Por descontado el punk fue crucial para un muchacho nacido en 1963. En 1977, Jarvis tenía catorce años, la edad perfecta para quedarse boquiabierto ante aquella inesperada revuelta: “El punk fue una ruptura. Un quiebre total con el pasado. Un rechazo de la narrativa oficial. No quería encajar. Exigía nuevos sonidos, nuevas ideas. Y nueva ropa”. Antes de seguir adelante y centrarnos en el siguiente punto –la ropa- conviene citar de nuevo a Cocker para una acotación más que necesaria: “Es un problema de la modernidad: la forma en que se vacía de vida las cosas mediante la repetición y la asimilación en el mainstream. Pero esto es particularmente desafortunado en el caso del punk”. Conviene tener esto muy presente porque hay palabras que no sirven de nada si abaratamos su significado repitiéndolo una y otra vez sin hacerle justicia. El punk, como la libertad, es una expresión que solamente conoce un significado real. Gracias por explicarlo con tanta claridad, Jarvis.
Y ahora sí, la ropa. Vestirse para ser distinto y peinarse en consonancia a ello. Cocker habla de un suéter acrílico que llevaba Mark E. Smith, líder de The Fall, una prenda que era la antítesis de la ortodoxia punk. Menciona también el peinado de Ian McCulloch; cuando vio una foto del líder de Echo & The Bunnymen con su cardado a prueba de vendavales dijo: “Ha venido a rescatarme”. Buscando música punk en la radio, Jarvis se encontró con el locutor John Peel y con una canción de Elvis Costello. Y gracias a este último, se dio cuenta de que llevar gafas de pasta ya no te convertía en un pringado con aspecto de empollón, también te permitía ser el doble de alguien tan chulo como Costello o Buddy Holly. Cocker era de los que iba al instituto para fingir que los estudios le interesaban, pero en realidad se pasaba el día fabulando y anotando sueños en una libreta. El decálogo del grupo musical perfecto. Las prendas que deberían vestir sus miembros. Los nombres posibles para bautizar a la banda que años después acabaría siendo Pulp. Esa libreta, junto con viejos pares de gafas, camisas de colores, discos y casetes y mucha parafernalia pop —desde figuritas de los Beatles a bolsas de papel— forman parte del inventario vital del que se alimenta este libro y que alimentó a su autor en varias etapas.
Que este repaso gire en torno a una selección de objetos que el autor va decidiendo si tira a la basura o no, también tiene su importancia. Refleja la importancia casi sagrada que le concedemos a objetos que después terminamos olvidando. A partir de cierta edad hay cosas que realmente ya no necesitamos tener: han dejado de ser importantes, e incluso puede que nunca lo fueran tanto como pensábamos. Cocker habla de un casete con el disco Fire In The Sky: The Godlike Genius Of Scott Walker, una recopilación realizada en 1981 por Julian Cope para presentar ante una nueva generación a un músico que era mucho más que un cantante melódico. Walker acabaría produciendo a Pulp en 2005. En una entrevista radiofónica donde Cocker ejercía de anfitrión, Leonard Cohen le advirtió que no es aconsejable preguntarle a un artista acerca de los significados de sus canciones. El secreto de aquello que produce el hormigueo es un misterio incluso para quienes graban las canciones que lo genera. Jarvis tomó nota de la lección. Buen pop, mal pop. Un inventario no pretende desentrañar la naturaleza de sus canciones, lo único que hace es contarnos los motivos que llevaron a su autor a crearlas.