VALÈNCIA. La revista estadounidense Rolling Stone ha publicado una ambiciosa lista de las 100 mejores series de la historia. La primera es, evidentemente, Los Soprano. Poco que objetar. Podríamos decir que incluso es una serie mejor que su público. Aquí, cuando leímos el libro que entraba al detalle de todos los símbolos, guiños y metáforas que desfilaron por sus ochenta y pico capítulos llegamos a sentirnos poco inteligentes. Lo curioso es que es una serie muy malinterpretada. El público se enamoró del protagonista, que era un individuo deleznable, y en las últimas temporadas se hizo evidente que se acentuó su faceta repugnante para sacudirse ese pringoso cariño, aunque posiblemente no tuvieran éxito. Entretanto, hay por ahí gente que opina que se humanizó a un mafioso por el hecho de mostrar su vida ordinaria, pero si algo destacaba de Tony era su mediocridad y miseria. Quizá esa gente se viera reflejada en él. No olvidemos que lo único que impide que mucha gente saque sus instintos criminales y asesinos es la ley.
En el número dos, vienen Los Simpson. Lógico y normal, Matt Groening creó un universo en un pequeño pueblo. Hay escenas de Los Simpson para prácticamente cualquier situación que se planteé en la vida. En esta casa, cierto es, preferimos Futurama. Sin excluirse entre sí, la serie del espacio era mucho más original, muy singular, muy especial, e igualmente cafre en su humor supuestamente blanco.
En el número tres, empiezan los problemas: Breaking Bad. Disparatada historia a modo de western, partía de una idea muy de moda en su tiempo, el what if. En este caso, qué pasaría si un químico padre de familia se pone a fabricar metanfetamina con sus conocimientos. Hubo otras similares, Weeds, con una mujer de clase media que había enviudado y tenía que "bajar" a esas prácticas. Hung, sobre un entrenador de baloncesto que no le queda más remedio que prostituirse. En realidad, el miedito de la clase media de tener que vérselas en los negociados de la clase baja. Vaya por delante que la conexión de Breaking Bad con su público fue absoluta y para eso está la televisión, para vender, así que en ese sentido obviamente es de las mejores de todos los tiempos, pero lo de la tercera mejor, na...
Sobre todo porque la ponen por delante de The Wire. Aquí no nos duelen prendas si hay que decir que David Simon está en declive pero su enfoque poliédrico de la problemática del tráfico y consumo de drogas en Baltimore está a años luz de Walter White y compañía. Podríamos decir que la última trama de la quinta temporada era una charlotada y que Simon pecaba de ambigüedad estética a la hora de denunciar, pero esa serie corre por las venas. Pocas veces habrá habido nada más adictivo y emocionante.
Inexplicablemente, Fleabag está en quinto lugar. Por delante de Seinfeld, sexta. En el séptimo llega Mad Men, al menos la han puesto entre las diez mejores. La serie más feminista de todos los tiempos tenía a un hombre como protagonista, pero había que verle al jambo, epítome y máximo exponente de la inabarcable e insondable estupidez masculina. Aparte, la serie mostraba las diferencias del mundo Antes de los 60 y Después de los 60, que pudo cambiar más que Antes de Cristo y Después de Cristo. Como en Los Soprano, de donde venía Matthew Weiner, su creador, no se daba puntada sin hilo y todas las tramas secundarias ofrecían enseñanzas para toda la vida. Además, sin escenas efectistas, la forma de Betty Draper de enfrentarse a la muerte es posiblemente lo más emocionante y desgarrador que haya podido experimentar un espectador en lo que llevamos de siglo XXI.
En el octavo, Cheers. En el noveno puesto sorprende también Atlanta. Hay que irse al undécimo para encontrar Succession. Por delante de The twilight zone, que es ambrosía, así como sus derivadas de capítulos de cuentos e historietas autoconclusivos, mención especial para la aportación británica Inside Nº9. Luego sigue Veep en el decimotercero y The Americans en el decimocuarto... y a partir de ahí, lo reseñable es dónde mete las demás. Por ejemplo, Star Trek, en el 22. Habrá quien piense que esta serie era una parida, pero el concepto que tenía de comunidad diversa abogando por el imperio de la ley tenía mucha enjundia para politólogos, aunque hoy, en épocas donde los jóvenes lo que más valoran en sus vidas es "la identidad", el planteamiento se ha quedado viejo en fondo y forma. Mucho mejor si el Enterprise hubiese ido por ahí destruyendo todo a su paso para que, en cada planeta, hubiese una sola etnia. Todo ordenadito, como le gusta a la gente con problemas de ansiedad e inseguridad.
Me llama la atención que Juego de Tronos aparezca el 31. A mí no me gustó esta serie, pero si metes al de la metanfetamina de tercero, qué menos que subir este teatrillo con la que HBO traicionó sus supuestos principios -hay gente por ahí que se cree que a HBO solo le interesaba la calidad, no el dinero, que dios los guarde muchos años-. Es obvio que esta serie logró una conexión con el público bestial, daba vergüenza decir que no la estabas viendo. Eso solo se puede denominar éxito y de éxito debería tratarse. Lo que es un desparrame es que en el 32 esté Better Call Saul, que es reiterativa e intrascendente como ella sola, de no ser por el personaje de Mike Ehmantraut. De hecho, se podría definir esta serie como lo que pasa mientras esperas a que Mike aparezca en pantalla. En el 33, ponen Monty Python. Hace gracia la desconsideración. Como poner la Office estadounidense y reconocer que la británica era más consistente, pero que te da igual.
En el 35, la odiosa Perdidos, que se hizo famosa porque la gente no decía por dónde iba, sino donde la había dejado. Hay que reconocer, de todos modos, que esa época, cuando dominaban los Wire y Soprano, que este engendro se convirtiera en lo más popular tuvo mérito. Especialmente, porque después de ella las series con guiones cuidados y ambiciosos empezaron a declinar. A Larry David lo meten en el 39, a Friends en el 49, South Park en el 63 y The Crown, 88. No aparecen, qué sé yo, The IT Crowd o The Thick of it, ni el recadito que le dejaba a los estadounidenses Luca Guadagnino, una serie de cargas de profundidad que pasaron sin provocar a nadie en We are who we are.
Sin embargo, lo más grave son dos detalles. Uno, dejar fuera A dos metros bajo tierra. La de Alan Ball debería estar entre las cuatro primeras con Soprano, Wire y Mad Men. Todas ellas representan un modelo de serie que ya no existe ni parece que pueda existir, no lo respaldan las audiencias que se buscan. Casi, casi, el último exponente es Succession. Es de este mismo autor, Jesse Armstrong, una de las mejores comedias de la historia, Peep Show. Trataba del naufragio de la Generación X, la que ahora domina el mercado cultural al tratarse de la franja de población más amplia, al menos en España. Sin duda alguna, la que cayó en el fenómeno de las series como quien se zambulle en la piscina.