Una de las leyes de la naturaleza determina que aquellos seres vivos que no evolucionan terminan desapareciendo. Una ley natural que se puede aplicar a toda entidad, biológica o no, que no es capaz de adaptarse ni transformarse a los cambios de su entorno. Dicho de otra manera, sólo los muy sabios o los muy tontos, no cambian nunca. Visto así, dentro de la vida normal de una empresa también se debe incluir los cambios que se manifiestan en los denominados como procesos de reestructuración empresarial. Esto no significa que no esté exento de riesgos por lo que se recomienda disponer de un asesoramiento profesional, bien preparado, con mirada poliédrica y mucha experiencia en estos procesos. La inmovilidad que impida las reestructuraciones empresariales es un riesgo cierto, pero hacerlo sin sosiego también lo puede ser.
Una reestructuración de empresa es precisamente el cambio necesario para adaptarse a la realidad existente, por los cambios en el mercado, la tecnología, las normas y leyes, los hábitos de consumo o como en la actualidad, por cuestiones tan complejas como una pandemia global que condiciona el futuro de todo. Pero no nos confundamos, una reestructuración empresarial no está necesariamente ligada a una situación de crisis, que puede ser, sino a la anticipación de las mismas cuando eso es posible. Cierto es que, en estos momentos, por el impacto de la COVID-19, hoy puede ser una alternativa de necesidad para muchas empresas.
Una falsa creencia generaliza es que una reestructuración empresarial solo puede ser integral, lo cierto es que se pueden afrontar reestructuraciones financieras, de organización, del proceso productivo, o por cualquiera de los aspectos que le afectan.
Los principales objetivos de estos procesos consisten en ordenar las actividades que ofrecen valor a la empresa de aquellos que sólo ahondan en las pérdidas, así como separar determinadas actividades o inversiones que no estaban relacionadas con la empresa y que suponían un lastre para nuestro desarrollo. Todo ello, tendente a imprimir un nuevo modelo de negocio con la vista en el futuro, corrigiendo errores del pasado o aciertos que hoy ya no son productivos.
El beneficio buscado es asegurar el patrimonio empresarial, reforzar sus estructuras solventes y productivas y orillar aquello que frena el despegue. No sólo es una cuestión de reducción de costes, tendencia natural cuando hay serios problemas de tesorería y falta de liquidez, sino de buscar mecanismos para rentabilizar el proceso que nos genera más beneficio.
Es evidente que cuando estos procesos estructurales se acometen en tiempos de crisis tiene objetivos a corto plazo como solventar las tensiones de tesorería, superar el riesgo de insolvencia o ganar músculo financiero. Generalmente la reordenación de deudas requiere de un plan de viabilidad. Reducir la deuda en muchas ocasiones conlleva decisiones dolorosas como la reducción de la plantilla y el despido de muchos de nuestros trabajadores, prescindir de proveedores históricos, u otros cambios con impacto emocional.
Cómo debemos acometer este proceso. En él toda ayuda posible es importante, puesto que en estos tránsitos es importante no fallar, y minimizar al máximo la comisión de errores.
Todo debe partir de un diagnóstico y evaluación de la situación, que suele ser más efectiva si se hace de una manera objetiva y con el menor sesgo emocional o partidista posible. El diagnóstico viene acompañado de una batería de medidas importantes como mejora la liquidez, reducción de las cargas sociales, eliminación de costes productivos y simplificación de los procesos de gestión. Optimización de la cartera de clientes, y renuncia a mercados tradicionales que aportan poco valor al negocio, entre otras muchas cosas.
Elementos que conforman el tratamiento de choque de este proceso, y que dirige la compañía hacia el horizonte previamente marcado en nuestro análisis inicial. Ya en la fase de consolidación o recuperación es el momento de adaptaciones de nuestro plan, eliminando o mejorando las medidas poco efectivas.
Todo ello nos permitirá afrontar el presente de una manera organizada y planificar el medio y largo plazo para posibles desafíos futuros en la vida de nuestras empresas.
Manuel Murcia. Director dpto. Fiscal en Galán&Asociados