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reflexionando en frío / OPINIÓN

Hogueras y provincianismo

27/06/2023 - 

Era joven e inocente, había llegado de Madrid hacía unos meses, empezaba en el instituto con los nervios de un forastero en un nuevo paisaje árido y desértico. Como en las películas del Oeste de John Wayne, mis ojos inspeccionaban el entorno con la prudencia propia del que todavía no conoce la idiosincrasia del lugar. Temor que era todavía mayor entre los autóctonos, sobre todo en aquellos a los que al enterarse de que venía de la capital me reprochaban que los madrileños pensaban que las costas levantinas eran una extensión de las playas que no tiene Madrid, por mucho que Borja Sémper y el PP se empeñen. En mis primeras semanas, cuando ya había hecho buenas migas con los lugareños, uno de mis compañeros seguía sin dirigirme la palabra, permanecía altivo y giraba la cabeza ante el mínimo contacto visual. Al preguntarle a los otros sobre la situación ellos justificaron su conducta por la importancia que tenía la familia de este, propietaria de un concesionario de coches en la ciudad.

Una de las cosas que más me llamó la atención cuando vine a la terreta fue la capacidad de darle importancia a cualquier novedad o empresa que se vislumbre en la ciudad; se abre un restaurante, funciona durante dos meses y al propietario se le dan galones de estrella Michelín. En Madrid sería uno más, la gente le conocería de pasada, aquí a las primeras de cambio hacemos instagrameable cualquier local.

Alicante es una ciudad grande pero con el alma de un municipio pequeño, andamos como un ave de corral cuando podemos volar como las águilas. Al percibir el ambiente fogueril, por ejemplo, no sé si estoy en las fiestas del pueblo o en una urbe que se precie. Ha perdido toda la elegancia de años pasados, y en ocasiones no parece más que una excusa con brilli brilli para emborracharse, parar el tiempo o retroceder en el pasado. Gentes de cuarenta años que se desmelenan y actúan como si su edad fueran los nuevos veinte. Creo que todo tiene sus etapas, y si haces lo mismo que hacías hace diez años, sinceramente, no has madurado. La fiesta grande de la ciudad por antonomasia parece una oda a la infantilización, al no crecer nunca, al despiporre y al desatar los instintos más básicos. Me repele la gente que viste, se comporta, come, reza y ama como si tuviera menos años de los que en realidad tiene.

Otra de las cosas que me llama la atención es la capacidad de, como diría un amigo, ser conscientes de su propia importancia. Personas que cuando abandonan la provincia son verdaderos desconocidos, individuos que al salir del límite municipal del último pueblo nadie se para a saludarles. No son conscientes de que su fama es relativa, efímera, cuya fecha de caducidad está determinada a unos kilómetros a la redonda. Relevancia que se aseguran de mantener incluso en ciertas festividades como las hogueras, ocupando los mejores sitios y la barracas más glamourosas, con manteles egipcios en lugar de esos de papel; con vino Rioja en vez de sangría. Me hace gracia que unos determinados personajes tengan que ocupar unos sitios privilegiados por el mero hecho de ser quiénes son. A veces da la sensación de que hay ciudadanos de primera y de segunda. Me recuerda a aquella vez en la que escuchando misa en un pueblo inhóspito de Castilla, el sacerdote, antes de empezar el sermón invocó unas palabras de honor y reverencia a las autoridades presentes: el alcalde y sus concejales. No hay lugar como las provincias para darse cuenta de cómo el hombre moderno ha creado sus propios tótem. Ídolos que abarcan desde el hostelero de la esquina, al cronista local o al regidor de turno como uno de los miles que ha habido a lo largo de la historia. La sociedad necesita líderes y si no los tiene, los crea, aunque sean de cartón piedra cual hoguera.

Como los ninots, polvos son, y en polvo se convertirán, serán pasto de las llamas del paso del tiempo.      

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