Examen de septiembre

Tendría que aparecer aquí mi danza anual de septiembre, el verso blanco del calendario para los que odiamos el verano. Les contaría mis largas tardes de lectura en una playa de El Campello, alguna canción de Pablo Auladell, la primera noche con las sábanas al hombro o las veladas frente a un muro con sombras que me han regalado este año. Pero este septiembre viene con pantalla táctil, chip de memoria y un puerto USB. Y por mucho que me empeñe, no va a ser igual que los demás, porque enfila cuesta abajo la cuesta de nuestra nueva vida. Septiembre, el mes de los reencuentros, del olor a libro recién encuadernado, de las lluvias que limpian el ambiente y de las vacaciones de los rezagados, va a ser este año el del estreno de nuestro futuro. Y, como ha escrito mi amigo Kiko Mora en su muro de Facebook, el futuro llega siempre demasiado pronto.

Nos va a pillar la readaptación, la habituación a la compañía del virus, como pollos que aletean antes de su primera salida del nido. Volveremos a clase con ganas e incertidumbre, volveremos al trabajo presencial con ganas e incertidumbre, volveremos a las calles con la extrañeza de los valencianos que celebran por primera vez sus Fallas en septiembre. Asistiremos a clases de matemáticas con mascarilla, cuadraremos los balances con mascarilla, visitarán los monumentos con mascarilla y hasta recordaremos el atentado de las Torres Gemelas o el golpe de Estado en Chile con mascarilla. Y poco a poco, conforme avance la vacunación, abandonaremos las prevenciones y los protocolos pensando que de esa forma volvemos a la normalidad y lo que habrá no será sino un claro en el bosque de millones de kilómetros cuadrados. Rocas, maleza, distancia y los mismos problemas de siempre. Pero no.

Llega septiembre con la apariencia de que ha acabado la guerra. Con sus fascículos, con su regreso de las columnas de Juan Carlos de Manuel, con su ojo puesto en las tormentas, con los contactos en redes sociales del último amor de verano. Con sus facturas del colegio, sus balances de pernoctaciones hoteleras, sus ofertas de vuelos, su horchata al atardecer y el graznido de una gaviota que te recuerda que siempre estás donde no deberías estar. Con su ilusión de principios de temporada, sus estrenos de cine pequeño y un rabo de nube pendiente de analizar. Y con su bandera blanca que aparenta que ha acabado la guerra. Porque este año, la temporada de la serie incorpora un nuevo protagonista al que nadie había llamado y del que no nos podemos desentender. Y, más que nunca, septiembre será el mes de los que nos vamos de vacaciones sin que nadie se dé cuenta y de todos los demás, porque encaramos un examen tan imposible de suspender como difícil de aprobar. Demasiada carga para un mes de hombros estrechos, demasiado ruido para un mes que nunca tuvo las calderas a pleno rendimiento. Demasiada responsabilidad para un mes en el que nunca hicimos más que dejarnos llevar y que ahora nos obliga a buscar un rumbo nuevo.

 Feliz septiembre.