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la yoyoba / OPINIÓN

La amenaza de los Caminantes Blancos

25/08/2017 - 

Cuando las vacaciones sirven para descansar y no para diluirse en una muchedumbre que corre como pollo sin cabeza atesorando selfies, a una le da tiempo a hacer cosas que no creeríais. Por ejemplo, ver de corrido todas las temporadas de Juego de Tronos. Durante estas madrugadas, entre cabezadas y sobresaltos, he sido plenamente consciente del envejecimiento que asola mis neuronas, incapaces de retener nombres de protagonistas, linajes, contubernios y traiciones varias que se van desgranando capítulo a capítulo. Un esfuerzo memorístico ímprobo para nada. Cuando por fin consigo distinguir bien a un personaje, va y se muere. Esa lentitud neuronal que me aqueja también puede estar relacionada con mi querencia a realizar lecturas argumentales en segundo plano que ralentizan la operatividad de mi disco duro. Para que me entiendan. No puedo dejar de imaginarme a Pablo Iglesias vestido de princesa valkiria, subido al lomo de un dragón con su melena dorada al viento ofreciendo la libertad a pueblos esclavizados para luego pedirles que le ayuden a sentarse en el Trono de Hierro. Claro, me distraigo. Lo mismo ocurre con las hordas de Caminantes Blancos, que me da por pensar. Expulsados de la civilización dominante, confinados más allá del Muro donde comparten territorio con los salvajes, amenazan la supervivencia de los Siete Reinos que siguen entretenidos con sus pequeños juegos de tronos.  Ni siquiera son conscientes del peligro que les acecha. No lo acaban de ver, no les conviene. Apenas unos pocos iluminados, liderados por Jon Nieve o mismamente Sami Naïr, claman en un desierto de sordos que se creen invencibles. Pero yo he visto incursiones de ese ejército de zombis extendiendo el invierno más cruel por plazas y calles, derribando los símbolos del poder económico, político y religioso de sus enemigos ancestrales, replegándose antes del siguiente ataque o inmolándose. No les importa morir porque ya están muertos. Y todos sabemos que detrás de unos vendrán otros. Son demonios con el corazón helado que sonríen ante las cámaras de seguridad de un área de servicio antes de partir hacia un paraíso donde habitan pléyades de vírgenes que les harán más llevadera la eternidad. Es lo que tiene creer en recompensas del más allá, que uno puede cometer tropelías en el más acá y ser declarado mártir o elevado a los altares. Este cuento no es de ahora. Las iglesias también están repletas de cadáveres de asesinos y de hijos de puta. De nuestros hijos de puta. 

Para defendernos, construimos muros donde se apostan los Guardianes de la Noche a quienes hacemos creer que nuestra seguridad depende de su valentía y su ferocidad en la lucha cuerpo a cuerpo contra el enemigo. Carne de cañón que se conforma con medallas en el mejor de los casos o con banderas a media asta en el peor. La salvación no está en la punta de una espada. Al menos, no en las espadas que blanden los guardianes. Algunos creen que hay que meterse en la piel del enemigo para desentrañar su talón de Aquiles, saber por qué nos ataca y desactivar al Rey de la Noche que dirige este ejército imbatible. Pero antes hay que creer en su existencia. Otros, que hay que actuar sobre los espectros y devolverles a la vida con programas de integración y ayudas sociales. Los más simples, confían en bolardos y expulsiones masivas. Desgraciadamente, estas estrategias parecen totalmente ineficaces. En los últimos capítulos nos han contado que existen armas mágicas para erradicar a los Caminantes Blancos. Acero valyrio y un mineral desconocido, el vidriagón, con el que hay que forjar espadas letales. El problema es que aún hay mucha gente corta de miras que niega la evidencia, incapaz de ver el peligro inminente que se avecina en el horizonte. No sé por qué derroteros proseguirá esta serie de culto que se expresa con parábolas. Faltan capítulos. Yo propongo que en la próxima junta de seguridad se convoque a los guionistas.

 @layoyoba

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