El verano nos ha deparado en la Comunidad Valenciana múltiples catástrofes y desastres vinculados con el endurecimiento del clima (otros, como las festividades en las que se maltratan animales y éstos a veces matan personas, están vinculados con la idiotez, que también es un fenómeno que parece ir in crescendo). Las olas de calor, los temporales, inundaciones, incendios, y demás consecuencias de ese cambio climático que era mera invención de algunos científicos listillos para dificultar nuestro derecho constitucional a ir a 100 kilómetros por hora por la Gran Vía, ya están aquí. Y todo apunta a que han venido para quedarse.
Los grandes incendios de agosto, en La Vall d'Ebo y en Bejís, mostraron las limitaciones de los recursos de extinción de incendios. No sólo porque los recursos sean escasos e insuficientes, sino fundamentalmente porque cuando los incendios vienen acompañados por el viento, el abandono y la sequía previa, poco se puede hacer para contenerlo. Pero, además, también pudo percibirse la descoordinación de las instituciones, evidenciada en la surrealista aparición en pleno incendio, el martes 16, de un tren de la línea València-Zaragoza que nadie, en ninguna instancia de ninguna clase (administración del Estado, administración autonómica, Renfe, etc.), consideró oportuno detener.
Dos semanas después del incidente, nos ha llegado la comparecencia de la consellera Gabriela Bravo que ha dicho, resumiendo el asunto y para que lo entendamos, que estaban sometidos a mucha presión, que el incendio evolucionó muy rápidamente y que lo del tren, pues bueno, se les olvidó. O algo parecido se puede colegir de las explicaciones de la consellera para tratar de justificar lo inexplicable, o más bien para eludir responsabilidades (como previamente habían hecho las demás instituciones implicadas en el asunto).
El caso es que nadie avisó ni impidió que ese tren se plantase en mitad del incendio y de repente sus pasajeros y la maquinista del tren se encontraron en un escenario terrorífico. Y ahí llega la segunda parte de la historia, que, tras el bochorno de las instituciones y su absoluta dejadez e incompetencia evidenciadas por la aparición ahí del Tren del Terror, nos dio más claves sobre cómo funcionan determinados interlocutores públicos, más concretamente la policía y los medios de comunicación.
Al principio, el incidente del tren encontró rápidamente un culpable: la maquinista del vehículo, que en apariencia habría sido presa del pánico, incapaz de reaccionar ante las llamas, y habría abierto las puertas del tren para abandonar a los pasajeros a su suerte. O al menos eso es lo que decía una pasajera, Virginia, que había sucedido en el tren, en sus múltiples declaraciones a los medios de comunicación, con los que se apresuró a colaborar al poco de ser definitivamente rescatados del fuego, con un balance de varios heridos entre los pasajeros, algunos de gravedad.
Virginia se convirtió rápidamente en la heroína del asunto: una policía nacional que, como ella misma dijo a los medios, estaba acostumbrada a lidiar con situaciones de estrés y peligro, y que tomó las riendas del asunto ante la incompetencia de la maquinista, sobre todo, según dijo, porque allí había ancianos y niños y la gente estaba muy asustada. De manera que, a juzgar por sus propias declaraciones, Virginia salió corriendo junto con otros pasajeros para huir de las llamas, dejando atrás el tren (incluidos, por lo que parece, los ancianos y los niños a los que supuestamente iba a salvar).
La maquinista no salió en los medios a explicar su versión, pero sí que lo hizo ante el juez, y por lo que puede deducirse de su declaración la caja negra del vehículo corrobora su versión, que deja en muy mal lugar a la policía nacional. Fueron algunos de los pasajeros que huyeron los que acabaron con quemaduras de diversa consideración y fueron rescatados por vecinos de la zona o por el propio tren, cuando la maquinista logró ponerlo en marcha (estaba bloqueado al accionar alguien, no se sabe quién, la palanca de emergencia) y volver por donde habían venido.
Cualquiera puede equivocarse o caer presa del pánico en una situación así. Lo que ya no parece tan defendible es que a continuación vaya a contar una historia a los medios que no se corresponde en absoluto, a la vista de lo que hemos sabido después, con la realidad. También me llamó mucho la atención, de todo ese asunto, el comportamiento de determinados medios de comunicación, que primero enaltecieron a la policía nacional, destacando dicha condición, y cuando la epopeya heroica que habían publicado comenzó a torcerse se apresuraron a eliminar todo rastro de su profesión del relato, transformando a la policía nacional en "simplemente Virginia", una pasajera más que se fue corriendo sin mirar atrás. Flaco favor hacen estos medios a la Policía Nacional, buscando heroicidades basadas solo en el testimonio de una persona, sin contrastar ni comprobar nada. Una persona a la que se confiere credibilidad, obviamente, porque es policía. Aunque ahora, en esos mismos medios, ya no lo sea.