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socialmente inquieto / OPINIÓN

La desconocida Reina de las lavanderas

4/04/2022 - 

Una vez más el puerto de Alicante se vistió con sus mejores galas. También se engalanaron buques de guerra y barcos mercantes allí amarrados o fondeados en la bahía. No era para menos, la ocasión lo merecía. En un ambiente de fiesta, ese que se produce de forma espontánea en las grandes ocasiones. Como cuando la ciudad recibió en sus muelles a la Reina Isabel II o, años más tarde, al Rey Alfonso XII.

Esta vez, con tanta pompa, tanto protocolo, nada impidió a los alicantinos, y a los que vinieron de fuera de la ciudad, acercarse a verla y colmar su curiosidad. Allí estaba ella, recibida entre aplausos y vítores. Y eso que era una desconocida para el pueblo. Daba igual, la admiraban por venir a aquella España convulsa como Reina Consorte, con ese halo de misterio que lo hizo todo más interesante. Nada hacía pensar en ese momento que sufriera un atentado en Madrid cuando paseaba en carroza con su esposo el Rey Amadeo de Saboya, del que sobrevivieron, ni que tendrían que sufrir no pocas tensiones en la Corte.

Por la pasarela del Príncipe Humberto, buque de guerra italiano, bajaba la “rosa de Turín”, como llamaron allí antes de casarse a María Victoria dal Pozzo y della Cisterna. Era el 16 de marzo de 1871. Pero ¿que sabían de ella los españoles? Para todos era una desconocida. A los quince años se definió así misma como “muy alegre y me gusta gozar de la vida. No me gusta nada el campo y estoy deseando volver a Turín y proseguir mis clases (…) He vuelto a mis estudios con mucho placer. El estudio es para mí como el pan para otros. Sin estudiar no podría vivir”.  Muy aficionada a la lectura, le gustaba leer los textos en su lengua original. Hablaba y leía correctamente en italiano, latín, griego, francés, inglés, alemán y español.

Le habían escoltado hasta el puerto de Alicante los buques españoles Numancia y Villa de Madrid. Desde que fueron vistos en el horizonte, se lanzaron salvas de Ordenanza desde el Castillo Santa Bárbara y desde los buques de la Escuadra. En la dársena del puerto estaban fondeadas las fragatas Méndez Núñez, Arapiles, Blasco de Garay y León. En tierra le rindieron honores los Batallones de Cazadores de Madrid y de Arapiles, así como del Regimiento con plaza en Alicante.

El Rey Amadeo de Saboya había venido previamente de Madrid el 14 de marzo de 1871 acompañado del Presidente del Consejo, de varios Ministros y de diversos Generales. Habían asistido en la Concatedral de San Nicolás a un Te Deum. Después fueron hacia el paseo de la Explanada, seguidos de numeroso público durante todo el trayecto, para alojarse en el Palacio de Escalambre (actual Real Casino Liceo de Alicante). Al día siguiente el Rey presidió una gran parada militar en la Explanada, para marchar después al Monasterio de Santa Faz, la Fábrica de Tabacos, así como otras instalaciones industriales de consideración para el monarca. Después visitó Elche, del que quedó maravillado de sus huertos de palmeras que vio desde la parte más alta de la torre de la Basílica de Santa María, manifestando a sus autoridades su decisión de concederle la categoría de ciudad a esa villa, hecho real del que el año pasado se celebró su 150 aniversario.

Durante la estancia de los Reyes en Alicante se hicieron diversos festejos. Hubo conciertos, fuegos artificiales, regatas, corrida de toros, así como un solemne baile en los salones del Casino de Alicante. Pero permita que vuelva con la Reina María Victoria. Pronto enamoró a su pueblo. Era culta, atenta, detallista, cercana. Hablaba perfectamente español. Se hizo popular y querida. Mucho más que su marido, que destacaba más por su imponente figura.

El periodista catalán Víctor Balaguer la describió diciendo que “tiene un rostro de rasgos pronunciados y bellamente correctos, el brillo de sus ojos es especial y su mirada penetrante, su voz es dulce y cariñosa, y la conversación instructiva y amena, e inspira su presencia, al par que el más profundo respeto, la más afectuosa simpatía. Aunque todos hemos oído hablar de las grandes cualidades que la adornan, la realidad supera nuestras esperanzas y todos salimos prendados de la Reina”.

El 18 de marzo los Reyes se marcharon a Madrid en un tren especial. Paró en Novelda, pero no pudo hacerlo en Elda y Petrel “pues el ingeniero manifiesta ser expuesto, por la curva y pendiente, debido a los muchos coches que trae el tren real” en palabras del Mayordomo del Rey a instancias de este que se había interesado por la salud de un eldense al golpearse con el tren a su paso por Elda. Afligida la Reina por no poder saludar personalmente al pueblo eldense y petrelense, dispuso dar un donativo de 500 pesetas a los pobres de Elda y la misma cantidad a los de Petrel.

La Reina fue filántropa, teniendo una atracción especial hacia los pobres y los más necesitados de la sociedad. Le impresionó ver como las lavanderas que lavaban la ropa en el Manzanares llevaban en brazos a sus hijos pequeños porque no tenían con quien dejarlos mientras hacían esa faena. Esto fue el detonante para que la Reina construyera en Madrid un asilo para ellas, una escuela y la primera guardería en España para albergar a los hijos de esas lavanderas. Se inauguró el 13 de junio de 1872. También hizo un hospicio para niños desamparados, una casa colegio para los hijos de las cigarreras, … Con la ayuda de Concepción Arenal creó la “Sopa económica” distribuyendo raciones de carne para los pobres de la ciudad. A través de las Hermanas de la Caridad donaba 30.000 pesetas mensuales para los pobres vergonzantes. A su vez, fundó un Dispensario Oftalmológico. Fue también mecenas de artistas como Palmaroli, Gisbert y el escultor Medina.

Fundó la Orden Civil de María Victoria que condecoraba a las personas que destacaban en las letras, las artes y las ciencias y hubieran ejercido eminentes servicios a la instrucción pública. Entre otros, fueron galardonados Campoamor, Madrazo, y Eslava.

Después de la abdicación de Amadeo de Saboya (11 de febrero de 1873), volvieron a Turín. La Reina Maria Victoria dejó escrito una manifestación agridulce al afirmar que “en España no desee más que una cosa: cumplir con mi deber, y de ella conservaré siempre un bueno y un triste recuerdo. Bueno, porque hay allí personas muy estimables a los que nunca olvidaré; y triste, porque España no encontró con nosotros la tranquilidad y la prosperidad que deseábamos darle”.

La Reina falleció por tuberculosis, en San Remo, a la edad de 29 años (1847-1876).  Con toda la vida por delante, aunque vivió muy intensamente. El periódico La Ilustración Española y Americana la elogió con palabras como “Madrid no puede olvidarse de aquel ángel de virtud y de caridad, a quien el pueblo concedió el sencillo título de Madre de los pobres”. En el epitafio de su tumba en la Basílica de Superga de Turín está escrito la elocuente frase: “En prueba de respetuoso cariño a la memoria de Doña María Victoria, las lavanderas de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona, a tan virtuosa Señora”. Así queda en el recuerdo para siempre las buenas obras de esta Reina Consorte tan desconocida.

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