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la yoyoba / OPINIÓN

Las edades tramposas

13/04/2018 - 

La vida está llena de paradojas. Vivimos más tiempo pero se nos considera viejos cada vez más pronto. Parece un sinsentido demográfico. Y lo es. El alargamiento de la esperanza de vida, el acceso prematuro al uso de las tecnologías, la precariedad social que han traído consigo la crisis económica y las reformas laborales han puesto patas arriba las tradicionales etapas de la vida. La minoría de edad real perdura hasta que accedemos al mercado laboral que nos convierte en personas adultas con responsabilidades fiscales. Mientras, seguimos atados a la paga semanal y los potajes de mamá. 

Las madres ya no saben qué hacer para que su prole se emancipe y ganar una habitación más para la casa. Una habitación propia, una sala de costura o un gimnasio doméstico, qué más da. La edad media para conseguir el primer empleo se sitúa en los 23 años, pero eso son solo datos estadísticos. El período de la juventud se ha ampliado hasta los 30 años o más. La cosa está tan cruda que ya se puede ser becario a cualquier edad. 

Nos casamos con 36,3 tacos y nos estrenamos en la maternidad en torno a los 32 años. Con esta radiografía social, parece lógico que también se retrase el período de la vejez al mismo tiempo que la edad de jubilación. Pero justo aquí reside la paradoja con la que empezaba esta columna. En lo de jubilarnos más tarde hay un cierto consenso entre el gobierno y la patronal, pero a partir de los 50 ya nos quieren expulsar del mundo laboral. Como hayamos tenido la mala suerte de perder el empleo en esta edad que vivimos peligrosamente, ya puedes peregrinar de rodillas a ver si la Santa Faz hace un milagro. 

Según un informe de Adecco, apenas el 0,5% de las ofertas de trabajo van dirigidas al colectivo mayor de 55 años y solo un 6,1% para los que se sitúan en la franja de entre 45 y 54. Es todo tan friki que las mujeres podemos parir a esa edad pero ya no podemos presentar un telediario. Por lo visto, la televisión contiene unos “radicales libres” que aceleran el envejecimiento femenino. Los hombres, sin embargo, son inmunes a esta rara enfermedad que discrimina por sexos. 

Hace unos días, la asociación Clásicas y Modernas organizó una mesa redonda sobre la presencia de las mujeres en los medios de comunicación a la que asistieron prestigiosas periodistas que ya no cumplirán los 40. Entre muchos otros aspectos discriminatorios congénitos que padecemos por haber nacido con pechos y vagina, las periodistas televisivas han de lidiar con la jubilación prematura de las pantallas. Sus compañeros varones pueden lucir sus años, sus canas, arrugas, barbas, gafas y hasta kilos de más. Ellas, sin embargo, deben acreditar su profesionalidad pero también su juventud, su piel tersa, su belleza, su delgadez y una agilidad innata para pasearse por el plató subidas en tacones de muchos centímetros. Yo creo que deberían cobrar más porque se les exige mucho. Para ellas, los títulos, los másteres y la experiencia profesional sirven de poco si no pueden acreditar un cuerpo danone. Y si no, que le pregunten a Olga Viza, a María Rey, a Angels Barceló, a María Escario

Ana Blanco es un fallo del sistema a la que hay que conservar como una reliquia. Pues todo esto sigue siendo una tremenda paradoja porque la edad media de la audiencia televisiva no para de subir y ya supera los 50. A este paso, las noticias en televisión nos las van a dar nuestros coetáneos junto con nuestras nietas. 

Como decía la diputada constituyente, María Izquierdo, en el Intermedio: “Me he pasado 50 años discriminada por ser mujer y ahora también me discriminan por ser mayor”. Nada más que añadir, señorías. 


@layoyoba

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