Con el diluvio que asusta, la crisis social que nos persigue, las carencias que acompañan a nuestro entorno o los agujeros económicos que tenemos en los bolsillos y ahora resulta que como sociedad debemos preocuparnos, mucho no, muchísimo por el espionaje. Como si no formara parte de nuestro ADN. Todos somos cotillas y, por tanto, espías de nuestro entorno más próximo y hasta medianamente lejano. A veces también hay que desdramatizar los límites. Sí, ya sé que no está bien cuando se cruzan territorios y son impuros e insanos. Pero forma parte de nuestra condición humana. El saber no ocupa lugar. Es lo que nos enseñaron de niños. Y para algo tenemos Justicia que ponga a cada uno en su sitio.
Así que, ahora en lugar de preocuparnos de qué forma pagar facturas, llegar a final de mes o encontrar un trabajo digno nos debemos preocupar por si un día investigaron a unos y otros mientras nos marean o desvían la atención.
Hay que ser ingenuo y estar muy mal aconsejado para convertir asuntos de cierto nivel en cuestiones de un Estado descuidado que espía y se deja espiar como parte del juego político y la geopolítica.
Creía que en este mundo tan globalizado lo que estaba realmente de moda era espiarnos todos. Pero se ve que cuando toca ciertas fibras está muy mal visto. Pues en ese caso lo mejor es el silencio. Pasar página si no se tiene nada que esconder o uno no es tan ingenuo para ser pillado in frangati cuando asume o lleva de mochila responsabilidades de altura y un sequito de contraespionaje.
A mí me espía un vecino cada vez que piso mi terraza; a un famoso, un periodista de Hollywood que remueve hasta su basura, y a una actriz como Pamela Anderson los vídeos con los polvos que pegaba con su ex, Tommy Lee, el baterista de los Motley Crüe con el que pasó meses de pasión y desenfreno. Viendo como lo hacemos en un país de 45 millones de cotillas no sé de qué nos escandalizamos tanto mientras no esté verdaderamente en duda la absoluta seguridad del propio Estado. La algarabía no está en el espionaje sino en que nos digan lo que averiguaron, que es donde está lo mollar, como bien nos han demostrado esos programas de cotilleo que durante años han sido y continúan siendo líderes de audiencia en nuestra televisiones frívolas y hasta supuestamente serias, tanto estatales como autonómicas.
Esta sociedad a veces parece un capítulo más de la serie de Superagente 86. Lo importante no está en el quién sino en el qué. Y de no ser así no sé para qué todos los países tienen sus propias agencias de información si no es para espiar al vecino a través de sus espías oficiales. Además, cuestan una pasta a los respectivos estados, protegen supuestamente su identidad y hasta le dan caché internacional.
Sin embargo, aquí espía desde el director de Recursos Humanos de cualquier empresa que quiere contratar a un trabajador -sólo con mirar Face o Instagram ya tiene bastante información- hasta los ojeadores del fútbol que siguen a jóvenes promesas para cobrar una comisión. Espía hasta la competencia los precios del día en un mercado de frutas y verduras.
Continúo sin entender por qué desde el Gobierno y el Congreso nos quieren meter en ese círculo vicioso, ruidoso y mediático del espionaje cuando llevamos desde la adolescencia espiando a una vecinita o mirando con unos prismáticos qué hace nuestro vecino en su lancha frente a los apartamentos de la playa, con quién vuelve nuestra hija de madrugada o con quién sale.
Todo esto del ruido político se nos está yendo de las manos. Total, para justificar carencias democráticas, agujeros de funcionamiento y obligaciones de Estado. A ver si ahora nos hemos de poner firmes o estupendos cuando hemos pagado desde un golpe de Estado, hasta las correrías de un Rey que se espiaba a sí mismo o lo espiaban junto a sus amantes para tenerlo bien pillado y hasta le grababan vídeos caprichosos que acababan también siendo espiados y robados por el poder económico.
Esto del espionaje actual tiene pinta de película de serie B. Con la de satélites que nos espían, y un día nos caerán en la cabeza, y lo indignados que se ponen esos políticos para que a estas alturas nos solidaricemos con sus carencias estructurales. Porque igual lo que les pillaron de su teléfono fue la oferta del menú del día o la lista de la compra, como la que los periodistas se disputan del presidente autonómico de turno, pero nos convierten en cómplices o patriotas.
Y ahí que van y se ponen a dar ruedas de prensa en festivo con un año de retraso, anuncian comisiones, cambian leyes y manifiestan indignación. Mucha. Porque hay que tener pocas luces, sabiendo cómo funciona el mercado del espionaje -en Valencia hay una tienda que vende todo tipo de artilugios a buen precio- para enumerar secretos nacionales a través de llamadas de móviles que además pagamos todos. Más aún, si hemos abonado una auténtica pasta por ese denominado Pegasus que todo el mundo, al parecer, tiene en casa para poder inspeccionar a todo quisqui. Si lo hemos pagado a ese precio será para algo, digo yo.
El mundo se ha vuelto un poco loco, loco, como esa maravillosa película de Stanley Kramer en la que todos se espían y vigilan para poder quedarse con el botín de un ladrón que está escondido en un parque de la Baja California.
No entro a valorar si será o no delito. Para eso están los jueces. Seguramente lo será según las leyes de cada país, pero sí tengo claro que el que no quiere que le pillen será muy astuto y prudente o dormirá muy tranquilo cuando no tenga nada que esconder. Y si alguien es tan lelo para que lo pillen es que no sirve para estos menesteres o no le acompaña la Inteligencia correspondiente.
Existen amantes mucho más seguros y discretos que no los “pilla” ni un detective privado desde la habitación de arriba mientras ellos se lo pasan bomba entre sábanas limpias, fresas de temporada y cava.
Pero así es el país. Quieren convertirnos siempre en cómplices o patriotas y distraernos durante un rato de nuestra realidad objetiva para que puedan continuar en sus manejos. Y es que al parecer algunos han visto muy poco cine. Ni si quiera las primeras películas de James Bond por no irme mucho más atrás y hacer comprensible y sencilla esta ligera gacetilla de supuesta traición política muy al estilo de Banacek. Algunos se merecen una colección de buena novela negra para entenderlo. Pero hablamos del Congreso; el de los Diputados/as/es. Cosa fina. Igual es que están preparando un nuevo Ministerio de Móviles para revisar todos los smartphones oficiales que, por cierto, pagamos a escote, se usan mal y al parecer son un coladero.
Como resume un amigo: ·Son tremendos”