La tercera ola del coronavirus, que está golpeando de manera significativa en la Comunitat Valenciana, nos deja una evidencia: es muy difícil lograr el equilibrio entre mantener la actividad económica con el virus y sus variantes desbocadas. Y mientras no se logre la inmunización de una parte importante de la población, esto va a ser una vaivén, una vaivén del que no escapa nadie. Ni los que lo hicieron bien en la primera ola, o los que superaron la segunda con cierta normalidad. La tercera ha acabado por sepultar todo pronóstico basado en las intenciones de las personas.
Durante todo este tiempo, nos hemos cansado de oír mensajes de todo tipo: de agradecimientos de las autoridades hacia la población por su buen comportamiento y ejemplaridad a las irresponsabilidad de unos pocos, que a veces han logrado convertir el virus en una onda expansiva. Pero si uno baja a la letra pequeña, de los partes que cada día nos manda la Conselleria de Sanidad, hay una cosa de la que no hay duda: los encuentros sociales han sido y son el principal foco de propagación del virus. Los hemos visto a ráfagas, de diferente intensidad, pero se ha demostrado con esta tercera ola, y pese a las advertencias.
Mientras tanto, el mensaje ha sido contradictorio. Porque si uno oye a la mayoría de los responsables de los sectores afectados por las restricciones, todos te dirán que su actividad es segura. Pasa con la hostelería, con la actividad deportiva, con la cultural o la recreativa. Sin excepción, hemos oído que los gimnasios son seguros, que lo son restaurantes y hoteles o presenciar un partido de fútbol con 1.500 espectadores en unas instalaciones grandes, abiertas y con mucha separación (como defienden los clubes de Segunda B).
El único espacio que también se ha demostrado bastante resguardable han sido los colegios. Y ahí coinciden muchos. De los tres tipos de brotes que cada día diferencia la Conselleria de Sanidad (más allá de los brotes en residencias de la Tercera Edad) en sus estadísticas -social, laboral y educativo- éste último es el que menos contagios y brotes ha registrado respecto a los otros.
Ante esta situación, y a sabiendas que los encuentros sociales son el principal origen, y el resto de espacios y sectores económicos se defienden o presuponen como seguros, entonces, ¿de quién es la culpa? No habíamos quedado que la mayoría de la ciudadanía se había comportado de manera ejemplar. Está claro, y los datos están, que no ha sido así. O no ha sido ejemplar, o es que volvemos al principio: las mutaciones del virus hacen imposible un equilibrio entre actividad económica y unas restricciones de baja intensidad. Y para romper esa dicotomía, hace falta acelerar la vacunación y alcanzar, lo más rápido posible, la inmunidad.
Con éste dilema sobre la mesa, que se va acentuar en los próximos conforme crecen las cifras, la cuestión es si se aplica o no el confinamiento domiciliario, con algunas variaciones respecto a lo experimentado en marzo. Mantener la actividad escolar, a teletrabajar todo aquel que pueda y el resto de la actividad presencial, reducida a la esencialidad; es decir, sanitaria, alimentación y servicios básicos. El resto, todos a casa. Mientras decidimos quién tiene la culpa, porque si oyes a los afectados, todos defenderán su actividad económica (excepto aquella que no tiene demanda, como el turismo), la decisión es si hay confinamiento domiciliario y si éste sirve para ganar tiempo para acelerar la vacunación.
De momento, no tenemos a nadie en concreto a quién echarle la culpa, más allá de eso tan etéreo que son las relaciones sociales, y de las que nadie se responsabiliza, y se mantiene la incógnita de la ecuación: cierto grado de actividad y virus, sin inmunidad, no acaban de converger. Algún botón habrá que apretar para acelerar: o más vacunación; o menos actividad (y movilidad). Pero todo no va a ser posible. Ni siquiera un confinamiento estricto. Y la otra duda, ¿por cuánto tiempo para que sea definitivo?
P.D. Lo que cuesta de entender que existan sectores económicos a los que se les restringe la actividad, no de ahora, sino desde hace meses, y no tengan todavía un plan específico de ayudas que esté en plena vigencia. Si el foco se pone en la hostelería, las ayudas deberían estar ya distribuidas. O los impuestos y tasas, exonerados. Impensable en la tercera ola.