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al otro lado de la colina / OPINIÓN

La revolución del sentido común de Trump

Foto: EFE/EPA/AARON SCHWARTZ
23/01/2025 - 

Me van a permitir que realice un ejercicio de historia o ciencia ficción, que no se muy bien si va a ser distópico o utópico, sobre el recién inaugurado mandato de Donald J. Trump, 47º presidente de los Estados Unidos de América, por goleada en voto popular, a pesar de los juicios, del establishment, del artisteo de Hollywood... y, sobre todo, casi milagrosamente, a pesar de los atentados contra su vida.

Porque realizar una previsión o pronostico razonable, alrededor del personaje en cuestión, don Make America Great Again -MAGA- (Haz America grande de nuevo), es una misión casi casi imposible. Desde luego, esta toma de posesión presidencial ha tenido una inmensa expectación, que no se yo si será de tanto nivel como aquel acontecimiento histórico planetario que sería la coincidencia de Zapatero y Obama, que pronosticó la exministra Leire Pajín, transitoriamente colocada en cargos internacionales en el entorno de la ONU, hasta  disfrutar del anhelado asiento en el cada vez más concurrido (casi milenario) Europarlamento. ¡Vivan las puertas giratorias!

En primer lugar, Trump es un producto de nuestro tiempo donde los sentimientos se imponen a lo racional y donde el espectáculo ya sea televisivo, TikTok, X, instagram o el formato que sea (y del cual el presidente USA sabe mucho, mucho, mucho) domina a cualquier otra actividad humana, sea científica, académica o de cualquier otro tipo; su actuación, nunca mejor dicho, presidencial va a dejar tardes de gloria y promete dejar una gran impronta, porque ya en su discurso de investidura ha anunciado la "revolución del sentido común". Y qué es lo que el presidente Trump intenta cambiar o revolucionar, otra cosa es que lo logre; pues, para no extenderme en exceso de este formato periodístico, trataría dos aspectos, el ideológico y el geopolítico.

En el plano ideológico, tras el fin de la Guerra Fría y la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a los defensores del muro, en este caso de Berlín, pues hay otros muchos muros que se siguen levantando para separar, se les acabó (en parte) el pretexto de la lucha de clases y tuvieron que sustituirlo, en aras de atacar a la civilización Occidental -Grecia, Roma y cristiandad-, con la lucha de géneros, la cancelación y la cultura woke, como una forma de dividir la sociedad, en mujeres y hombres, buenas y malos, inclusivos y machirulos, ecosostenibles y negacionistas, etc. Pues algunos parece que están más cómodos o les conviene más que haya tensión en la política y la sociedad, como dijo en su día J. L. R. Zapatero, en lugar del deseable sosiego y armonía social. Frente a estos auténticos negacionistas de la cultura Occidental, Trump propone la revolución del sentido común, donde las indentidades sexuales/género no se basan en sentimientos, sino en la biología del xx y xy, mujer y hombre, volviendo en general a los valores tradicionales occidentales, en lo que parece la clásica reacción Termidoriana.

En el amplio concepto de la Geopolítica, en la fase final (la actual) del Globalismo, estamos en pleno debilitamiento de los Estados democráticos sociales y de Derecho; donde el Estado proporciona menos seguridad que antes y sus fronteras se vuelven permeables como en la Roma decadente del fin del Imperio; las democracias se tambalean por la corrupción de su clase política y la manipulación mediática; la clase media se proletariza y los obreros se empobrecen (las rentas del capital se incrementan a costa de las del trabajo); y la seguridad jurídica del Estado de Derecho se resquebraja con indultos y amnistías, como los que acaba de dar preventivamente a su familia, Joe Biden, como tantos otros dirigentes en el resto de Occidente.

Frente a este Globalismo, dirigido por ese nuevo estamento nobiliario de privilegiados que representan las grandes corporaciones, multinacionales y organizaciones internacionales que juegan con sus propias reglas y normas con la complicidad (algo sorprendente) de la izquierda woke, se alzan un grupo de personas que se autodenominan patriotas o soberanistas y que otros -los políticamente correctos- denominan desde ultras y extremistas hasta fascistas y nazis. La mayoría de estos outsiders de la política tienen a Trump casi como a un Dios y a Miley como su profeta, y parece que pretenden recobrar un Orden Mundial basado más en los Estados y menos en el Multilateralismo, que me recuerda a las disputas en la creación de la Unión Europea del socialista francés Jacques Delors a favor del federalismo (más bien lobbismo) de Bruselas, frente a la inglesa Margaret Thatcher, que defendía posiciones más democráticas y defensoras de la soberanía nacional de los Estados. Trump ha sabido leer entrelineas la situación, y ha tenido entre sus seguidores un grandísimo número de obreros y profesionales norteamericanos perjudicados por los efectos de la deslocalización económica provocada por la Globalización.

