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Joan Ribó, una vez más

Foto: KIKE TABERNER
24/09/2022 - 

Esta semana se ha confirmado lo que era desde hace cierto tiempo un secreto a voces: que el alcalde de València, Joan Ribó, se presentará a la reelección y aspirará a un tercer mandato. Una decisión que viene motivada por razones diversas (entre ellas, como es obvio, por la voluntad de la persona que se presenta para tratar de reeditar su mandato), y poderosamente condicionada por el contexto de la formación a la que pertenece Ribó.

Los rumores de retirada de Ribó han proliferado casi desde que ocupó la alcaldía, fundamentalmente por una razón: su edad. Cuando accedió a la alcaldía, con 67 años, parecía que Ribó iba a ser un alcalde de un mandato, después un alcalde de dos mandatos, y ahora (si él y sus socios suman), como mucho un alcalde de tres mandatos... ¡Y ya está! ¡Conforme acabe su tercer mandato se retira seguro!

Estos debates, realmente, sólo tienen sentido si el protagonista de los mismos alienta la sensación de interinidad o de que su retirada está cercana, como ha hecho a menudo el propio Ribó. Pero, al final, si un alcalde en ejercicio quiere repetir, no tiene sentido ponerse barreras para ello, y tampoco la barrera de la edad. Miremos al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, que lleva 22 años en el cargo; también acaba de anunciar que se presentará a la reelección (con 80 años, por 75 de Ribó). Y con Francisco de la Torre, además, concurre la circunstancia de que lleva anunciando su retirada desde hace cierto tiempo (en 1977, hace apenas nada, la mujer de Francisco de la Torre ya le pedía entonces al político que por favor no se presentara a las elecciones. Sin mucho éxito, como puede comprobarse 45 años después).

Joan Ribó. Foto: KIKE TABERNER

Por otra parte, el contexto político había convertido casi en inevitable la decisión de repetir, fundamentalmente por la ausencia de un relevo visible en Compromís que pudiera sustituir a Ribó con ciertas garantías. Los problemas judiciales (ya veremos con qué recorrido, o si con algún recorrido) de la exvicepresidenta del Consell Mónica Oltra, que parecía el relevo más claro de Ribó, así como el grado de conocimiento y de perfil político relativamente menores de los demás concejales de Compromís, desaconsejaban realizar ahora el relevo. De hecho, el relevo, en política, siempre es mucho mejor hacerlo desde el poder, a mitad o incluso al inicio del mandato. El poder confiere visibilidad y presupuesto para desarrollar proyectos, y con ello liderazgo y carisma, a poco que las cosas no se tuerzan.

El relevo de cara a las próximas elecciones era desaconsejable no sólo por la falta de "cantera", sino por el contexto político, extraordinariamente difícil. El bloque de izquierdas obtuvo la alcaldía en estas dos legislaturas siempre por la mínima, por un solo concejal, tanto en 2015 como en 2019 (si bien es cierto que en ambos casos con un 4% de votos de izquierdas, correspondientes a Esquerra Unida en 2015 y a València en Comú en 2019, que no obtuvieron representación). Y alcanzaron sendas victorias en ambos casos gracias al excepcional resultado de Compromís, motivado en buena medida por el tirón electoral del alcalde y su capacidad para presentarse como un candidato transversal para colectivos muy diversos.

La alcaldía de València es la joya de la corona de Compromís. Su mantenimiento en las últimas elecciones municipales en buena medida compensó el estancamiento de las elecciones autonómicas de 2019 y la pérdida de varias alcaldías importantes. En 2023, a pesar de un contexto que previsiblemente será de crisis económica, es factible mantener la alcaldía por parte del bloque de izquierdas, dado que las elecciones locales -como es lógico- suelen notar menos en el sentido del voto las consecuencias de la situación económica general, la crispación ideológica, u otros elementos de la agenda mediática nacional. Y es factible no sólo por eso, sino porque hay que decir que en estos siete años es indudable que la ciudad de València ha mejorado y la gestión desarrollada desde el Ayuntamiento se ha hecho notar, sobre todo, en el afán por desarrollar una ciudad más amable para vivir en ella que la que recibieron de Rita Barberá. Lo cual significa aumentar las zonas verdes y los espacios cívicos para el esparcimiento y minorar la habitual preponderancia de los vehículos a motor y los intereses de la gente que se desplaza en coche, que condiciona como ningún otro factor la fisonomía de una ciudad. Algo que se ha hecho y se continúa haciendo desde el Ayuntamiento, resistiendo con acierto las desaforadas críticas de los defensores del tráfico rodado como motor de la ciudad.

Joan Ribó. Foto: KIKE TABERNER

Son reacciones que ya hemos visto en el pasado: desde la oposición primero se critican las medidas, luego se asumen, y finalmente se reivindican como propias, más que nada porque son cosas que están también asumidas desde hace años en el mundo civilizado, como que hacer una ciudad para los coches es un sinsentido, aunque en España tengamos el factor siempre perturbador de la capital, esa Kinshasa europea que nos gobierna desde sus miles de carriles, y sus apetencias.

En este estado de cosas se vuelve a presentar Ribó, buscando que su tirón electoral y las realizaciones de estos años sean suficientes para paliar los errores cometidos y el mar de fondo de la crisis que se avecina. Una partida que previsiblemente se reducirá a cuatro, como mucho cinco, jugadores: dos en el campo de la derecha, PP y Vox (parece improbable que Ciudadanos obtenga representación), y dos o tres en la izquierda: Compromís, PSPV y la incógnita de si entrará también Unidas Podemos o cualquiera que sea la configuración de ese espacio político que nos encontremos (juntos, como en 2019, o por separado IU y Podemos, en cuyo caso será aún más difícil que alguno de los dos logre superar el umbral del 5% de los votos). Y, en el supuesto de que la izquierda vuelva a sumar, ya tendremos tiempo de entretenernos con la siguiente incógnita: ¿será este el último mandato de Ribó?

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