socialmente inquieto / OPINIÓN

Las extraordinarias peripecias del Indiano

24/01/2022 - 

Le pusieron el apodo de “el Indiano”, aunque podían haberlo llamado de muchas otras maneras por su espíritu aventurero y emprendedor. Hizo las Américas, vaya si las hizo. Casó bien, consiguió lo que ahora se llama un braguetazo. Ya me entiende. Con su don de gentes embaucó y se dejó embaucar, se enriqueció y cuando pensó que ya era hora de volver a la patria, lo hizo con los bolsillos llenos. Y en Alicante no estuvo quieto, vaya que no.

Fue terrateniente en aquella orilla y en esta, cultivó en el cafetal de su mujer y criaron caballos cuando tuvieron que cambiar de actividad, más adelante ya verá el motivo. Volvió a Alicante con familia. Y con posibilidades de emprender, con ganas de socializar, con tiempo para invertir y construir emblemáticos inmuebles de los que algunos aún hoy están en pie, altaneros y orgullosos por el paso del tiempo. Fue empresario, banquero, uno de los promotores del ferrocarril con Madrid y Murcia, compró grandes propiedades de la huerta alicantina, colaboró en traer agua de Sax para la ciudad, fue alcalde, mecenas y filántropo, además de participar de las actividades culturales de Alicante. 

Me refiero a José Gabriel Amérigo Morales. Nació el 18 de marzo de 1807. Es una de esas personas que bien podría ser el protagonista de una de las novelas de Julia Navarro, María Dueñas o Arturo Pérez Reverte donde sus personajes viajan mientras se desarrolla la acción haciendo más interesante el relato y las muchas peripecias en las que participan.

Para darle más información de su perfil, permita que empiece contándole desde el principio, o al menos desde que cruzó el “charco”, embarcado en uno de esos buques lentos que cruzaban el Atlántico. Durante la travesía le dio tiempo de ampliar relaciones. Me lo imagino cortés, charlatán, incluso gracioso, hablando por los codos de todo, aunque sin conocer de casi de nada. En los salones de baile o de juego, en el comedor, en la cafetería, incluso en cubierta, cualquier sitio era bueno para hacer nuevos amigos. Haciéndose querer y aprovechando la información de cualquier oportunidad para emprender. Las ganas de triunfar le animaban a no quedarse callado, a aparentar un talento especial. Y debía tenerlo para alcanzar todo lo que consiguió. Hizo de sí mismo una historia de película. Vea.

En La Habana se mezcló en diversos ambientes de comerciantes y terratenientes. Conoció a quien iba a ser su esposa, hija de colonos franceses que habían invertido en Cuba comprando tierras en Matanzas donde fundaron el Cafetal La Dionisia. Ella se llamaba Josefa Magdalena Rouviere Giraud, nacida en Savannah, ciudad norteamericana de Georgia, el 12 de mayo de 1811. Cuando murieron sus padres, lo heredó todo su hermano primogénito, pero fue generoso por lo que cedió La Dionisia a Josefa y a dos de sus hermanos (1836). Era un negocio próspero que se podía compartir entre varios miembros de una misma familia. 

Fruto de su matrimonio, José Gabriel y Josefa tuvieron varios hijos nacidos en Cuba: Josefa (1839) y Federico (1841). Todo funcionaba a la perfección, la familia crecía, el negocio era boyante. Hasta que dejó de serlo por la caída del precio del café durante la década de 1840. Tenían que reinventarse, diversificar sus actividades empresariales, invertir en otros sectores. Fue cuando se dedicaron también a la cría de caballos. Pero ya no era lo mismo.

 

Por entonces Amérigo decide regresar a la patria con su familia. Era 1847. Por esa época nace su hijo Gabriel. Cuando desembarcaron en el puerto de Alicante su equipaje era cono el de un marajá asiático, enorme y voluminoso. Sus baúles estaban llenos, además, de experiencias y recuerdos de aquellos años en Cuba. Les esperaba una nueva vida. Se instalaron en una casa de la calle Mayor, nº 3. En ella nacieron sus hijos Alfredo (1851) y Victorina (1853). 

En Alicante se encontró cómodo y seguro. Se relacionó bien, en 1849 fue nombrado regidor, cargo que dejó durante ese año para llevar el Consulado de Venezuela en Valencia. Se dejó aconsejar comprando propiedades de diversa importancia. En 1850 era uno de los propietarios más importantes de la ciudad de Alicante. La rumorología popular decía que en cada calle había una casa del Sr. Amérigo. 

Estaba bien informado y aprovechaba las mejores oportunidades. Como esta. Cuando el Ayuntamiento de Alicante decidió demoler en 1851 el viejo convento de los dominicos y la iglesia colindante ubicados en la calle Mayor, Jose Gabriel compró el solar donde construyó - dos años después - una casa palacio con fachadas a la calle Mayor y a Princesa (actual calle Rafael Altamira) con un pasaje debajo que atravesaba el inmueble y lo enlazaba con ambas calles. Amérigo y su familia ocuparon los pisos de la zona más noble del edificio, y los demás los alquiló. En 1851 fue elegido regidor de la ciudad (también en 1863).

Su inquietud no tenía límites. Si emprendía nuevas iniciativas que serían buenas para Alicante, también lo serían para él y sus negocios. Por esto, en 1850 participó en el comité para traer el ferrocarril a Alicante desde Madrid. En 1853 ya era miembro de la Junta Provisional de Gobierno de la sociedad anónima para la construcción del ferrocarril de Alicante a Almansa. 

Aprovechó la desamortización de Madoz (1855) para comprar diversas propiedades como la Quinta El Hostalet en la Condomina y una finca en San Blas. En la primera fundó una fábrica de conservas, la segunda la alquiló para la instalación de una fábrica de cal hidráulica. 

De ideología conservadora, fue el primer Alcalde alicantino después del bienio progresista (1856). Ocupó de nuevo este cargo en marzo de 1875 después de la restauración monárquica. 

Fue también banquero. Abrió una Sucursal del Banco de España en el Pasaje Amérigo (1858) que dirigió hasta 1862. A su vez, en 1877 fue nombrado miembro del Consejo de Administración de la Caja Especial de Ahorros de Alicante. 

La capital alicantina siempre fue una ciudad sedienta. Amérigo vio en esto otra oportunidad al considerar que era un buen negocio suministrar agua a la ciudad. Como Presidente de la Sociedad Nuestra Señora de los Remedios llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento (1867) para suministrar 600.000 litros de agua al día. En 1872 creó Canal de Alicante con el mismo fin. 

También fue filántropo con diversas acciones sociales y solidarias como cuando formó parte de la Junta de Beneficencia para atender a los damnificados por los huracanes y terremotos en Filipinas y Puerto Rico (1868), o la restauración de la ermita de San Roque (1875) a cuya reinauguración acudió con la indumentaria de Caballero Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica.

No acaba aquí su historia. Algún día volveré a contarles pormenores de este inquieto miembro de la sociedad alicantina. Pues eso. 

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