El Gobierno aterrador ha enseñado sus cartas a dos años de las elecciones. Como no convence con sus políticas, empleará dinero público en asegurarse votos. Ahora van a por los jóvenes. Una estrategia burda que tal vez le funcione. Es el caciquismo de toda la vida
El Gobierno de los ricos ha salido de caza por España. Es extraño porque sus ministros son animalistas. Con unas encuestas desfavorables, busca votos sin aparentar excesiva desesperación. Tiene aún tiempo —dos años, una eternidad— para recuperar los apoyos perdidos. Como lo suyo no es tener ideas para mejorar el país, ha escogido el camino más fácil, que es el de tirar de chequera, del parné europeo y de lo que piensa expoliar a los españoles que aún producen.
El presidente maniquí se agarra a su billetera. Allá donde va promete dinero para endulzar nuestras penas, que son muchas desde que convivimos con el virus. Así, subirá las pensiones y el sueldo de los funcionarios. Son doce millones de posibles votos, lo que no es asunto baladí.
Pero todo esfuerzo es poco cuando lo que está en juego es la supervivencia en el poder. Sin el freno del decoro y la servidumbre de una ética mínima, el caudillo socialista fía su suerte al reparto de golosinas presupuestarias entre amplias capas de la población. Aconsejado por sus aliados, los pijocomunistas, proyecta un peronismo ibérico que persigue tener a la mitad del país subsidiado.
Los jóvenes ocupan un lugar principal en la estrategia gubernamental. Todo poder mima y ensalza a la juventud, aunque en el fondo la desprecia. Es la juventud robusta y engañada de la que escribió Quevedo en otro tiempo de decadencia. Sé de lo que hablo. Todos hemos estado enfermos de juventud, y con los años nos hemos curado. Los jóvenes de ayer y de hoy han sido siempre víctimas del engaño de los poderosos. Esto se aprende cuando ya es demasiado tarde.
“El Gobierno pinocho confía en que el voto juvenil incline la balanza a su favor en las próximas elecciones generales”
El Gobierno pinocho confía en que el voto juvenil incline la balanza a su favor en las elecciones generales, que pueden ser muy ajustadas. Por esa razón, el presidente anunció recientemente un bono joven de vivienda, de 250 euros al mes, durante los dos próximos años. También se ha comprometido a que todo joven que cumpla la mayoría de edad en 2022 disponga de 400 euracos para gastárselos en cultura. Serán casi medio millón de nuevos votantes. Gracias a la generosidad de la izquierda reaccionaria, el Kevin y la Jennifer podrán visitar la exposición de Magritte en el museo Thyssen, y con el dinero que les sobre comprarse la Crítica de la razón pura de Kant y una entrada para ver la última película de Almodóvar, un artista en imparable decadencia.
Ni Romero Robledo, el padre del caciquismo en la Restauración, lo hubiese hecho mejor. Socialistas y comunistas, que no sabrán de quién les hablo, son sus alumnos aventajados en el clientelismo y la obscena compra de voluntades. ¡Si Joaquín Costa levantara la cabeza!
Habrá jóvenes que piquen el anzuelo votando a sus verdugos, y otros que no lo hagan. Estos últimos se darán cuenta de que el Gobierno es su enemigo. Aunque ofrezca propinas y destile miel verbal en los labios de la vicepresidenta Yolanda Díaz, ejemplo del comunismo de tacones de aguja, este Ejecutivo no ha hecho nada por resolver los problemas de la muchachada. Al contrario, los ha agravado.
España es el país con más paro juvenil de Europa; el acceso a la vivienda es casi imposible para la mayoría de los jóvenes y la enseñanza, que podría ser una palanca para ascender en la sociedad, ha sido destruida con una ley demagógica que fabricará generaciones de ignorantes si no es derogada en la próxima legislatura. Además, los jóvenes deberán pagar los pagos rotos de una deuda pública desbocada.
Tantos mimos, tantos elogios y tantas zalamerías oficiales no pueden ocultar la ausencia de futuro para la juventud española. De estos polvos surgirán los lodos del resentimiento y del odio social cuando esos jóvenes crezcan y se percaten de que fueron víctimas de una estafa histórica. Los responsables de su situación, ya fuera del poder político, disfrutarán de unas vidas placenteras, junto a sus hijos y nietos. El país estará roto y dividido. Y ninguno de esos culpables responderá por haber empujado a la juventud a un callejón sin salida.