Hace unas semanas me encontré con un destacado empresario de Alicante, con el que coincido de vez en cuando y le pregunté. ¿Cómo va la cosa? La economía va bien, te diría que se factura un poco más con la misma gente, es decir, hemos conseguido ser más productivos". "Lo que está caro lo sustituyes por productos más baratos", vino a decir. Más o menos estas fueron sus palabras. Me alegré por él, porque con la pandemia su sector lo había pasado mal; su diagnóstico vino a confirmar lo que se puede comprobar lo que te dicen los taxistas cuando usas su servicio en la capital. "Hay gente, sobre todo, los fines de semana y, sobre todo, turistas internacionales". Bien. Otro síntoma de que después del verano -como auguró Santiago Niño Becerra- no se ha derrumbado el mundo.
Ahora bien, el mismo empresario me dijo: "Hay un problema, la economía está subvencionada; se están dando muchas ayudas y cuando se quiten veremos cómo está la economía real". Es decir, que tenemos a día de hoy una economía que funciona, sí, pero que lo hace con muletas, sobre todo, en aquellos sectores cuya demanda depende del consumo de las familias, o ha golpeado más a las familias más vulnerables.
No hay administración que no tenga hoy un extenso catálogo de ayudas: para empresas, pymes, comercios, familias...además de las bajadas de impuestos en los recibos del gas y de la luz, además de las reformas fiscales en marcha.
Está claro que estamos ante un contexto preelectoral y con una nube que avanza a la velocidad de nuestros pasos con la letras Recesión. De momento, esa nube no se ha detenido, pero todos la vemos. Los políticos, en función del signo político, dibujan un escenario gris, o negro -otros apocalíptico-, pero todos con la cartera llena de ayudas y subvenciones para que lo que se presente. Las soluciones liberales han quedado para otra etapa: bajar los impuestos a los ricos es no está bien visto. Ahí está el ejemplo de Reino Unido.
No hay semana que Ximo Puig no haga un anuncio de los suyos, en cada provincia, y en función de la particularidad de cada sector. Carlos Mazón parece haber visto un filón en ello también. En las subvenciones. De las tres últimas comparecencias realizadas en la Diputación de Alicante las tres ha sido para anunciar ayudas a la energía; bonos consumo y facilidades para fraccionar el pago de los impuestos que gestiona el organismo Suma. No hay ayuntamiento sin catálogo de colaboraciones.
Conclusión. Nadie se atreve a quitarle las muletas a la economía. En algunos casos, porque son necesarias, sobre todo, para familias y determinadas empresas -intensivas en el uso de la energía- golpeadas por el alza de los costes. En otros, porque hay determinados sectores económicos que todavía no han finalizado (o no se han dado cuenta de lay) la transición a la nueva realidad. Son los mismos que no reubicaron a tiempo -algunos no pudieron- con la pandemia.
El ser humano suele tropezar en la misma piedra varias veces. Tanto en lo personal como en la creación de un proyecto económico. La sociedad que conocemos ha sufrido varios crisis en menos de dos lustros: la financiera de 2008; la pandemia y ahora la derivada de las consecuencias de la pandemia -crisis de oferta- y el alza de los precios de la energía producidos por la guerra. Siempre hay muchos imprevistos, pero si a estas alturas no has sabido sortear las olas que te han aparecido, es que tienes un problema: o te faltan instrumentos para adaptarte a la nueva realidad, o es que debes buscar nuevos mercados. La mala suerte siempre puede aparecer, pero hasta para eso hay segundas oportunidades.
Los informes de coyuntura de Ineca suelen dar muchas claves de errores repetitivos en una economía, la de la provincia de Alicante, que genera valor a partes desiguales, y a la que le falta, como evidencian los Presupuestos Generales del Estado, esa inyección estratégica para ser competitiva, sobre todo, en movilidad, la gran asignatura pendiente, del presente y del futuro.
Así que con eso vamos a pasar el invierno, con ayudas, hasta que las grandes economías consigan domar la inflación. Pero en este casos -y para la mayoría- lo mejor es tener soberanía y depender lo menos posible de fuentes de energía del exterior. Las cestas de Navidad y las cenas de empresa nos darán una imagen de cómo estamos. Lo triste sería oír quejarse a los mismos que lo hacían antes de la pandemia. Sería un síntoma para aquellos que no han sabido adaptarse y, lamentablemente, necesitan la subvención para seguir existiendo, aunque siempre hay excepciones. A ver quién y cuándo le quita la subvención (al gato).