Estamos eufóricos. La victoria de España me pilló andando por la calle, escuché los decibelios del triunfo in extremis de la selección cuando estaba en misa. Me dieron ganas de gritar en alto que habíamos marcado, me sorprendió la entereza de los otros feligreses. Incluso aquellos que escuchan con el transistor los partidos antes de que comience la liturgia del domingo controlaron sus pasiones. A mí me costó, lo reconozco, incluso creo que inconscientemente al escuchar la euforia exterior apreté el puño moviéndolo en la gravedad del triunfo. Al salir de allí, grupos ataviados con la enseña del combinado nacional gritaban vivas a España con tanto ímpetu que daban ganas de unirse a la tuna patriótica.
Se respiraba una comunión propia de la que se consigue construir en torno a la religión y las iglesias. Se decretaba un armisticio a la tan manida polarización, nos miramos y sonreímos, por primera vez en mucho tiempo sentía que la sociedad hostil en la que vivimos se convertía al menos temporalmente en una comunidad. La selección española está haciendo más por rebajar la tensión social que nuestros políticos; deberían hacérselo mirar. Sé que meditarán sobre ello y seguirán aislados en su burbuja, en su atmósfera de Matrix.
La desconexión de nuestros dirigentes de la realidad es la principal causa de la desafección política. Los constantes reproches, chantajes y comentarios pírricos no hacen más que aburrir al personal. Escuchas las noticias, lees la prensa y ves las tertulias de televisión, y si te paras a pensar un segundo, casi nadie hace propuestas reales, casi nadie tiene una idea de lo que quiere hacer. No son más que ocurrencias trasnochadas de quienes tienen como referente intelectual a Jorge Javier Vázquez, o eso es de lo que se enorgulleció la ministra de Sanidad, Mónica García.
La política española se está volviendo tan monótona que el otro día rogué a los noticiarios que se centraran más en la hazaña de la Eurocopa que en las paridas con apariencia épica que sueltan nuestros mandatarios. Tramas repetitivas de las que son conscientes los medios de comunicación. Por eso no les queda otra que relegar los acontecimientos patrios al relleno de los informativos priorizando las presuntas demencias seniles de Joe Biden a los titulares y los cambios políticos en Francia y Gran Bretaña al meollo noticioso.
Los canutazos de Alberto Nuñéz Feijóo y las homilías de Pedro Sánchez se meten cual morcillas en el guión por el imperativo legal de que estamos en España y hay que informar sobre ello. Se habla de que llevamos un año sin aprobar leyes más allá que la de amnistía, pero nuestra dimensión no está bloqueada normativamente sino existencialmente, no pasamos de pantalla en este videojuego en el que nos libera del tedio las jugadas del FIFA de Lamine Yamal.
Esta parálisis o anestesia en la economía de la atención, esta sensación de que la política española nos aburre hasta a los que nos encanta el ala oeste, confirma una percepción que llevo teniendo durante un tiempo: la intuición de que gobierne quien gobierne, en realidad, nada cambia y que todo permanece. Que sí, que ahora que en la Comunitat Valenciana está Carlos Mazón, pagamos menos impuestos, pero en el fondo, en los asuntos más trascendentales todo sigue igual. Nuestra vida, salvo pequeños ajustes, no ha cambiado mucho con respeto al ambiente que respirábamos cuando estaba Ximo Puig.
Nuestros dirigentes se las ingenian creativamente para crear nuevos dilemas, nuevos asuntos por los que movilizar al personal, pero llevan ya tiempo en una crisis de inspiración, les ocurre lo mismo que a los guionistas de Hollywood que producen películas con apariencia de originalidad pero en realidad lo único que cambia son los personajes, la trama se parece a las que has visto antes. El departamento creativo del gran teatro patrio de lo absurdo no tiene la destreza ni de maquillar la historia con ocurrencias humorísticas sólidas de la realidad: lo intentaron con Alvise Pérez pero todo apunta a que les ha salido rana, o en este caso, ardilla.
Dan ganas de hacer como Rajoy, de leer el Marca y de invertir el tiempo recreándose en las crónicas deportivas. Me gustaría que la política nacional fuese más estimulante, que se pareciera más a la de otros países, pero es que Alemania es Alemania.