La Viena modernista, la de los edificios imperiales o la de los cafés reposados en cafeterías cuidadas tiene el contrapunto de los colores y las formas abstractas de Friedrich Stowasser, más conocido como Friedensreich Hundertwasser (1928-2000). Por ello, toca perderse por las calles de la ciudad para conocer la Viena vanguardista, la de Friedensreich Hundertwasser, nombre que él mismo ideó y que significa ‘Reino de la Paz con Cientos de Aguas’. Un artista multifacético (pintor, arquitecto, escritor, performer, diseñador de estampillas) que se caracteriza por el uso de colores brillantes, el rechazo a las líneas rectas y la presencia de la naturaleza.
Un artista que se asocia al modernismo de Antonio Gaudí (1852-1926) pero que, a diferencia de él, Hundertwasser en Viena está injustamente eclipsado por la emperatriz Sisí y Gustav Klimt, del que Hundertwasser toma referencias además de Egon Schiele. De ellos llegó a escribir "amo a Schiele, a Picasso, a Klee, y a sus semejantes…”. De Gaudí toma esa pasión por el color y las formas orgánicas, de ahí que también tildaran su arquitectura de caricaturesca y kitsch. Admiración a todos ellos que se entrevé en toda su obra, pero lo que le diferencia y hace único es su compromiso por el medioambiente, ideología que se filtra en todas sus creaciones artísticas.
El artista austríaco siempre concibió el diseño y la arquitectura como una forma del ser humano de relacionarse con la naturaleza. Por eso los colores vivos eran su única paleta, en sus fachadas y cubiertas crecía la vegetación y las formas curvas predominaban en todas sus creaciones —“los pisos curvos son una melodía para los pies”, decía—. Una forma de entender el arte y su función que se aprecia en el conjunto de viviendas Hundertwasserhaus, estructurado por él y planificado por el arquitecto Joseph Krawina.
Esta residencia se construyó entre 1983 y 1985 y está ubicada en Kegelgasse 34-38 en el distrito 3 de Viena. A pesar de ser un conjunto residencial privado, llegar hasta aquí merece la pena porque el edificio parece haber sido sacado de un cuento de hadas, con formas casi irreales. Y es que, su fachada se asemeja a un gran puzzle de colores y formas irregulares de aspecto algo infantil, ventanas de aberturas irregulares de las que se asoman las ramas de árboles y arbustos, convirtiéndose en un elemento más de diseño. Una manera de unir al ser humano y a la naturaleza que responde la filosofía de Hundertwasser: “Si el hombre es un huésped de la naturaleza debe aprender comportarse como un buen huésped”.
Muy cerca de la Hundertwasserhaus se encuentra la Hundertwasser Village, edificada entre 1990 y 1991 y concebida como un espacio de encuentro, con locales, negocios, y un bar para tomar algo. Un espacio donde la vegetación hace casi de techo y en el que sus icónicas columnas cobran más protagonismo, con colores y formas muy distintas entre sí. Una construcción en la que se percibe su rechazo a la línea recta, por considerarla una herramienta del diablo: “La línea recta es un peligro creado por el hombre, ya que es ajena a la naturaleza del hombre, de la vida, de toda la creación”.
Un edificio singular abierto al público, aunque es recomendable ir al lavabo —cuesta un euro— para ver hasta qué punto lleva su creatividad a la realidad, con formas y espejos que parecen sacados de Alicia en el País de las Maravillas.
La Kunst Haus Wien es en la actualidad el museo Hundertwasser. Por fuera, su fachada sigue la misma línea que el resto de sus edificios, pero aquí los colores predominantes son el blanco y el negro, como un tablero de ajedrez.
Un espacio en el que primero se profundiza en la figura de Friedrich Stowasser, cuya infancia la pasó en un continuo peligro: su madre, judía, decidió bautizarlo para salvarlo y lo alistó en las juventudes hitlerianas. A pesar de los horrores de la guerra y de ver cómo muchos miembros de su familia fueron víctimas del régimen de Hitler, desde niño dibujó y pintó paisajes con colores vibrantes, hermosos bosques y mundos paradisíacos. También se habla de sus influencias y de su activismo ecológico.
Como se puede observar, Hunderwatsser también desarrolló su faceta como pintor. Una vertiente en la que también predominan las espirales, símbolo con el que expresa su particular visión del mundo y su relación con la realidad exterior. Él tenía la convicción de que el ser humano estaba en el centro de esa espiral y éste se va relacionando con el entorno en diferentes capas y estratos. Así, creía que el hombre tiene tres pieles: su epidermis natural, su ropa y su casa.
Nunca antes una planta de incineración de residuos había causado tanta expectación y la excusa de coger el metro y dirigirse a Spittelau (distrito 9). Y es que, entre 1988 y 1997 Friedensreich Hundertwasser construyó este edificio que ya desde lejos se distingue gracias a esa enorme chimenea de 126 metros de altura con formas curvas y colores brillantes. Como en la Kunst Haus Wien, hay patrones de diseños ajedrezados blancos y negros, pero ahora se combinan con los amarillos, rojos o azules que rodean algunas de la ventanas.
Un conjunto que hace que tecnología, arte y ecología se unan pues gracias a la quema de estas basuras, Spittelau aporta a Viena la energía suficiente para el sistema de calefacción. De hecho, aceptó el proyecto con la condición de que la incineradora de Spittelau se convirtiera en la más moderna y limpia de toda Europa. Y así ha sido, además de ser la más original.
Cabe destacar que Hundertwasser no solo tiene presencia en Viena sino que diseñó y construyó más de treinta obras, incluyendo viviendas, museos, iglesias y jardines por todo el mundo y nunca cobró por sus diseños de arquitectura.