ALICANTE. La encabronización del debate político llegó a punto álgido, habrá más puntos álgidos de aquí a las elecciones madrileñas del 4 de mayo, en el debate de Ángels Barceló, este pasado viernes, con la monumental bronca entre Pablo Iglesias y Rocío Monasterio que se saldó con el aireado abandono del candidato de Unidas Podemos. Y el triunfo de la candidata populista que se salió con la suya: convertirse en trending topic en todos los sitios, esquinas, y meaderos, habidos y por haber. Vamos a más y a peor. Hace ya mucho tiempo, antes de la pandemia, establecí un debate informal con amigos, sobre todo periodistas, de la excesiva importancia que le conferían determinados medios de comunicación al partido que lidera Santiago Abascal. Entre otros, me refería entonces, al programa del Gran Wyoming: "Cada vez que se mete con Vox, son votos para Vox; le están haciendo una propaganda desmedida", me dije, y dije. Las cosas siguen por ahí, más o menos. Entre La Sexta y Jesús Cintora, en TVE1, grosso modo, entronizan inconscientemente cada uno de los exabruptos que lanza la ultraderecha. El último: el mensaje infame, y falso, comparando el dinero destinado a los "menas" con el de los pensionistas.
Casi nadie del establishment periodístico bienpensante repara en los exabruptos que suelta Iglesias a quien se le llena la boca con la palabra nazi por menos que canta un gallo, algo que a mí especialmente me pone de los nervios como ya he escrito cien veces: la banalización del mal. Y su discurso monotemático en la añoranza de una república (popular) en la que albergo serias dudas de si cabríamos todos. Como una parte de mis amigos y conocidos son laxos con Podemos, a veces me tengo que callar por mera cortesía. Debo ser de esa España silenciada, harta ya de tanta tontería e insensatez. De tantos vientos guerreros. De tanta melancolía. Harto. Iglesias combate el presente con esquemas políticos de hace 80 años y eso es insufrible, estéril y aburrido. Vox vomita demagogia facilona, también melancolía, para captar incautos, además de nostálgicos. Y Monasterio, ante todo, es una maleducada.
Al grano. Me entero en la noche, casi madrugada del viernes, el lío desatado en Alicante en el colegio público Voramar. Me entero por uno de los papás de dicho cole que me confiere la máxima credibilidad. Para celebrar el Día del Libro contrataron a un cuentacuentos, Fran Pintadera, y acotaron en el patio a los niños de educación infantil en seis telas, el mismo número de grupos burbuja existentes. El programa, como en otros muchos centros, cuenta con una subvención de la Conselleria de Educación. Una de las combinaciones albergaba semejanzas con la bandera de la Segunda República y hete aquí que la foto se filtra a determinados medios de comunicación. Escándalo. Adoctrinamiento rojo. Dolores Ibarruri y Rosa Luxemburgo penetran en la mente de los párvulos de un colegio alicantino. La momia de Lenin, el espantajo de Fidel Castro, la matanza de Paracuellos, y el Oro de Moscú.
Luego resulta que el rojo era más bien naranja. Luego resulta que al lado se había hecho una combinación con los colores de la bandera de Azerbayán (¿alguien se sabe los colores de este país caucásico, perseguidor de los armenios de Nagorno-Karabaj?). Luego resulta que se habla de la policía, y algunos piensan en los acontecimientos del mitin de Vallecas. El cuentacuentos explica en una red social que escenificó un cuento cubano en el que un policía pone orden en una disputa entre un perro, un gato y un caballo. También explica la emoción de una niña por estar sentada en el color naranja porque de mayor quiere ser como Mónica Naranjo. Naranja/Naranjo. Me explica el papá del cole, en la noche/madrugada del viernes: "Llevamos toda la tarde en shock porque al final lo importante, el Día del Libro, pasa a segundo plano por el mamoneo político".
La asociación de madres y padres del colegio emite un comunicado. No eran banderas. Eran telas. La combinación fue del todo aleatoria. Alguien ha actuado de mala fe y, además, ha sacado fotografías de menores sin permiso. Pero la mañana ya estaba recalentada. La concejala de Educación del Ayuntamiento de Alicante, la popular Julia Llopis, ya había dictado sentencia: dimisión de Vicent Marzà "por aleccionar con símbolos anti-constitucionales". Llopis, la misma a la que Luis Barcala ha tenido que relegar en la junta de distrito de los barrios de la zona norte porque no la quieren ni en pintura. Los desfavorecidos preferían a María Ángeles Goitia. Vox no emite sentencia, se le ha adelantado doña Llopis, guerrera como siempre. También se adelanta la portavoz de Educación del PP en Les Corts, Beatriz Gascó, que pide explicaciones al máximo nivel ademá de la intervención de Ángel Luna, el síndic de Greuges (defensor del pueblo autonómico).
Uff. Qué agotamiento. Libertarias. Loles León en boca de Vicente Aranda: éramos putas y la revolución nos ha hecho libres. Federico García Lorca y José Antonio Primo de Rivera, amigos en la clandestinidad recorren Madrid en taxi. Monjas desvirgadas. Torturas en las checas. Einstein en la Residencia de Estudiantes. Walter Benjamin se suicida en la frontera con España, huyendo de los nazis: Franco abría el paso de La Junquera a los judíos según le soplaba el viento. Un día sí, tres no. Esplendores y llamas. Unamuno y Millán Atray. Golpe del PCE contra el POUM, y contra todos los demás. Francisco Brines nos recuerda a Luis Cernuda. Todo eso y algo más: Julia Llopis.
CODA: Sosiego en los ambientes culturales tras el nombramiento de Pilar Tébar como nueva directora del Instituto de Cultura Juan Gil-Albert de la Diputación. Excelente profesional que conoce además la institución al dedillo. Los experimentos, con gaseosa. Premio de consolación para uno de los finalistas: el catedrático de la UA Carles Cortés, nombrado como director de cultura y patrimonio digital del Cenid de Carlos Mazón y Manuel Palomar. Todos contentos.