La izquierda valenciana no estaba preparada para la derrota que sufrió en las elecciones del 28 de mayo. No contemplaban perder la Generalitat (y mucho menos perderla por una diferencia tan clara), ni desde luego perder dos diputaciones provinciales (como mucho atisbaban la posibilidad de perder la de Castellón, nunca la de Valencia), y sólo veían en disputa el ayuntamiento de València. Llegó la jornada electoral y la izquierda pasó de controlar casi todo el poder autonómico, provincial y municipal a perder todo el poder en las dos primeras instancias y buena parte del poder municipal. Hemos vuelto, a efectos de reparto del poder, a los viejos tiempos de la larga hegemonía del PP que precedió al paréntesis de ocho años del Botànic.
En la noche electoral, la sensación de "¿Qué ha pasado?" era casi unánime. Muchos le echaron la culpa a Pedro Sánchez y al "sanchismo", aunque la verdad es que la derrota fue clara en instancias muy diversas. La derecha valenciana, el PP y su socio necesario de Vox, venció sin aparente esfuerzo. Venció casi como por accidente, sin buscar vencer.
Por supuesto, una vez en la Generalitat, el PP está demostrando una gran capacidad de asentar esta hegemonía más o menos inesperada, pero que hunde sus raíces en décadas de desarrollo de un modelo económico y social afín a sus intereses y visión del mundo, que se ha implantado durante los mandatos electorales del PP y - lo que genera cierta estupefacción- también del PSPV. Una hegemonía mucho más transversal de lo que la izquierda querría pensar, y que podría llevar al PP a ser de nuevo ese "catch-all party", partido atrapalotodo que abarca desde la extrema derecha al centro izquierda y puede volver a generar mayorías que bordeen el 50% de los votos. O a eso aspiran a fuerza de dar guiños a la base social de la izquierda, revertir concesiones sanitarias con mucha más agilidad que lo que hizo el Botànic en sus ocho años, y hacer con tino populismo de redes sociales de un president, Carlos Mazón, afable y campechano, uno más, no como ese señor con ínfulas intelectuales que había antes (por supuesto, cuando estaba el señor de antes también caía más o menos bien a "la gente común", aunque luego no le votasen en la medida en que estaba previsto desde el PSPV y el entorno de Presidencia). Por si esto fuera poco, además hay un malvado presidente catalanista-sanchista en La Moncloa, un disparadero ideal para que el PP valenciano haga victimismo en sus más variadas formas.
Todo indica, en fin, que hay PP para rato. Y no sólo por las mencionadas circunstancias, sino porque, como suele ser habitual, la perspectiva de la izquierda, ahora en la oposición, no es nada ilusionante. La izquierda ha quedado descabezada, en el Ayuntamiento (donde el exalcalde apura sus últimos meses en la corporación municipal) y en la Comunitat Valenciana. Ximo Puig, el expresident, ha vivido esta semana la última parada de sus aspiraciones de poder continuar al frente del PSPV. Pedro Sánchez, en su estilo, ha dejado al PSPV donde estaba, con un ministerio, el de Diana Morant, ahora reagrupado con el de Universidades. Un ministerio de poca entidad y alta especialización (Ciencia y Universidades), que ha sido todo lo que ha caído al PSPV en la pedrea del Gobierno central.
Con ello, parece evidente que la sucesión de Puig está definitivamente abierta, pero da la sensación de que quienes aspiran a sucederle, al menos hoy por hoy (Carlos Fernández Bielsa, Alejandro Soler, la propia Diana Morant), no tienen entidad ni carisma para reagrupar a la izquierda y darle la vuelta a la tortilla electoral. Y es cierto que tampoco Puig tenía carisma cuando alcanzó la Generalitat. Pero no olvidemos que lo hizo en volandas merced al excelente resultado de Compromís y Mónica Oltra, quien obviamente sí tenía carisma, y a quien, desde su partido y desde sus "socios", se dejó caer con suma facilidad, a pesar de constituir no sólo el principal activo electoral de la izquierda, sino la vicepresidenta de la Generalitat.
Ahora Mónica Oltra está rehaciendo su carrera como abogada mientras espera a que algún día el juez tenga a bien finalizar la instrucción de su caso, y no parece que en lontananza la izquierda cuente con activos remotamente comparables al tirón electoral que tuvo la exvicepresidenta. Ni en el PSPV ni en Compromís, no digamos en lo que quede de Unidas Podemos, se atisba nada ilusionante para los votantes de las izquierdas. No lo hay, porque la izquierda aún está digiriendo la derrota, pero también porque se acomodó en los años del Botànic y dio por supuestas cosas que sólo estaban en su imaginación (como "con gestionar bien ya nos salen las cuentas", y también habría mucho que decir al respecto de qué significa "gestionar bien").
No sería extraño, vistos los antecedentes, que también se acomodasen en la oposición, una vez asimilada la derrota y lo que implica en términos de colocación de personas que ya no pueden estar en administraciones públicas que ahora gestionan otros. Después de todo, gestionar la miseria, las migajas, tampoco está tan mal, sobre todo si es tu facción la que controla las migajas más suculentas. Y eso de gestionar, pues que lo haga el PP. Así se pasó el PSPV veinte largos años (24 en el ayuntamiento de València), y tan felices. Como además ahora la derrota ha sido mucho más inesperada que en 1995, ha sido "injusta" (¡con lo bien que gestionamos!), pues con más motivo.