VALÈNCIA. La catalana Isabel Coixet es una de las directoras más prolíficas de nuestro país, ella odia que la encasillen pero es la verdad. Se mueve perfectamente por todos los géneros, desde las películas más lacrimógenas y sentimentales a los documentales más austeros. Este año cumple 20 años la película que la lanzó al estrellato: Mi vida sin mi, en la que habla del sentimiento de soledad cuando uno está rodeado de todo el amor que cabe en el mundo. Hace menos de un año estrenaba el documental El sostre groc, en el que se acerca a la realidad de nueve mujeres que sufrieron abusos sexuales en el Aula de Teatre de Lleida a manos de dos de sus profesores. A estas películas les acompañan también historias que navegan desde la cotidianidad más absoluta, como las que se relatan en la serie Foodie Love, hasta relatos de gran crudeza como Nadie quiere la noche.
Siempre cuenta en las entrevistas que empezó a hacer cine con una cámara de 8mm que le regalaron en su primera comunión, lo que en un salto temporal le llevaría a convertirse en una pieza clave del séptimo arte en el país. Galardonada con ocho Premio Goya y con el título francés de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras la directora -cámara, guionista y de todo lo que le echen- es también Premio Nacional de Cinematografía. Ahora se acerca a València para recoger el Premi Pau i Justícia del Humans Fest, festival de cine que se celebra en la ciudad del 1 al 9 de junio. El festival, que este año centra su programa en la perspectiva de género, le premia por su potente crítica social y su fortaleza a la hora de contar la historia de las chicas de El sostre groc: “No me lo merezco, ojalá haber hecho algo por el mundo”, explica la directora sobre el galardón, “me hubiera gustado hacer algo por la paz y la justicia, lo más cerca que he estado es hablar con las chicas, pero la tiene justicia la tiene que dictar un banquillo”.
Además, La Filmoteca prepara un ciclo dedicado a la directora en en que podrán verse también las películas que le han inspirado a lo largo de su carrera, como Wanda (Barbara Lorden, 1970) y Sin techo y sin ley (Agnès Varda, 1985), películas de aquellas que fueron referentes para la creadora que ahora lo es para miles de personas, aunque esos títulos “le den bastante igual”. Tras recibir el Premi Pau i Justícia la directora se cita con Culturplaza en un acogedor hotel para conversar sobre su carrera, haciendo retrospectiva y celebrando la capacidad para crear cada vez nuevas historias.
-Antes de comenzar, ¿cómo estás?
-Bien, todo bien. Empecemos.
-Este año cumple 20 años Mi vida sin mi, la revisonaba ahora que tengo la edad de la protagonista y me preguntaba sobre tus claves para tratar la soledad
-Para mí la soledad es algo natural, vivir y habitar la soledad es uno de los grandes temas de mi vida. Ahora vengo de rodar la adaptación de Un amor, de Sara Mesa, que habla sobre la soledad que va a caballo entre la buscada y la que no te queda más remedio de aceptar. Viendo el montaje, que lo estamos perfilando me quedo abrumada.
-Decías en una entrevista para El País, que cada vez que haces una adaptación de una novela sientes que ya es la última pero luego te enamoras de nuevo, como supongo que ha pasado con Sara Mesa.
-Sara Mesa es una escritora increíble, hay algo en su obra que raspa, duele y que no es nada complaciente. En este mundillo tú sabes cuando un escritor te quiere camelar, y no es el caso de Sara, ella quiere hacerte daño. Yo pensé que había sido esa mujer en algún momento de mi vida, y me preguntaba por qué he hecho esas cosas… y por qué me he hecho daño conscientemente.
-¿Cuáles son las claves para acercarte con la cámara a los actores?
-Es muy difícil rodar si no existo que lo que cuento tiene sentido. Cuando ruedo pienso que si me emociona a mi emocionará a alguien más ahí fuera. Yo soy muy buena espectadora, y siempre intento ponerme en el lugar del espectador ideal, del que el 50% soy yo [ríe]. Mi trabajo con la cámara es muy instintivo, llego a la localización y modifico la secuencia según le veo el sentido. Rodar es un trabajo casi de arquitectura.
-Muchas veces te consideran como referente de las emociones, cuando una de las cosas que más odias es que te definan por lo que dices.
-Veo la necesidad de que me metan en “cajitas”, pero llega un momento en el que te la sopla todo lo que digan de ti. El otro día vi el making of de Cosas que nunca te dije, que tiene 20 años, y en el momento en el que hablamos sobre el feminismo y qué es ser mujer yo creo que las diría tal cual a día de hoy.
-¿Te consideras referente?
-Cuando la gente va yo he ido y he vuelto cincuenta veces. La vida que yo he tenido es de origen obrero, nadie en mi familia ha hecho cine -menos su abuela que fue taquillera de cine- por lo que privilegios cero. La educación y la formación me la he buscado yo, ya sea por ansiedad o por curiosidad malsana, que te lleva a cometer miles de errores. Llega un momento que asumes lo que eres y ya está.
-Al llegar a la industria del cine te sentiste pionera? Por ejemplo, cuando rodabas con Estados Unidos.
-Nunca he tenido un plan, las cosas me van surgiendo. Me pareció normal currar en Estados Unidos y desarrollar historias allí.
-No hace falta irse lejos para contar grandes historias, ruedas El Sostre Groc en Lleida, y hace poco la definías como la consagración de tu carrera… ¿De qué sientes orgullo con esta película?
-Siento que el documental les ha devuelto algo a las chicas del Aula de Teatro de Lleida, les ha devuelto un lugar en la sociedad en la que viven. Además ahora les han dado la medalla de la ciudad, ahora pienso en lo que tendría que pasar: un juicio para este señor… aunque mantengo mis esperanzas porque se ha vuelto a abrir la investigación. Cuanto más tiempo pasa peor va la cosa, es complicado.
-Pero con el documental algunas se muestran por fin recompuestas, como si esa conversación contigo les ayudara a “perdonarse”.
-Yo notaba que les dolía mucho la herida. Muchas evitaban pasar por el teatro, y siento que es horrible que en la ciudad en la que has nacido tengas que evitar algunos lugares, aunque es algo que a todos nos pasa en menor o mayor medida. Lo que hago con el documental, de alguna manera, es intentar que vuelvan a reconciliarse con esos espacios.
-Tanto en tus documentales como en tus películas intentas, en cierta medida, huir de las exageraciones.
-En ningún caso hace falta recurrir a explotar el texto, lo hago por naturaleza. En el caso de este documental quería que se viera la demonización de la víctima, y el horror que tienen que vivir al contar la historia una y otra vez. La víctima pasa por momentos mucho más dolorosos que el acusado, y eso me parece una terrible injusticia.
-En tu discurso al recibir el Premio Nacional de Cinematografía hablas de no ser un oráculo, y citas a uno de tus personajes que dice: “Entender de todo hace la mente perezosa”... ¿De qué no entiende Isabel Coixet?
-Me alegra que me lo preguntes, de muchas cosas. Una de las cosas que más me amarga la existencia es pensar que me iré de este mundo sin entender nada. No entiendo de muchísimas cosas, como la física cuántica [ríe] pero es que siempre te preguntan de todo… Desaparece Sálvame y te preguntan a ti, cuando el último programa que vi fue hace 10 años…
-Pero First Dates que no te lo toquen
-¡No soy una intensa todo el día! [ríe] y sí, First Dates es otro rollo.