La editorial de los títulos en formato novela de kiosco publica esta historia distópica en la que el verdor vital se enfrenta a la zarza ardiente de una nueva y vieja inquisición
VALÈNCIA. Existe un problema de base con las ediciones en grandes formatos y es que no han sido diseñadas para leerse, sino para exhibirse. No hay nada más incomodo que un libro excesivamente voluminoso o rígido. Salvo que vaya a leerse en un púlpito, tal cosa carece por completo de sentido: no se puede trasladar con facilidad, no se puede leer en la cama ni en el sofá, no es maniobrable. Los libros de esta naturaleza son más regalos que lecturas. No cabe duda de que el libro preferido de quien disfruta leyendo es el de bolsillo con cubiertas flexibles. Sienta bien a las buenas historias, las hace móviles, permite que conozcan mundo. Hubo un tiempo en que era común encontrar, además, novelas en ediciones todavía más manejables: relatos escritos con el fin de entretener, de ser consumidos con facilidad, sin grandes pretensiones literarias pero que indudablemente han marcado a generaciones: desde el western a la ciencia ficción pasando por lo romántico (en su acepción amorística) o lo detectivesco.
Estas ediciones de consumo rápido terminaron sucumbiendo ante formas de entretenimiento audiovisuales, y quienes las creaban, auténticas máquinas humanas de escribir, marcharon al retiro élfico de las leyendas con pseudónimo. Cómo habrían podido imaginar que no mucho después, solo unas décadas, la mayor tienda del mundo, un monstruo producto del capitalismo terminal, se vería obligada a restringir a tres las novelas que un mismo autor puede publicar al día en su plataforma. En la era de la IA, tal ritmo es un objetivo asumible. Dentro de un tiempo, quizás, el asunto irá más allá y podremos disponer de historias a la carta creadas en tiempo real por una inteligencia algorítmica para nuestro uso y disfrute instantáneo. La inteligencia humana y la sacrosanta creatividad van a ser superadas sin remedio, igual que ya hemos sido superados en otros campos, como el de los juegos (véase el ajedrez o el go).
Y entonces, Proyecto Estefanía. Un sello obra de Heme Brazo que tiene como finalidad obviar la actualidad o la tendencia para configurar una colección de títulos en ese formato entrañable y portátil a base de historias con tanta calidad como pocos prejuicios. En el caso que hoy nos atañe, De lo que Dios nunca tuvo que hacerle a Mrs. Kintsugi ni a medio mundo, la autora Gabriela Pavinski nos ofrece un paisaje devastado por la sequía en el que un brote vegetal se enfrenta a la inquisición de los hombres que odian a las mujeres, a una sociedad asfixiada por la superstición y una nueva-vieja forma de tradición criminal. La historia discurre en esta tierra abrasada a través de una familia que sobrevive respetando escrupulosamente las normas de otros, rindiendo culto a un líder pretendidamente divino encarnación de la patria siniestra.
En este contexto, el brote convertido en esperanza antagónica a la zarza ardiente destruye a enemigos y da vida, y con el agua de la vida precisamente provoca una inundación en forma de torrente inevitable. Todo precedido de una tracklist protagonizada casi al completo por Rosalía, y narrado, y esto es lo más especial del título, con un estilo de canción popular conseguidísimo, tal como el que sigue: “¡Ha salido un brote de la tierra, madre! Deste páramo yermo y de fuego ha nacido un brote de vida. ¡Madre! ¡Corra, venga a verlo que no dará crédito su vista de comprobarlo tan verde, recto, grácil, y de sangre corriendo por el tallo tan lleno! ¡Aprémiese, madre! Que desde la ira del padre de Cristo lo único que crece desta tierra son los hijos. Y los hijos esperan carne, madre. Venga antes de que compruebe ques una ensoñación del Diablo que me castiga desdel día de la catástrofe. ¡Venga! ¡No se demore! Pero qué dices, niño. Cómo dices que puede ser eso si el suelo está muerto. Cómo va a brotar un tallo verde deste barro seco. Vamos pa casa padentro que hace un mal viento de fuego […]
—Querida planta. No sé si eres buena o mala, pero mi corazón tiene un no sé qué contigo desperanza y después de arder como la Zarza, no me quedan muchas más dudas que plegarias. Así pues, hinco las rodillas sobre tu tallo que crece cada dos horas y te ruego que, si no es mucho lo que pido, me dejes embarazada. Pues hace ya ocho años que no concibo y me aprieta La Patria para que le dé más hijos. Volveré a casa arrodillada para darte en ofrenda mi dolor y que así, formules vida en mi entraña. »Ave María purísima [frente, pecho y hombrada] […] —¡Mujer! Marcho a mi jornada. A ver si hoy ando con un poquito más de prisa y con suerte el sobrante de la energía para el futuro nos la regalan. Y tú, mujer, educa mejor este niño que ha venido diciendo ya cosas muy raras que no deben ni pronunciarsen casa. »Pero qués toda esa sangre de tus rodillas, ¿que acaso ahora por ahí las mujeres también sangran o es que has venido arrastrada? Dios mío, menos mal que río porque... ¡menudas cosas me pasan!—Aquí tesperamos, Francisco. Y por el resto, tú no te preocupes de nada que ahora lenseño al niño quién manda y me curo la sangrada”. La propuesta de la autora es realmente sorprendente, y es una demostración de buen gusto, a nivel literario y editorial. Lo castizo y lo onírico se entreveran en el resarcimiento que trae una diosa reconstruida, tal y como indica uno de sus múltiples nombres: el kintsugi es el arte japonés de arreglar fracturas en la cerámica con barniz de resina mezclado con polvo de oro, desde la concepción de que tanto estas roturas como sus reparaciones forman parte del objeto y deben ser visibles porque son parte de su historia. Mrs Kintsugi es la respuesta vital y liberadora que se enfrenta al erial. Es ficción, pero ojalá algún día sea un Amazonas.
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