Hace ya casi quince años conocí a Chus Sánchez en un taller de escritura con Luis Leante (amigo y grande de la literatura). El primer relato que Chus escribió se titulaba ‘La niña envenenadora’ y enseguida me di cuenta de que no era mi compañera una mujer corriente. A las pocas semanas solo quedábamos las dos en el taller. Allí fue donde forjamos una amistad que hoy perdura. Ella ha seguido con éxito por la senda literaria y se mueve por medios y redes como pez en el agua. Su marido, Jorge Crivillés, es pez en el agua literalmente. Tiene agallas, lo sabemos.
Chus me contó que Jorge sufría dolores de espalda y el médico le había aconsejado nadar. ‘El sábado nada hasta Tabarca’, me dijo, y nos pareció a las dos una barbaridad. ‘Ha empezado a nadar, y ya no va a parar hasta que se nade el mundo entero, lo sé, tú no lo conoces’.
En realidad yo sí lo conocía, de nombre y de vista, porque los dos habíamos estudiado en los Jesuitas. El Colegio Inmaculada era el único centro escolar en Alicante con piscina olímpica, y Jorge se ríe cuando le digo que si Sergio, el profe de gimnasia, nos mandaba a nadar, al segundo largo yo me afonaba sin remedio. Solo se puede apreciar verdaderamente el valor de lo que hace otro cuando has probado a hacerlo tú. Es por eso que sé con certeza que Jorge es sobrehumano y va por ahí camuflado de civil.
Chus tenía razón, en pocos meses, de la Isla de Tabarca pasó nada menos que a la Isla de Manhattan, que rodeó a nado como si nada. Recuerdo la fiesta sorpresa de bienvenida que le organizó su mujer, y la cara que puso Jorge al entrar. Me dijo que no entendía qué hacía allí junta peña tan diversa hasta que empezamos a aplaudir. Luego siguieron Molokai en Hawái, donde le rodearon los tiburones a pesar de llevar un inhibidor en el tobillo, pero él siguió. Santa Catalina en California, donde al terminar recuerdo que se puso a hacer una barbacoa. Tsugaru en Japón, donde verlo nadar casi en la oscuridad por encima de olas gigantes te ponía la piel de gallina en la comodidad de tu cama. Siempre con el apoyo de la Fundación Asisa y con un fin social.
A pesar de que le picaran las medusas, chocara en la brazada con tortugas y plásticos, se le pelara la lengua (sí, la lengua se pela) y le dieran calambres, Jorge iba cruzando los estrechos del mundo como si nada (nadando). El Estrecho de Gibraltar y el Canal de la Mancha ya nos parecían hasta hitos menores. Entonces llegó el Canal del Norte, donde la temperatura del agua era tan baja que hubo que sacarlo, al borde de la muerte por hipotermia (Jorge nada a pelo, sin neopreno). Le escribí diciéndole que a veces hay que tener más valor para cejar que para persistir, y le mandé una canción de Loquillo con letra de Juan Mari Montes: ‘La vida es de los que arriesgan’, que ya forma parte de la banda sonora de su vida. Ya antes de irse de aquel mar gélido, reservó el barco con su capitán para volver, y al verano siguiente regresó y alcanzó a nado la costa de Irlanda, a pesar de que las aguas apenas habían aumentado la temperatura un gradillo o dos.
Otro reto que se le resistía fue el del Estrecho de Cook, en Nueva Zelanda, donde el viento no daba tregua, y hubo casi que atarlo para que transcurridos varios días no saltara al agua harto ya de esperar a que mejorara el temporal. Al final, otro reto conseguido, y a la Triple Corona le añadió los Siete Mares, siendo el primer español entre los poquísimos en el mundo que lo han conseguido.
Por entonces recuerdo que le animé para que se apuntara conmigo a yoga Iyengar en Mar en Calma (así se llama el centro). Jorge siempre dice que ‘Las aguas tranquilas nunca forjaron grandes marineros’ (ni nadadores). Pero como también practica el surf enseguida hizo buenas migas con Raúl, nuestro profe surfista. La llamada de las aguas, el Covid y el curro, hicieron que Jorge se alejara temporalmente del yoga, pero sé que volverá.
Pasó la pandemia, con Jorge en dique seco por las muchas veces absurdas restricciones. Tras un percance de rotura de peroné (ocurrió corriendo) entraba ya nuestro héroe en la cincuentena, ay que ver, el tiempo pasa nadando, y Chus organizó otra fiesta sorpresa donde nos juntamos de nuevo familia y amigos para celebrar. Recuerdo que esa noche acabamos en La Iguana a las tantas, jugando al futbolín.
En fin, que a estas alturas me he puesto tantas camisetas de reto y le he apoyado tanto en espíritu, que el sábado día 8 de junio me emocioné al verlo llegar nadando a la Playa del Mal Pas en Benidorm. Le antecedía su inseparable amigo y kayaker, Rafa, y en los últimos metros se les unieron algunos nadadores. Alguien se había llevado una corneta y se oían gritos de bravo.
En noviembre anterior, habíamos acudido todos con nuestras camisetas azulonas del reto, a pesar de que una bajada traicionera de las temperaturas lo había frustrado. Y ahora, siete meses después, ahí estábamos todos otra vez, familia y amigos, en el Club Náutico de Benidorm, que por cierto es como retroceder en el tiempo. Y Jorge nos saludó y abrazó a todos, y se tomó una cañita con jamón y queso. Otra prueba de que sin duda es sobrehumano.
El lunes, después de haber nadado quince horas seguidas con mar de fondo, ya estaba en Murcia trabajando. Jorge es un grande, es enorme, sencillo, valiente, entusiasta, divertido, espartano apasionado (bonita mezcla), solidario, altruista, nadando siempre a favor de los enfermos oncológicos, en especial ahora de los niños. Jorge no pide nada (pedir es tener carencia), y nosotros sus amigos tampoco pedimos, sino que exigimos un reconocimiento de sobra merecido a un titán alicantino de la natación. En el pueblo de su madre, Pozo Amargo, ya se lo hicieron, mientras aquí en su ciudad, ni un mensaje de enhorabuena por parte de las autoridades.
Detrás de la piscina del Colegio Inmaculada está la Serra Grossa, y al otro lado, la carretera de la Cantera y, el mar. Coincidiendo con el reto cumplido de Jorge de ser el primer nadador en el mundo en unir a nado nuestras dos islas alicantinas (Tabarca y Benidorm), se ha inaugurado una vía peatonal que bordeando el mar discurre desde Alicante hasta la Albufereta, y a la que bien podría dársele el nombre de Jorge Crivillés. Varios deportistas alicantinos tienen calles y avenidas a su nombre. Visualizo en esta vía una estatua realista, discreta, como la de Federico Martín Bahamontes en Toledo, pero sin bicicleta, claro. Jorge haciendo el gesto ‘shaka’ con la mano, por ejemplo. Luego, que los alicantinos soberanos la llamen Vía del Trenet, o Camino de la Cantera, o lo que quieran (¿Acaso no lo han hecho con la Rotonda del Queso?, jaja), pero que lleve su nombre, que quede constancia en nuestra ciudad, de que Jorge es profeta en su agua. Lo sencillo no quita lo épico. Propongo también a Jorge Crivillés para el Premio Princesa de Asturias del Deporte. Sin duda cumple con los méritos para que se le conceda. Solo tiene que comprobar la Fundación sus hazañas, y nosotros, como hace Jorge con sus retos, visualizarlo. Nos ponemos a ello, espartanos, confiando en juntarnos pronto otra vez para una celebración por todo lo alto. La vida también es de los que celebran.