Por otra parte, otra incógnita, tras la crisis del 2008 de las subprime y los desaciertos estratégicos de Obama, de aquello polvos estos lodos, será la disputa por el liderazgo mundial, en esta segunda Guerra Fría que vivimos, con el pulso entre una confederación de comerciantes -Occidente- contra los imperios centrales de China y Rusia, y que, de forma bélica se juega/enfrenta en dos tableros, Ucrania e Israel, en los que Trump quiere poner fin a esa dialéctica de la guerra. Y eso parece que a algunos les molesta, y mucho.

El primero, la guerra en el Este de Europa, cuestiones y razones inmediatas y mediáticas aparte, ha servido a los norteamericanos para que la mayoría de los dirigentes europeos que conforman el gobierno-Comisión Europea del PP-PSOE, hayan pasado, de reclamar y trabajar (aparentemente) por la independencia estratégica de la Unión, a cambiar a posiciones de casi obediencia o lealtad mal entendida respecto al Tío Sam, suplicando casi que Washington siga comprometido con nuestra Defensa, pagando nuestra factura de Seguridad (que jamás resulta gratis), por el miedo al oso ruso que nos muestran llamando a nuestras fronteras; y así, de paso, aprovechar y ponernos firmes frente a la verdadera amenaza, China, esa versión 2.0 de regímenes Nacional-Socialistas de antaño, y con la que esperemos nunca se produzca una escalada, producto de la Trampa de Tucídides, porque piedras en el camino existen, y muchas, por ejemplo Taiwán.

Por otra parte, en el conflicto del Oriente Medio convergen, al menos, tres derivadas: la primera la global con el enfrentamiento Este-Oeste, ergo USA/UE-China/Rusia; la segunda, la regional con la lucha entre chiíes contra sunníes, ergo Irán-Arabia Saudí, y la tercera, la local con los Palestinos contra Israel, por lo que los anhelos de paz de Donald Trump son complicados de plasmar. Aunque ya saben que su influencia se ha dejado ya sentir en el logro de la última tregua, firmada entre los terroristas de Hamas y el gobierno de Netanyahu. De este alto el fuego, que a corto plazo produce beneficios como la liberación de tres secuestradas (de los casi 100 que aún retienen los terroristas), poco se puede esperar a medio y largo plazo, porque de los terroristas, recuerden las treguas trampa de ETA que sufrimos en España, sólo se puede esperar el mal. Un dato: ya están pidiendo que los palestinos contraataquen en Cisjordania contra los soldados israelíes, con lo cual, pocas esperanzas podemos tener respecto a los deseos de paz de estos terroristas; por lo tanto, la violencia, tristemente antes que después, volverá al espacio gazatí, y tengan claro que en ese caso, Trump estará del lado de la única democracia en el Oriente Medio, Israel. Pues recuerden que bajo su administración se lograron los Acuerdos Abraham, una importante aproximación del mundo árabe hacia Israel para normalizar las relaciones, y llevar la paz a Tierra Santa, dinámica que cortó Hamas e Irán con los ataques del 7 de octubre de 2023.

Podríamos seguir analizando conflictos y puntos de tensión, pero con estos dos episodios bélicos, ya ven que Trump tiene un gran trabajo que hacer, o mejor dicho, por deshacer. Por cierto, ambos repercuten de manera contundente en nuestro día a día, en la economía y los precios de los hidrocarburos para empezar, o la seguridad y el Yihadismo terrorista, las sanciones que existen contra Rusia que algunos pretenden eliminar en cuanto se firme un alto el fuego en Ucrania, y las que algunos insuflados de antisemitismo, quieren imponer a Israel. Menudo avispero internacional le han dejado el duo Biden-Kamala Harris al nuevo inquilino de la Casa Blanca; aunque el presidente también empieza con ganas de polémica, con esas reclamaciones territoriales sobre Groenlandia y Panamá de días pasados, o el cambio de nombre del golfo de Méjico, todo un provocador y hombre del espectáculo. Otro importante detalle de su discurso de investidura ha sido la recuperación del concepto decimonónico del "Destino manifiesto" la doctrina expansionista de los USA iniciada en el siglo XIX, que les llevo a ocupar finalmente su posición de gran potencia en el siglo XX. 

Y si me permiten, voy terminando con una frase que está teniendo gran predicamento últimamente y me parece muy acertada: "A Trump no hay que tomarlo al pie de la letra, pero si hay que tomarlo muy en serio", simplemente quiere llevar más prosperidad a sus conciudadanos y hacer que su pais vuelva a ser respetado e incluso si hace falta temido. Bienvenidos a una nueva era, abróchense los cinturones que la guerra fría puede transformarse en paz abrasadora.

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