Una vida desde cero

La nueva vida de Henry Chukwuma

Llegó a España como asilado político y encontró en Cruz Roja un apoyo fundamental. Ahora tiene un puesto de trabajo indefinido como camarero de piso

4/08/2019 - 

ALICANTE. Sin pena ni miedo. Así afronta Henry Chukwuma la segunda oportunidad que le ha dado la vida en Alicante, donde aterrizó en enero de 2008 cuando huía de la corrupción y las mafias que atenazan su ciudad natal, Onitsha South, en Nigeria. Pero habiendo salvado la vida, a pesar de haber tenido que dejar todo atrás, ahora se siente afortunado.

A sus 52 años, prefiere no pensar demasiado en lo que ha vivido y se centra en lo que vendrá. Incluso da su nombre y apellido porque no tiene miedo a futuras represalias. Lo que quiere es visibilizar su caso y dar a conocer la historia porque, por propia experiencia, está convencido de que nadie puede hacer nada, a no ser que intervenga alguien superior, de la mano de la Unión Europea, por ejemplo. Al mismo tiempo, quiere lanzar un mensaje de esperanza para quienes, como él, han tenido que huir de su país en busca de un futuro mejor. «Lo más importante es que quien quiere, puede», asegura. «Con trabajo y esfuerzo, todo es posible».

Sus vecinos le habían elegido como representante público para defender los derechos y libertades de su pueblo, pero, entonces se dio de bruces con lo que él define como «la corrupción del poder». Henry solo quería conseguir que tuvieran servicios básicos como agua potable, electricidad, alcantarillado, limpieza en la calles, etcétera. Conceptos por los que pagan impuestos aunque nunca lleguen a materializarse. «Van a las casas a coger el dinero por la fuerza y luego no hacen nada más que quedárselo», asegura.

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Pero su empecinamiento por intentar mejorar la vida de la gente le llevó a enfrentarse con los poderes establecidos, quienes, según sus palabras, «prefieren guardarse el dinero en el bolsillo en lugar de cumplir con su deber», cuenta indignado. «Me dijeron que lo que yo hacía perjudicaba sus intereses porque acabaría con sus negocios». Y es que la vocación activista de Henry, desde una cámara que equivale en España a una Diputación Provincial, solo consiguió que intentaran asesinarle hasta en tres ocasiones. «Enviaron sicarios a por mí y tenía que ir de aquí para allá, escondiéndome en las casas de familiares y amigos», relata.

Quienes le perseguían no imaginaron que se le ocurriría salir del país. De haberlo pensado, le habrían bloqueado la salida. «Me conocen en mi país como un luchador, un guerrero anticorrupción, por eso no pensaron que podría marcharme de allí huyendo». Sin embargo, decidió salir para seguir luchando en la distancia. Es entonces cuando uno de los contactos que había cosechado durante su periplo político le consiguió la documentación necesaria para poder coger un vuelo directo a Alicante y así escapar. «Salí corriendo de allí porque lo único que me preocupaba era salvar mi cabeza». Así que llegó sin hablar español y sin saber qué le depararía el futuro. «Mi estatus me hacía pensar que todo sería más fácil, pero no fue así; estuve casi un año viviendo en la calle hasta que en un centro social me pusieron en contacto con Cruz Roja».

Atrás quedaron su mujer y sus tres hijos, con los que solo puede hablar por WhatsApp, aunque siempre los tiene presentes en su día a día. «Me estoy preparando para recibirles en España, quiero que todos vengan cuando mis hijos terminen sus estudios, porque aquí les espera un futuro mejor», asegura. En los últimos diez años solo ha podido ir a visitarles una vez y fue a escondidas. Ni siquiera pudo acudir a despedir a su hermano y a su madre, tras el fallecimiento de ambos, porque en esas ocasiones señaladas es cuando sus enemigos piensan que volverá. «Mi familia me dijo que había personas buscándome durante el funeral», afirma.

Pero Henry era solo una persona frente al aparato que maneja el poder ejecutivo, legislativo y judicial. Cuesta creer que pudiera resultar tan peligroso como para suscitar tanto odio. Sin embargo, permitir un atisbo de esperanza en la regeneración política del país podría acarrear mareas de reacción en cadena, así que parecía más práctico cortar por lo sano. 

«Allí se relaciona Europa con dinero, así que la gente viene pensando que aquí estará el paraíso, pero tampoco es así, cuesta mucho encontrar un trabajo»

Se trataba de un conflicto de intereses. Nadie está dispuesto a perder su posición privilegiada, excepto él. «Me sentía incapaz de sentarme a la mesa rodeado de cosas buenas, mientras mi pueblo estaba pasando hambre y miseria», relata angustiado. «No vivía mal porque compatibilizaba el cargo público con la gestión de un pequeño supermercado», confiesa. Un negocio que ahora es el sustento de la familia que allí ha dejado, aunque incluso hayan tenido que cambiar de ciudad. «Sentía la obligación de ayudar a los demás porque lo que estaba sucediendo no era justo», sentencia. 

