamos de la Oficina de Turismo de Alicante, que debe inaugurarse en breve en el flamante Paseo del Puerto, y del mea culpa entonado por el secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer por las dilaciones en su puesto en marcha No es el normal que se pida disculpas, primero, y máxime, si la responsabilidad es de un tercero, como en este caso es el contratista. Y sobre todo, si tus rivales políticos te han envuelto en un debate -patrocinado por los de siempre- para desgastarte y hacerte perder el tiempo (o hacerse respetar), cuando el proyecto -como apuntó el propio Colomer- había pasado controles de dos equipos de gobierno, tanto de políticos como de técnicos.