MADRID. Las tasas de inflación se han disparado en todo el mundo y las previsiones han aumentado considerablemente en los últimos meses. Estas perspectivas resultan preocupantes por tres motivos: los continuos problemas que experimentan las cadenas de suministro globales desde la pandemia, la invasión de Ucrania, que ha exacerbado el aumento de los precios de las materias primas y el hecho de que los mercados laborales vuelven a mostrar poder de fijación de precios.
Aunque se agradece que algunos de los principales bancos centrales del mundo hayan adoptado una postura más agresiva con respecto a la inflación, no debemos olvidar que parten de una posición extremadamente acomodaticia y que aún tendrá que pasar algún tiempo hasta que alcancen un tipo de interés neutral, incluso en Estados Unidos. Otros bancos centrales se encuentran aún más rezagados. Si echamos la vista atrás, observamos que la situación actual muestra similitudes preocupantes con otros periodos históricos de alta inflación.
Las políticas monetarias y fiscales siguen siendo muy expansivas, a pesar de que la inflación se sitúa en máximos de varias décadas. Tras preocuparnos durante años por las bajas tasas de inflación, puede que resulte difícil creer que algunas relaciones económicas históricas podrían estar tomando forma.
Aunque no pensamos que el mundo vaya a sufrir una crisis como la de la década de los setenta, sí opinamos que la inflación podría ser mucho más persistente de lo que se preveía. Esta tesis se ve reforzada por los propios intentos de los bancos centrales para medir la persistencia de la inflación. Por ejemplo, la 'inflación básica persistente' (core sticky inflation) que mide el Banco de la Reserva Federal de Atlanta ha alcanzado niveles que no veíamos desde los años noventa, por lo que quizás no sea fácil que la inflación regrese a los niveles previos a la pandemia.
David Hooker, gestor de Insight, parte de BNY Mellon Investment Management