No falla. Cada dos años, la Conselleria de Sanitat me envía una carta postal donde me cita para hacerme una mamografía. Es un trámite rutinario, nada por lo que asustarse. En cuanto cumplimos los cuarenta y cinco años, las mujeres perdemos la turgencia natural de los senos, jugamos más números en la lotería del cáncer de mama y también empezamos a tener la memoria un poco tocada. Así que la Generalitat nos recuerda muy amablemente que ya no somos unas chiquillas y nos convoca a una revisión mamográfica. Hasta aquí todo en orden.
La Unitat de Prevenció del Càncer de Mama d’Alacant es un remanso de paz. Las mujeres presentan su carta de los reyes magos en la recepción y esperan en silencio que salga la enfermera con su nombre en la boca. El teléfono móvil ha sustituido esas conversaciones intrascendentes que hacían más cortas las esperas. Huele bien. Nadie quiere que le revisen las tetas con olor a sobaco. Observo que la administrativa que va llamándonos una a una utiliza pantalones y zuecos rosas que no había visto en ninguna otra dependencia sanitaria. Bueno, será un guiño cromático a las campañas contra el cáncer de mama, me digo, porque aquí ya somos todas talluditas para vestirnos de barbis doctoras. Cuando vi las mariposas que adornaban la pared que precede al vestidor donde tenemos que desnudarnos me entró la risa. Hacía mucho tiempo que nadie me trataba como a una niña. Era el mismo decorado que las plantas infantiles de los hospitales. Dentro del vestidor, un folio con letras en rosa nos indicaba lo que teníamos que hacer. Bien explicado, en mayúsculas y con diminutivos, como si fuéramos menores de edad o rematadamente tontas. El texto dice así: “Bienvenida…Si es tan amable, quítese la ropita de cintura para arriba. Puede taparse con la sabanita azulada que le hemos ofrecido y no es necesario desprenderse de cinturones, relojes, pendientes etc…(blablablá) Que tenga un feliz día” El mensaje aparecía debajo de otra mariposa.
Rejuvenecida y con el torso desnudo envuelto en la sabanita de marras entré en la sala contigua. Tentada estuve de hacerlo a saltitos. Intenté poner un pechito encima del mamógrafo pero la operaria se acercó para hacerlo ella, por si yo no podía o no sabía. “No duele”, me dijo con un tono de voz muy cordial. “Ya lo sé. Me hago mamografías cada dos años”, y esperé que me diera un palito de colores para entretenerme. Después de una tetita vino a por la otra. Primero de frente y luego de perfil. “Pues ya hemos acabado”, me dijo con la misma entonación infantilizada que se desprendía de las instrucciones rosas del vestidor. “¿Dejo la sabanita en el cubito y me pongo la ropita?”, le pregunté con voz de pepona. No sé si entendió el recochineo de la preguntita.
Dicen que para saber si el lenguaje es sexista hay que trasladarlo a otras situaciones equivalentes. Por ejemplo, al vestidor de urología para una revisión de próstata. “Bienvenido…Si es tan amable, quítese la ropita de cintura para abajo y tàpese con la sabanita…” “A ver, déjeme que le mire el culito…” Si se encuentran con un cartel similar en la consulta de urología, a la próxima mamografía me voy vestidita de Caperucita.