El pasado fin de semana, se cumplió un año del temporal de la Dana y de las devastadoras consecuencias que dejó, especialmente, en la comarca de la Vega Baja. Todos sabemos lo que sucedió: las fotos eran elocuentes. La gran cantidad de agua caída en esa zona multiplicó los consecuencias que supone que se acumule tanta litros por metro cuadrado en un terreno inundable y con poca pendiente, como el que discurre entre la salida del río Segura desde Murcia hasta su desembocadura, en Guardamar. La Dana sacó a la luz muchas deficiencias: la falta de mantenimiento de río, y especialmente, de sus infraestructuras. No de ahora, sino de muchos años atrás. Y los inconvenientes de las obras aprobadas por la mano del hombre, como las urbanizaciones y otras obras públicas, que generaron un efecto bañera, que a su vez, multiplicó la acumulación de agua y, por tanto, el desastre en casi toda la comarca.
En su día se buscaron muchos culpables fruto de la desesperación y los daños sufridos. Un año después, todo parece más calmado, aunque en el fondo parece existir un resquemor latente que puede aparecer en cualquier momento, si las instituciones y los políticos que las dirigen no cumplen con las expectativas generadas. Ahora bien, para afrontar el futuro es necesario que los políticos partan de una premisa: no se trata de reparar lo ocurrido, que también -y para ello, ya se han destinado ayudas y se han restaurado obras y edificios, aunque posiblemente no todos-, sino de prepararse para los futuros desperfectos que puede generar el cambio climático. Insisto, no se trata sólo de reparar los daños de la Dana; sino de aplicar los cambios estructurales necesarios para que las Danas y, por tanto, sus posibles efectos, causen el menor impacto posible en un futuro. Y ello, claro está, requiere inversiones, que es lo que los vecinos y los alcaldes deben exigir siempre.
Parte de las medidas forman parte de un documento, llamado Plan Renhace, que dos comisionados, Jorge Olcina y Antonio Alonso, de manera desinteresada, se han encargado de coordinar. En el acto del pasado jueves en Almoradí, ambos reconocieron el interés y la voluntad que han mostrado vecinos, colectivos y ayuntamientos para diseñar esas soluciones. Falta, por tanto, que las buenas palabras del president de la Generalitat, Ximo Puig, no se conviertan en un ximo anuncio propio de las sesiones del control al que se somete su gobierno en las Cortes o de las que se pronuncian en el Debate de Política General, que se celebra esta semana, sino que poco a poco sean una realidad. Por el momento, el Gobierno valenciano dispone de un crédito de 100 millones del Banco Europeo de Inversiones, y que, según dijo, de él se financiarán parte de las inversiones anunciadas.
Como dijo el propio Jorge Olcina, la comarca de la Vega Baja tiene sobre la mesa la solución para combatir el cambio climático si se implementan las medidas. Básicamente, mejorar las aplicaciones de alertas de las emergencias; revisión y mejora de los sistema de depuración de las aguas residuales; la ejecución de las obras básicas que contempla la Confederación, encauzamiento de la rambla de Abanilla y habilitación de corredores de agua paralelos; o solución a las obras barrera, como la N332 a su paso por Guardamar, entre otras medidas. Después de ello, es posible que se sigan dando episodios de Dana, posiblemente, más a menudo, como ha ocurrido en los últimos años, pero después de todo, el agua pueda discurrir con normalidad; no genere roturas del cauce y, por tanto, que se minimicen los daños.
Como dijo el otro comisionado, Antonio Alonso, los cambios también deberán llegar a la economía, especialmente, al sector hortofrutícola y al turismo: mayor reutilización de agua; disponer de más recursos de agua desalada, pero subvencionada; seguir con el trasvase Tajo-Segura y modernizar la agricultura con más innovación y nuevas técnicas. Es decir, los cambios deberán llegar a todos los ámbitos. Y esa es la conclusión a la que deben acostumbrarse la mayoría, máxime después de vivir otra crisis posterior, como es la pandemia por Covid, que también ha hecho tambalear algunos modelos de negocio, que han tenido que adaptarse a los nuevos tiempos.
Todos aquellas ciudades que han sufrido catástrofes de este tipo han hecho cambios. Los hizo València con la riada del 57, y los hizo Alicante con las inundaciones de 1997. En ambos casos, las obras han mejorado la situación de ambas ciudades. Por tanto, la Vega Baja las debe hacer. Y las obras, como en la mayoría de los casos, generan molestias. El compromiso de todos debe ser exigirlas y velar porque se hagan. Parece fácil, pero desgraciadamente la política da demasiadas vueltas para que este espíritu, el mismo que se despertó en la comarca a principios de los años 2000 para reclamar la limpieza del Segura, se repita. En estos casos, buscar culpables suele ser lo habitual, y más rédito político. Ojalá me equivoque pero de no hacerlo bien, y con pedagogía, todo puede saltar por los aires, antes de ahora y con varios debates a la vez creando un caldo de cultivo poco propicio para esa transformación tranquila que ahora necesita la Vega Baja, y que con el tiempo se va a aplicar en muchos ámbitos.