Después de casi un año en España, sin un techo bajo el que dormir y sin sustento, su primera oportunidad laboral vino de la mano de Cruz Roja, quienes además de encontrarle empleo le ayudaron a formarse en distintos aspectos, así como a aprender el nuevo idioma. «Tengo más de diez cursos hechos y sigo haciendo todo lo que puedo para continuar formándome», cuenta orgulloso. Aprovechando la variedad de ofertas de trabajo que se generan en el sector de la hostelería y el turismo en la ciudad, Henry comenzó como camarero de piso y fue cambiando de empresa hasta que llegó al Hotel Meliá, donde actualmente sigue desempeñando las mismas funciones. 

Tan solo llevaba ocho meses trabajando allí, cuando le dieron un premio como mejor compañero de su departamento. «En una comida de empresa, delante de todo el mundo, me dieron una medalla de oro y un diploma», recuerda. Pero en enero del año pasado se producía lo que hacía solo unos meses parecía imposible. Henry firmó su primer contrato indefinido. «Cuando miro atrás y veo dónde estuve y dónde estoy ahora, me siento muy orgulloso», confiesa. «Creo que es un ejemplo para la gente que piensa que sus vidas ya han acabado».

Son muchas las personas que ven en España una oportunidad de escapar del hambre y la miseria. «Allí se relaciona Europa con dinero, así que la gente viene pensando que aquí estará el paraíso, pero tampoco es así, cuesta mucho encontrar un trabajo y regularizar tu situación», describe. Para él la clave está en «no querer hacerse rico porque eso te consume la energía». 

Henry ha intentado ayudar a mucha gente que se encontraba en una situación parecida a la suya cuando llegó. «Hay quienes acaban refugiándose en las drogas e incluso muchas mujeres ven en la prostitución el único método para sobrevivir», es por eso que ha intentado echar una mano. De hecho tiene en mente un proyecto solidario para el que va a intentar buscar apoyo institucional suficiente como para convertirlo en realidad. Quiere devolver de alguna forma esa ayuda que él recibió en su momento y que le ha permitido recuperar su vida y seguir adelante. «Todos nos merecemos una segunda oportunidad, no se puede perder la esperanza», afirma. 

Pero no es lo único que le ocupa, porque para él se construye un mundo mejor ayudando primero a quien tienes al lado. Es por eso que además colabora como voluntario en Cruz Roja, la entidad que más apoyo le ha brindado desde el primer momento. Y lo hace especialmente con personas mayores, porque «dan muchas lecciones de vida», como asegura. «Me encanta aprender de su experiencia, ellos me hacen crecer como persona y así nos ayudamos mutuamente». Sin embargo, su activismo no le lleva a involucrarse de nuevo en la política. Eso es algo que descarta por completo porque le recordaría cosas demasiado feas de su pasado. 

Y es que para él todo es más sencillo de lo que parece. Una actitud que combina con el sentido del humor, algo que considera fundamental. «Yo trabajo con amor y con buen humor», cuenta satisfecho. De hecho, sus compañeros ven que algo no va bien cuando no está cantando y gastando bromas. Una filosofía que quizá es la que le ha llevado a ganarse el cariño de su departamento, de quienes asegura que no ha recibido ni la más mínima muestra de racismo o discriminación. «Si lo hay, yo no lo he visto —afirma—. No estaría donde estoy ahora si hubiese racismo, no tendría la suerte que he tenido, siempre me he sentido como uno más». 

Aunque está solo en Alicante, no siente apenado esa soledad. «No tengo a nadie aquí, pero Alicante es mi familia, la gente de Cruz Roja, la gente con la que trabajo, ellos son mi familia», describe agradecido. De hecho, guarda con especial afecto el recuerdo de sus inicios en el Hotel Meliá cuando, en plena fase de pruebas, tuvo que marcharse una semana de baja por depresión y ansiedad. «Mi situación emocional era muy delicada y necesitaba recuperarme», así que la dirección del hotel se lo permitió y después volvió en perfectas condiciones sin ningún perjuicio por ello. «Había mucha gente que quería ese trabajo y podían haber llamado al siguiente, pero, prefirieron esperarme y fueron muy comprensivos», asegura. Algo que no olvidará jamás porque eso supuso el inicio más sólido de su nuevo futuro. Con un contrato indefinido bajo el brazo, ahora podrá regularizar definitivamente su situación, conseguir el pasaporte e incluso está pensando en comprar una vivienda para vivir más tranquilo y recibir a su familia más pronto que tarde. 

Aunque hay momentos en los que parece que todo se derrumba y que no existe salida, siempre hay una vía de escape. Cuando los pilares de la vida se tambalean, el pánico entra en escena. Y en el primer mundo puede ocurrir con la muerte de un familiar, con la pérdida de un empleo, con una enfermedad o cuando el banco te quita la casa, por ejemplo. Quizá a alguien le ocurra incluso con otro tipo de cosas más banales. Sin embargo, en las zonas más pobres del mundo, cuando tocas fondo es porque lo has perdido todo de verdad, en el más amplio espectro de la palabra. Es por eso que el testimonio de Henry Chukwuma aporta mucho qué pensar a una sociedad que cada vez le da más importancia a algunas cosas que quizá no la deban tener tanto. Porque, como él diría, «todo es más sencillo de lo que parece».  

*Este artículo se publicó originalmente en el número 29 de la edición de Alicante de la revista Plaza

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