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tribuna libre / OPINIÓN

La dama de agosto 

20/11/2019 - 

Si ya resulta complejo trasladar a un documento cinematográfico cualquier manifestación del folclore popular, mucho más resulta filmar para el cine una historia de ficción que acontece durante unas fiestas populares en las que todo debe transcurrir con la ligereza y la arbitrariedad propia de los comportamientos dedicados exclusivamente al hedonismo, sin que resulte artificial o impostado. Por ello, cierta curiosidad se nos despertó en el verano de 2018 ante el anuncio del rodaje de una película bajo el sugestivo título de «La Virgen de Agosto», al menos para los espectadores que vivimos en poblaciones que celebran la festividad vinculada a la Asunción de la Virgen a los cielos. La nueva película de Jonás Trueba situaba a su protagonista, una joven de 33 años, durante las fiestas castizas de San Cayetano, San Lorenzo y la Virgen de la Paloma.

Aunque Trueba había demostrado en sus anteriores películas, sobre todo en «Los exiliados románticos», su capacidad para captar la gestualidad natural de unos personajes como si la cámara no existiese, surgía la duda sobre su habilidad para extender una forma de rodar espontánea pero controlada hacía la manifestación desmedida que se da en las celebraciones comunitarias. El resultado, tras su estreno un año después, coincidente de nuevo con la festividad, no pudo ser más elocuente y satisfactorio, y Trueba pasó a formar parte automáticamente de un reducido grupo de cineastas que han salido airosos de la empresa, capitaneados por Berlanga, con sus contribuciones en «Calabuch», «Los jueves milagro» o «Moros y Cristianos». Precisamente otro valenciano, Thous, fue el que mostró, por vez primera, interés por captar los rasgos del folclore propio, no en vano le dedicó también una película a aquella fiesta.  

En la estela de Berlanga, Trueba suspende la realidad, abraza la lógica interna de los festejos populares a través de una invención fantasmagórica de la existencia, así se mueve la protagonista, Eva, por el Madrid, que como tantos otros pueblos, abandona por unos días la cotidianeidad, sin mostrar extrañeza y así consigue evadirse su interprete, Itsaso Arana, cuando unos años antes vivió unas circunstancias parecidas cuando pasó unos días en una casa que le había prestado en pleno centro de Madrid, cerca de La Latina y Las Vistillas, tal como hace en la película el propio Sigfrid Monleón. De esa regeneradora sensación de deambular sin rumbo fijo por una ciudad que no parece la misma que el resto del año, que parece «medio muertas», nació la idea para escribir el guión junto a Trueba. 

Eva, nombre de mujer asociado al descubrimiento y la incerteza ante lo que se anuncia ignoto, comenzará a asombrarse de esa ciudad que parece no reconocer, en la que parece que vive nuevas peripecias mientras se pregunta por el sentido de su vida. Huyendo del existencialismo, muy en deuda con Rohmer, Eva comienza a asombrarse del sentido del tiempo en verano, de la escasez de coches, de los vecinos devotos, de los turistas que resisten el calor, de hecho, ella misma, el director, sin duda, se comportaran como tales. Incluso en su peripecia vital, más allá de las refrescantes noches festivas, Eva se llega a subir a un bus turístico y, fijándose en una enigmática turista asiática a la que sigue, a entrar en un casi vacío Museo Arqueológico Nacional. Allí, por casualidad pero con un fervoroso sentido laico se detendrá ante la Dama de Elche y comparará su rostro femenino con el de la antepasada íbera.

Los ecos simbólicos de este busto y otros bustos romanos, como el de Popea, resonarán a partir de ese momento en la película y la dotarán de un sentido determinado. Sobre todo, cuando Eva se someta a un rito chamánico de estar por casa sobre la fertilidad. No en vano, antes también había contemplado, por azar, porque el director del museo se lo aconsejó al cineasta, la Dama oferente del Cerro de los Santos, con sus manos colocadas en forma de cuenco. El acierto de «La Virgen de Agosto» estriba en la forma de rodar de Trueba, filmando la incertidumbre, colocando la cámara de manera discreta, lo que permite que se revelen como determinantes los gestos o acciones más azarosas. 

 

Aunque se permite algún guiño intencionado como el peculiar nombre del personaje al que confunde con un suicida, Agos (Vito Sanz), hipocorístico de Agostino, y que será determinante en la consecución de su felicidad, búsqueda que le profetiza el amigo que le da cobijo a principios del mes de agosto, y a la que llega precisamente el día de la Virgen de Agosto, cuando la Tierra despierta a las cosechas, a la fertilidad, según marca la tradición romana que veneraba a Diana, diosa de la Luna. La referencia a las sacerdotisas, esas representaciones de una deidad, equivalente a la imagen de la advocación de una Virgen en la cultura cristiana, resulta estimulante para quien esto escribe y que quedó fascinado por la resolución fantástica del periplo agostizo de esa mujer.

La inteligencia de Trueba ha sido vincular ambas representaciones del poder extraordinario inferido tradicionalmente a la mujer, algo que en Elche hacemos cada agosto, como si la divinidad encontrada por azar en la Alcudia ibero-romana anticipara la dama que vino por el mar, supuestamente en la Edad Media, para proteger al pueblo de Elche. Sin olvidar la tradición pero teniendo valor para afrontar los nuevos retos desde la independencia y libertad, ¿seremos capaces, como el personaje de Itsaso, vernos como sociedad reflejados en la Dama y ser capaces de proyectarnos hacia el futuro? Eso parece que dejó caer el ministro de Cultura en funciones hace unas semanas cuando visitó la ciudad: el regreso temporal de la Dama «una de las obras más simbólicas y significativas del nuestro patrimonio histórico» sólo se entiende si viene acompañada de otras piezas que permitan avanzar en el conocimiento del arte ibérico y no exclusivamente como la muestra de un ajado esplendor, carente de significación por si sola.


* «La Virgen de Agosto» se proyecta el viernes 22 de noviembre en el Cineclub Luis Buñuel a las 18 y 20:30 horas.

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