ALICANTE. La construcción del pantano de Alicante (actualmente denominado de Tibi), a finales del siglo XVI, dio lugar a que, ante las expectativas de poder disponer de agua para regar la fértil Huerta de Alicante, un alto personaje de la corte de Felipe II, el catalán Pedro Franqueza y Esteve (1547-1614) decidiera crear una nueva población en dicha huerta. Franqueza se valió para ello, principalmente, de tres cosas: la información privilegiada que, en cuanto que secretario al servicio de Felipe II, pasaba por sus manos y gracias a la cual sabía que, pese a las dificultades, el pantano se concluiría; la posibilidad de sacar un nuevo brazal de riego, desde la acequia mayor, para las tierras que él había adquirido (lo que únicamente pudo hacer por ser quien era) y la hábil labor desempeñada por sus lugartenientes en Alicante, entre ellos Damián Miralles.
Fue precisamente Miralles quien, hacia 1589, aconsejó a Pedro Franqueza adquirir una gran porción de tierras situadas “bajo el riego del pantano” y en un lugar que permitiera “tomar el agua desde el partidor del Conchell y guiarla por las acequias viejas”, cuyo trazado convenía alargar. Miralles hizo esta recomendación a Franqueza, convencido de que la entrada en servicio del pantano reportaría muchos beneficios para el territorio alicantino. Además, dada la cercanía al puerto de Alicante, dar salida comercial a su producción agrícola resultaría fácil. Las tierras escogidas se localizaban en las partidas alicantinas denominadas Palamó, Enseguins, Orgegia. Sobre la primera de ellas y con diseño y planimetría del ingeniero Cristóbal Antonelli, se levantaría Villafranqueza.
¿Qué había en la partida del Palamó antes de que Franqueza y sus hombres empezaran a actuar en ella? Junto al lugar escogido para levantar la nueva población, existía una heredad denominada “Palamón de Arriba o Palamons de Balthasar Vidanya”, que disponían de casa y torre, además de dos fuentes y dos balsas; el bancal imperial, el “Palamón de más baixo” que había pertenecido a Violante Alcaras y de Lloazes de Orihuela; la “heredad de orgegia” (denominada en los documentos originales como “orjeja”, “orchecha” y “orxexia”) con casa y torre y en la que existía una balsa grande con la que se regaba una gran porción de tierras.
En las tierras de dichas heredades había plantados, originariamente, más de 2.000 árboles, principalmente almendros, higueras y granados, además de moreras, garroferos y en menor medida olivos, naranjos y unos pocos frutales (ciruelos, perales, nispolero, albercoqueros). Los documentos mencionan también alguna plantación de cebollas, melones y viñas. ¿Qué producían estas tierras antes de la llegada a ellas de las aguas del pantano de Alicante y su explotación por Pedro Franqueza? A través de un informe elaborado por un individuo de nombre Pere Carratalá de la Maymona, sabemos que su producción era modesta:
Set o huyt quintars de pansa poch mes o menys, quinze cafisos de ammella, quinze o vint quintars de figa, quatrecentes arroves de garrofa […] solament dels arbres llevantlos sembrats forments y civades.
Sobre estos terrenos, se llevará a cabo, en la última década del siglo XVI, una intensa actividad transformadora. Por un lado, a partir de las trazas dadas por el ingeniero Cristóbal Antonelli (el mismo a cuyo cargo estaba la obra del pantano de Alicante), se construirá una población que en sus orígenes fue denominada “lugar de Santa Magdalena”. Fue concebida con planta rectangular, amurallada con “torrecillas en las esquinas para su defensa”, con una plaza en el centro, en la que confluirían las dos calles principales en forma de cruz y en la que se levantarían la iglesia y la “casa del señor”.
Para el cultivo de las tierras adquiridas por Franqueza y con el fin de dotar de habitantes al lugar construido de nueva planta, se recurrió a dos grupos de personas: quienes arrendaron algunas de las heredades adquiridas por Franqueza, convirtiéndose en enfiteutas, y quienes se establecieron en la nueva población como colonos.
Los enfiteutas quedarían obligados perpetuamente a tener las tierras plantadas de árboles que resulten adecuados al terreno y a conservar los linderos, las casas torres y demás edificios que se hicieren en dichas heredades. En cuanto a la renta que debían satisfacer, se especifica que los árboles los tendrían al tercio y los sembrados a medias, dando dos partes de seda, vino y garrofas, debiendo satisfacer primero todos los diezmos y primicias a la Iglesia y a la Corona. Para las tierras de secano, las rentas serían inferiores, debiendo entregar la cuarta parte de los cereales y dos partes de los frutos de los árboles. El lugarteniente de Franqueza, Damián Miralles, recalca que quienes tomaren las tierras como enfiteutas quedaban perpetuamente obligados a mantener el valor de la heredad con sus correspondientes mejoras, recordando que “el proprio nombre de enfiteusis trae que las toman para mejorar y no deteriorar”.
Por lo que respecta a los colonos, como primeros pobladores del lugar constan establecidos 22 vecinos de procedencia diversa: “Bernardo Celfa, de Alicante; Noffre Miralles, Thomas Aracil, Gaspar Aracil, Luis Aracil, Domingo de Asensi, Pedro Luis Beltrán, Damián (¿?) de Monforte; Juan Terol de Muchamiel; Felipe Romero, Juan Romero de Elche; Matias de Vera, Juan Bernardo, Felippe Bernardo, Juan de Santana, Sebastián Bernardo del Casar; Miguel Pérez de Gallipienso, Diego Pérez de Gallipienso de Aspe; Martín Estevan de Saix; Pedro Ortín de Caudete”. Resultan interesantes las referencias a la presencia de moriscos quienes, atraídos por las posibilidades de trabajar y entrar al servicio del Franqueza, se desplazaron hasta el nuevo lugar: “allí han empesado a venir algunos moriscos, se procurase siquiera otros tres o quatro y que a estos se les ayudase con algo para que comprasen mulas y labrasen a medias a lo menos lo que es para trigos y sebadas”.
Franqueza no dudó en expresar su opinión respecto a sus preferencias a la hora de escoger a los colonos, dejando claro que no deseaba se establecieran allí hombres nobles sino trabajadores del campo que puedan cultivar sus tierras y obtener de ellas el máximo rendimiento: “El señor Franqueza recuerda que no desea que en sus tierras se establezcan “hombres de capa negra” sino “labradores que las cultiven por sus manos” que vayan a residir con su familia a las casas que hay en las heredades”.
Y así fue como Pedro Franqueza, aprovechando la información privilegiada que manejaba y haciendo valer su fuerte influencia como secretario al servicio de Felipe II, consiguió erigir, como nueva población, el lugar de Villafranqueza. Lo hizo al amparo de la jurisdicción alfonsina (prevista en els furs) que le fue reconocida el 7 de marzo de 1598 y que se vio ampliada poco después, mediante una Real Cédula de 10 de septiembre de 1604 por la que se le concedió la jurisdicción suprema. Todo ello hizo posible que la nueva población fuera dotada de término particular y jurisdicción en materia civil y criminal.
Sin embargo, las alegrías para Franqueza duraron poco. Unos años después, en 1606, se produjo su caída en desgracia: se le imputaron 474 cargos y tras ser procesado fue inhabilitado para el ejercicio de cargo público. Como consecuencia de ello, Villafranqueza fue subastada y adjudicada al Estado en 1611, pero esto, queridos lectores, es harina de otro costal.