Escalante Centre Teatral programa este espectáculo infantil que conciencia e invita al juego
VALÈNCIA. Cuando Juan Pablo Mendiola era pequeño frecuentaba los ultramarinos de su abuelo. En la trastienda había una tortuga de tierra que el buen hombre se había traído malherida tras atropellarla con su carro. Sus nietos jugaban con la criatura, cronometraban su paso poniéndole lechuga como señuelo en la otra punta de la habitación e inventaban historias. Esas horas de entretenimiento han sido el disparador emocional para su nuevo montaje, Closka, pero esta obra de teatro visual y de objetos también bebe de todas las noticias recientes sobre el extravío de estos reptiles en su ruta para desovar.
Cada vez son más los titulares que apuntan al cambio climático como la causa tras su presencia masiva e inaudita en nuestro litoral. La subida del nivel del mar, la contaminación lumínica y el aumento de la temperatura en el Mediterráneo hacen asomar a las tortugas a nuestras orillas y en los medios.
Entre el 8 y el 12 de enero, la compañía PanicMap sube a escena de Ribes Espai Cultural las peripecias de un ejemplar de una especie acuática de este animal. En el espectáculo, dos personas, Ka y Clos, interpretados por Laura Valero y Joan Ballester, se encuentran con la protagonista y se imaginan cómo ha llegado hasta donde se encuentran. Su relato muestra a través de la danza, la música, las artes plásticas y digitales la necesidad infantil de explicar el mundo.
El punto de partida de la pieza son una selección de poemas de maestros del haiku japonés como Masaoka Shiki, Matsuo Bashō y Natsume Soseki. A estas lecturas, Mendiola sumó el hallazgo casual en una librería de una publicación de haikus escritos por menores de entre cuatro y 12 años. “En una estantería perdida me encontré con estos versos que son oro, porque conectan algo ancestral con los niños y las niñas de ahora. Los poemas breves son una herramienta con la que pueden comunicarse”, desarrolla el dramaturgo, director e investigador de dispositivos digitales, que señala a Isabel Latorre como imprescindible en la producción audiovisual y teatral del espectáculo.
En Closka, sin embargo, ni se declama ni se proyectan poemas, sino que en el proceso de creación cada secuencia se articuló sobre esa masa literaria. A lo largo de los 40 minutos que dura la propuesta, Ka y Clos juegan e imaginan cómo será ayudar a aquel ser a volver a su lugar de origen. Cuando desarrollaba Closka, Juan Pablo se imaginaba el juego recurrente de dos niños al encontrarse a una tortuga. El punto de partida sería la arena de la playa.
“Hay una búsqueda de llevar la narración a su esencia. Cada momento de la aventura es un haiku. Viajamos por diferentes poemas que tienen distintas capas: narrativa, visual, poética y realista, porque, al final, el propio haiku te ancla a tierra”, avanza Mendiola.
Cada uno de los cuadros de la propuesta bebe de la realidad medioambiental que está empujando a las tortugas a zonas desconocidas que poco a poco van afianzando, porque generación tras generación las asumen como su camino para desovar. “Con esta pequeña historia queremos ayudar a reflexionar al público infantil. En nuestros espectáculos buscamos una estimulación que va más allá de lo ambiental y el compromiso, donde nos servimos de la plástica y de la narrativa, para que vean que con elementos en casa pueden contar sus propias historias”, expone su autor, a quien le ha inspirado el juguete con el que más se divirtió su hijo de niño, un brik de leche convertido en un barco por él mismo.
Como con su aventura sensorial Pequeño Big Blue, la compañía aspira a tener un impacto internacional con la obra, aconsejada para una audiencia a partir de tres años. En aquel proyecto de danza con videomapping, PanicMap salió por primera vez fuera de España. En concreto, giraron por Países Bajos y se instalaron un mes en Beijing. “En Closka también probamos que no hay necesidad de soportar la narración sobre el idioma, sino a través de un lenguaje visual. En esta ocasión hemos desarrollado un lenguaje vocal propio, sencillo, que ha surgido en el proceso de ensayos”, explica Mendiola.
La audiencia va acompañando el crecimiento de ese idioma inventado. Su léxico tiene que que ver con lo que sucede física y plásticamente sobre el escenario. “Todo busca una musicalidad: los personajes juegan con los elementos visuales, objetuales y de movimiento, que sumados al lenguaje establecen la comunicación y el diálogo entre ellos y el público. En último término, da igual el origen de los ojos y los oídos que lo estén viendo para que lo disfruten plenamente”, desarrolla el creador, que llama a esta conjunción poesía aumentada.
En los últimos tiempos, Mendiola se está especializando en un concepto de dramaturgia propio, donde integra las artes digitales dentro de la creación escénica, conjuga la danza con las proyecciones de mapping en 3D y el vídeo en directo. “Siempre he intentado conducir la innovación hacia una alquimia entre lo físico y lo carnal de los actores y lo onírico en el lenguaje, potenciada por los recursos audiovisuales y tecnológicos, que siempre están al servicio del trabajo artístico. Buscamos encontrar un lenguaje propio, que conduzca a una experiencia escénica estimulante tanto para el público como para nosotros en el proceso”.
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