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la tribuna del politólogo / OPINIÓN

Las tres izquierdas

17/04/2017 - 

Son malos tiempos para la izquierda tradicional. Creo que no descubro la fórmula del oro afirmando esto. Los partidos clásicos socialdemócratas están bastante hundidos desde hace años. No solo en España sino también en Europa e incluso en Estados Unidos.

Cuando todo va bien, la unidad siempre es más fácil de conseguir. Durante años disfrutaron de un dominio casi incontestable. Apenas tenían partidos alternativos que compitieran por su espacio político, y lograban ganar elecciones a los conservadores fácilmente. Hoy no.

Sin duda se han visto perjudicados por el auge del escepticismo y los extremismos, hasta el punto de pegarse unos batacazos electores impensables hasta hace bien poco. Y cuando gobiernan, cada vez en menos sitios, casi siempre es mediante alianzas ya sea con la izquierda radical o incluso con la derecha.

Esta situación ha conducido a una cierta fragmentación en la izquierda, que realmente siempre ha existido, pero que ahora se hace más evidente. A mi parecer, existen 3 maneras de entender “ser de izquierdas” hoy en día. Todas ellas las veo reflejadas en los candidatos a las primarias del PSOE. E incluso en las elecciones francesas de este próximo domingo.

Por un lado, tenemos esa izquierda muy próxima al liberalismo económico. Representada seguramente por el candidato Emmanuel Macron en Francia, y por Susana Díaz en España. Esos socialistas a los que no les importa practicar una política abiertamente de austeridad y recortes en época de crisis. Los del “corazón en la izquierda y el bolsillo a la derecha”.

Se trata de los socialdemócratas de la “gran coalición”. Los de Alemania, Austria o Irlanda que aceptaron apoyar a un presidente conservador y gobernar con ellos en coalición.

No me malinterpreten. Me gustan los pactos, y no soy partidario de la “política de bandos”. Por el contrario, soy de los que creo que la izquierda perfectamente puede pactar con la derecha. El problema es que muchos esperábamos que estos partidos socialdemócratas influyeran en sus gobiernos conservadores y los volvieran más sociales. Sin embargo, en la práctica no ha sido así. Más bien, han sido ellos los que se han dejado contagiar por el liberalismo de sus socios.

En el otro extremo, está la izquierda que cada día parece más desquiciada. La que ha caído tanto en la radicalidad, que ni siquiera se reconoce a si misma. Esa que con tal de ganar votantes no le importa coquetear con el nacionalismo, cuando ¿qué puede haber menos de izquierdas que levantar nuevas fronteras?

En Francia tengo claro que Jean-Luc Mélenchon es el candidato de esta izquierda tan acomplejada que no es ni siquiera incapaz de condenar dictaduras como Cuba, Venezuela, China, etc. En España, actualmente diría que es Pedro Sánchez quien representa a ese ala radical del PSOE. Si bien, creo que es por puro interés personal y eventual, pues cabe recordar que en su día firmó un acuerdo de investidura bastante liberal con Ciudadanos.

Y por último, tenemos la izquierda que no piensa que hacer política es debatir a gritos y lograr votos a base de generar tensión mediante populismo barato; pero que tampoco ha olvidado sus principios básicos de socialdemocracia para rendirse ante el liberalismo.

Me refiero a esa izquierda que no busca hacer de los grandes empresarios o de la UE los enemigos del estado, sino que identifica los muchos errores del sistema y aspira realmente a reformarlos sin echar todo por tierra. Esa que tiene la política social, ecologista e integradora como sus principales valores. La que no destruye, sino construye. Y lo hace sin venderse.

Creo que es evidente para el lector que yo me identifico más con esta tercera forma de entender la socialdemocracia. Por ello, si fuera francés mi voto este domingo sería para Benoît Hamon, y si fuera militante del PSOE optaría por Patxi López.

No obstante, me temo que actualmente las corrientes mayoritarias son las otras dos. Sinceramente, creo que todos estos socialistas se equivocan. Para que la izquierda vuelva a ser realmente útil a la sociedad no es necesario reinventarla. Más bien, necesita reencontrarse consigo misma.

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