Mi amigo Miquel Hernandis me deja el muro de Twitter perdido de ironía y bostezos. “¿No estáis ansiosos por escuchar las propuestas de cultura que harán en el #DebateElectoral?”, pregunta, poco antes de que comience el programa en el que cinco candidatos a la presidencia del Gobierno exponen sus argumentos. Que no es exactamente lo mismo que un debate. Horas después, Miquel encuentra la respuesta a la pregunta que no había lanzado. Efectivamente, solo Pablo Casado, hay que ver, cita de soslayo la cultura para asegurar que implantará la Ley de Mecenazgo que tantos años lleva el PP anunciando y que jamás, en ninguna de las legislaturas que comandó, se acercó siquiera a redactar. El resto es ruido y nada. Cerca de la una, Miquel, una de esas personas que dice que madruga, se queja al final de que la cosa podría haber empezado antes.
A la conclusión, yo, una de esas personas que dice que trasnocha, compruebo en la misma red social que tampoco se ha citado a la ciencia o la investigación. Y en cuanto a la educación, solo la recuerdo en términos de adoctrinamiento. Tanto de un lado, el que denuncian que se practica en algunas comunidades para romper España, como de otro, el que solicitan con fervor católico los que también pretenden romper España, aunque sin tener conciencia de ello. En resumidas cuentas, todo aquello que puede conducir a un futuro próspero, más que la economía, que es de aplicación inmediata, debe de haber sido incautado en el arco de metales del acceso al Palacio de Cristal. O quizá permaneció olvidado en la carpeta que todos los asesores de los participantes guardaron en la sala de las ovaciones y los abucheos.
Del resto del presunto debate, nada que no hubieran advertido los políticos en sus discursos de apertura. Debemos centrarnos en lo que nos une. Que es todo lo contrario a lo que marcan las reglas del juego de un debate en condiciones. Esa frase, que me hizo levantarme a preparar la cena en una cocina que dista varias paredes de mi televisor, la creí en su momento patrimonio exclusivo de Mariano Rajoy. Pero no. Resulta que lo que nos une a todos los españoles es nuestra incapacidad para el consenso y el razonamiento civilizado y bajo los parámetros que dicta la Constitución.
Los postulantes hablaban con palabras medianamente reconocibles, sobre asuntos evidentes, pero con ese cariz oscuro que tiene la jerga marinera, que solo queda bien en los relatos de Conrad. No barajaban en sus intervenciones casi ninguna de las preocupaciones reales de los ciudadanos de a pie, y cada monólogo sonaba a definición exacta de un artilugio de barco. Copio del diccionario: “Caja cubierta con encerados que se construyen sobre la regala de los buques, a lo largo de esta, y en que se acomodan o recogen los coyes de la tripulación”. Reconocemos las palabras caja, construir, buque, acomodar, recoger o tripulación. Como en el supuesto debate reconocíamos que se hablaba de Cataluña, de impuestos, de política y hasta de xenofobia. Lo que no sabíamos, como tampoco sabemos qué hará cada partido en el caso de que llegue al poder, es que se trataba de la descripción de una batayola. Me entraron ganas de despertar a Miquel con una llamada de teléfono. Pero ya era muy tarde. Y no estoy seguro de que entienda de barcos.
@Faroimpostor