ALICANTE. No soy una persona con buena memoria. De hecho, cada vez tengo que apuntarme más cosas para que no se me olviden. No sé si es la edad o los excesos. O ambos. Pero sí recuerdo aquel verano de vuelta al infierno de la Segunda B. Aquellas semanas post descenso inundaron el Rico Pérez de catastrofismo. El Hércules, nos dijeron, no podría sobrevivir más de una temporada en la categoría. Dos, si el destino así lo convenía, porque solo el destino podía lograr aquello. Sí, de eso me acuerdo.
Me acuerdo de aquel proyecto que iba a pelear por el ascenso para evitar la muerte del club. Me acuerdo de la presión del o ascenso o el fin. Del no hay margen de error. Del no nos podemos equivocar. Tal era la necesidad y la urgencia que el proyecto original solo duró poco más de media temporada pues con aquel juego no daba para ascender. Luego llegó Cádiz y lo que todo el mundo sabe. Y la gente del club empezó a pensar en el año dos. Un año dos que también sufrió un golpe de timón porque al entrenador se le había ido el vestuario de las manos, y así no se podría ascender. Y llegó Cádiz otra vez y todos sabemos lo que pasó. Pero el Hércules no murió.
Volvió el tercer año la misma exigencia. La del ascenso. Hasta enero donde el equipo en lugar de reforzarse se debilitó. Con una subasta por el control del club de fondo muchos, me incluyo, pensaron mal. No llegó la promoción pero si los “nuevos” dueños al club. Nadie más apostó. Quizá en la división de plata hubiera sido distinto, quien sabe. Ahora sí, siendo dueños verdaderos del Hércules, llegaba el momento de no escatimar. Se vio a las primeras de cambio en aquel pulso con Hacienda que dejó al club sin el entrenador pretendido.
Así comenzó una cuarta etapa que debía ser la definitiva. Se pondría lo que hiciera falta. Hasta tres entrenadores. Salvo el milagro de los milagros, ni promoción de nuevo. Si no me equivoco, nueve entrenadores, tres presidentes y no quiero ni contar los futbolistas que han pasado por el Hércules estos cuatro cursos. Un Hércules al que le quedaba un año de vida, o dos a lo sumo, si no se ascendía.
Que me perdone el lector, sé que estos recuerdos duelen entre los herculanos y muy lejos de mi intención está hacer sangre entre ellos. Siguen yendo al Rico Pérez y eso merece todo mi respeto.
Pero no dejo de pensar que aquel año de vida que anunciaban los agoreros, dentro y fuera del club, se han convertido en cuatro. Cuatro años con más de cuatro proyectos, podría decirse. Dudo que quienes dirigen la nave no supiesen que el Hércules podría sobrevivir más de dos temporadas en Segunda B. Lo dudo, lo siento.
Y desde hace un par de semanas no hago más que preguntarme por qué no se apostó por un proyecto de verdad, en el que la urgencia no fuese subir mañana si no subir. Quizá el segundo o tercer año, quién sabe. O el primero, que sin tanta urgencia las cosas a veces salen mejor. Un proyecto de verdad, que hubiese tenido la confianza de quienes mandan. Y de quienes animan si se hubiera explicado el plan. Un club no puede vivir de medio kilómetro en medio kilómetro, como Dominic Toretto en 'The fast and the furious'. Porque salvo milagro, está condenado a fracasar. Como las últimas cuatro temporadas.
Y yo me niego a pensar que no lo supieran, que desconocían que el club aguantaría cuatro temporadas en Segunda B y quién sabe si una quinta si Europa lo permite. Era lunes y nadie miró más allá del martes. Estamos acabando el jueves y no se ha hecho nada, más allá de pasar los días. No hemos puesto ni la lavadora. Así que no puedo evitar pensar que todo esto ha sido una gran mentira, lo que no entiendo es por qué nos la contaron, o por qué se la creyeron ellos mismos. En un par de semanas toca volver a empezar y, esta vez, sí parece que no tendremos cuatro años. La oportunidad de hacer las cosas bien se empezó a perder la primera vez que en el palco perdieron la paciencia. Y aquí estamos, poniendo aficionados y periodistas la paciencia. Una gran mentira. Al menos, el año que viene, traigan a veinte 'Mohas'. Algo es algo.