Quizá muchos de ustedes la conocieron pero hasta hace poco yo no sabía cómo se llamaba. Ni siquiera si tenía nombre. Pero la eché de menos cuando en su balcón callejero apareció una malla verde que ocultaba el patio de su recreo. Durante mucho tiempo, pasaras a la hora que pasaras, ella estaba allí, asomada a su mirador de tela metálica como esa vecina cotilla a quien no se le escapa nada de lo que pasa en su barrio. Era la atracción de la Albufereta. Un personaje que formará parte de la infancia de muchos alicantinos cuando pasen los años y a unos les salga barba y a las otras les crezcan las tetas.
Cada generación tiene sus referentes infantiles, reales o televisivos, que los atan a un tiempo y a un lugar. Locomotoro y el capitán Tan, el Negre Lloma, Espinete, el Barrachina que “porta la fava calenta”, Son Goku, Novita, Copito de Nieve, Pepa Pig o la burrita Catalina. Pero Catalina no habitaba en los cuentos ni en las pantallas del televisor donde solo dejan mirar, donde la acción viene determinada por la fabulación de los guionistas. Catalina permitía que la tocaras, que la olieras, que le hablaras, que la vivieras, porque era de carne y hueso. Imprevisible, esquiva, zalamera o juguetona, que acudía a los reclamos o no, según tuviera el día y el estómago.
Su casa estaba en la parcela delantera de uno de los restaurantes familiares más señeros de Alicante, Casa Filo, en pie desde los años 50, que ha resistido como una jabata el boom inmobiliario que acabó con la huerta alicantina. Sus dueños la rescataron en 2008 de un lugar donde no era bien tratada y pronto se convirtió en un símbolo del barrio. Hasta su valla llegaban puntualmente familias enteras con zanahorias partidas a trozos pequeños para que los niños pudieran darle de comer a través de los agujeros de la tela metálica. A Catalina no le hacían falta esas merendolas diarias a la salida del colegio porque estaba bien alimentada con alfalfa, avena, maiz y agua fresca. Bien vacunada, bien cepillada y con las pezuñas recortadas periódicamente para que no le hicieran daño en las patas. Lo contaba ella misma en su página de facebook www.facebook.com/LaBurritaCatalina/ donde colgaba fotografías, videos y recibía mensajes de sus fans como cualquier estrella del pop.
Pero, ay, a Catalina le perdían las chucherías que compartía con sus amigos. Los bollos rellenos de chocolate, los bocadillos de chorizo, los caramelos y las gominolas con que la obsequiaban los niños del barrio, en un ejercicio de cortesía, cuando iban a visitarla por tandas a su valla. Los fines de semana había que repartir números para poder departir un rato con ella, que se esforzaba en atender a todos como se merecían. Así, hasta que hace un año anunció que se retiraba por motivos de salud. Tantos atracones le habían producido bultos de grasa en el cuello. Sus dueños se alertaron y comenzaron a buscarle un sitio mejor para vivir. Ya no jugaría al fútbol con una pelota pinchada ni se refrescaría a la sombra del almendro ni recibiría a sus amigos de cinco a siete, pero sería feliz de otra manera.
En el lugar donde retozaba Catalina ya no hay niños apostados para merendar con su mascota. Ahora se puede ver un telón verde que anuncia el final de la función porque la protagonista ha pasado a mejor vida. Pero no, no se ha muerto. Solo se ha mudado a una granja entre Petrer y Villena donde convive con sus iguales. Y está preñada. @layoyoba