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Director de la casa museo azorín

José Payá y el último gran evento azoriniano

24/01/2021 - 

ALICANTE. El 14 de octubre de 2017 fue un sábado especial para Pepe Payá, director de la Casa Museo Azorín desde los años ochenta del siglo XX fallecido hace unos días. El ayuntamiento de Argamasilla de Alba, la localidad manchega escogida por Azorín en 1905 para iniciar la ruta de Don Quijote y escribir una serie periodística reunida poco después en libro, organizó un fin de semana dedicado al escritor para sumarse al cincuentenario de su muerte. Recorrer las calles céntricas de Argamasilla de Alba supone respirar azorinismo: en distintos puntos se leen paneles con algunos fragmentos de aquellos artículos.

Ese sábado otoñal amaneció soleado. Tras los actos del día anterior en los que el Centro Cultural Casa Medrano había acogido la inauguración de la exposición Azorín periodista, la proyección del documental Azorín. La imagen y la palabra y una mesa redonda, arrancaba un peculiar rally de veintidós coches antiguos. Su objetivo era iniciar la I Ruta de Azorín por la Mancha del Quijote. Después de visitar a pie lugares urbanos de Argamasilla citados por él, una expedición de conductores y acompañantes ataviados con trajes de época, así como los pasajeros invitados, partíamos en comitiva hacia El Toboso, Campo de Criptana y Alcázar de San Juan. Naturalmente, no sin incurrir antes en la tentación de las fotos: una de ellas junto al busto de Azorín en la localidad, en la que posó con nosotros el alcalde Pedro Ángel Jiménez.

Matrícula especial del 'rally' de coches antiguos.

Evoco el momento por dos razones: una azoriniana, la otra personal. En lo azoriniano porque el hecho de que este tipo de actividades tuvieran lugar fuera de la Monóvar natal del escritor tenía mucho que ver con la gestión realizada por Payá desde que se puso al frente de la Casa Museo Azorín con veinte y pocos años, abriendo un enfoque de dimensión nacional e internacional del centro y de la figura que la da nombre. No esperaba a que nadie se interesara, era él quien salía a su búsqueda para sumarle a la causa ideada. Localizaba a quien fuera necesario, escribía cartas o viajaba al encuentro de personas, centros, editoriales o autoridades públicas. El resultado fue el tejido de una red inmensa para que no se dejase de publicar a Azorín, ni de traducirle, ni de investigarle, ni de divulgar su figura y obra, favorecido por la apuesta presupuestaria de la Obra Social de la CAM, a la que pertenecía el centro. Hace días, al comunicarle su fallecimiento a Pedro Padilla, responsable del Centro Casa de Medrano, me confirmaba esa práctica: "Fue él quien apareció por Argamasilla de Alba para establecer contactos".

En lo personal la estancia manchega fue nuestra última convivencia de varios días en una actividad sobre Azorín, acompañados por nuestras esposas Tere y Mari Ángeles. Es cierto que tras conocernos en 1986 se nos acumularon encuentros y participaciones conjuntas, tanto en actividades sueltas como en proyectos amplios, lo que nos llevó a compartir situaciones donde el trato azoriniano dio paso a la vinculación humana y de amistad. Los eventos fuera de nuestra tierra facilitaban un contacto más prolongado, ya fuera en los Coloquios internacionales de la Universidad de Pau en Francia como en la mítica Residencia de Estudiantes de Madrid, o incluso en congresos dedicados a otros autores relacionados con Azorín, destacando uno sobre Antonio Machado en Segovia donde expusimos una comunicación conjunta. Y hablo también de iniciativas no académicas que fueron hitos azorinianos, como el traslado de los restos del escritor desde Madrid a Monóvar en el tren puesto por RENFE en 1990 –Payá se había encargado de asesorar sobre la cantidad de artículos firmados por el escritor sobre el ferrocarril para obtener el concurso de la compañía–, y en cuyo vagón-comedor compartimos cena y tertulia hasta la madrugada con Santiago Riopérez, biógrafo de Azorín, y –¿por qué no decirlo?– con el humo de sus puros, que tantas veces soportamos y comentábamos.

Con la celebración en 2017 del cincuenta aniversario, Payá vivió la última gran efeméride sobre el autor, el último gran evento de un año de duración. De no haber caído en una profunda crisis la Fundación Mediterráneo en estos últimos años desde que desapareció la CAM, es posible que Payá hubiera justificado celebraciones posteriores. Pero la Casa Museo quedó en la década pasada relegada a ser únicamente un escenario para visitas museísticas o para ceder su sala de actos, sin el impulso de antaño para mantener la atmósfera azoriniana creada a pesar del patrimonio que contiene.

El caso es que Payá tuvo una participación mayor en 2017 con su colaboración en actividades patrocinadas por otras entidades. Viví desde dentro las promovidas por la Diputación de Alicante y el IAC Juan Gil-Albert y como director de este organismo propuse su incorporación a la Comisión Asesora de la revista Canelobre un año antes, precisamente para la coordinación conjunta del número monográfico de esta revista que se tituló Azorín. Clásico y moderno. También formó parte del Comité organizador del Congreso internacional Azorín en la modernidad literaria. La Diputación, por su lado, le eligió como uno de los dos comisarios de la importante exposición Azorín, la fama póstuma. Como director de la Casa Museo, intervino en el documental Azorín. La imagen y la palabra, coproducido por la corporación provincial con RTVE y emitido en el programa Imprescindibles de La 2. No solo se puso delante de las cámaras: prestó además una fluida colaboración. Tampoco hay que olvidar sus intervenciones en los homenajes organizados por el Consell Valencià de Cultura en Valencia y la Biblioteca Nacional de España en Madrid. La propia directora de la BNE, Ana Santos, visitó en septiembre la Casa Museo.

Los actos de Argamasilla de Alba fueron por tanto unos más en los que participó durante el cincuentenario. Pero aunque tuviesen lugar en una localidad de siete mil habitantes le aportaban un simbolismo diferente por su predilección por La ruta de Don Quijote. El libro recobró un gran impulso con Mario Vargas Llosa tras su discurso de ingreso en la RAE en 1996, al decir que era "uno de los más hechiceros libros" y confesar que, gracias a su lectura, abordó el Quijote completo. Vargas Llosa se convirtió en el mejor publicista de Azorín; el impacto que produjo en Payá fue considerable. Y el recuerdo que guardaba del paso del escritor por la Casa Museo era además excelente, reforzado por el artículo que publicó Vargas Llosa en El País en 1993, en el que introdujo un retrato literario del director. "José Payá Bemabé –decía– es todavía joven pero, a tenor de lo que conoce del caballero José Martínez Ruiz, por cuya Casa-Museo de Monóvar, biblioteca y papeles vela con mano firme, parece antiquísimo. Es grueso y ágil, de traje entallado y unos anteojos submarinos detrás de los cuales acechan unas pupilas que se pasean sobre las montañas de libros y documentos con la seguridad del pastor avezado al que nunca se le escapa una oveja […] Se diría que no sólo se ha leído, también memorizado, todo lo que hay aquí".

Sabemos que el comentario era real. Se trataba de una experiencia vivida por muchos: la del Pepe Payá sirviéndote un documento que sabía que te iba a interesar, o poniéndote en la pista de otro papel como un pescador que lanza el hilo de la caña a la espera de que el pez –investigador, periodista o visitante– muerda el anzuelo y quede enganchado sin escapatoria, ampliando el efecto del descubrimiento.

El rally que iba a arrancar un sábado de octubre en Argamasilla de Alba podría ser una evidencia de su táctica. Se había presentado allí años atrás y ahora podía ver lo que buscaba en todas partes: que Azorín no fuera solo un refugio para especialistas –a quienes en cambio creía necesarios para difundir su imagen renovada– y llegara al máximo de público y espacios. Verle homenajeado por una asociación de coleccionistas de coches antiguos con conductores procedentes de distintos puntos de España ponía en claro que las formas del azorinismo –su profesión, su pasión– eran múltiples.

Pudo sentirlo al oír el rumor del arranque sincronizado de veintidós motores en una mañana soleada, a unos metros del busto de Azorín y al lado mismo de donde estuvo la fonda de la Xantipa que le acogió en 1905. Pudo sentirlo en ese momento y en el que siguió al instante, con la fila de coches iniciando su marcha lenta en homenaje al que quizá era el libro que más le gustaba de Azorín.

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