Con los problemas que hay en el mundo y nosotros montando en cólera por una ola de calor. Problemas del primer mundo. Es muy cómodo opinar sobre lo que está pasando en Afganistán con una lata de refresco en la boca y mitigando el bochorno con un ventilador. No sabemos la suerte que tenemos de vivir en Occidente. El problema es que en ocasiones coexistimos como el si el hecho de que en nuestras fronteras no florecieran conflictos fuera sinónimo de paz mundial. El mundo sigue igual de feo o más que en el Siglo XX lo que pasa es que aparentemente las guerras que se libran no afectan al vecino ni a nosotros porque los aviones ya no bombardean París ni Guernica sino Kabul o Damasco.
En cambio, los conflictos que se fraguan continúan teniendo impacto indirecto, que no directo, en nuestras tierras. Ya dijo Ignacio Varela en su artículo Nadie gana una guerra en Afganistán, que “Sí, la democracia está en peligro. Hoy, un poco más que ayer y, me temo, menos que mañana”. Todo lo que suponga un impulso al fanatismo islámico representa un riesgo para Occidente. No sólo por las previsibles oleadas de refugiados sino porque significa el fortalecimiento en el mundo de una forma de ver no solo la vida sino también la política. Como dice mi amigo Pedro Baños, “ya hay barrios de algunas ciudades europeas en las que se producen violaciones contra los derechos humanos”. Urbes que hace décadas también disfrutaban de la tranquilidad democrática, pero al no defender esa calma la han perdido junto con toda esperanza. Si no amparas la libertad, te la terminan quitando. Nada ni nadie está a salvo del totalitarismo, de la violencia, de la barbarie.
El problema que tenemos es que vivimos en nuestra tranquilidad como si todo lo que pasa en esos países no nos pudiera pasar a nosotros. ¿Una dictadura en España? Que va, somos un país netamente liberal y aquí no permitimos eso. Que se lo pregunten a los venezolanos cómo ha terminado su carta de derechos. ¿Guetos islámicos en nuestras ciudades? En absoluto, aquí no permitimos eso. A ver que les dicen algunos franceses cuando no pueden ni entrar en determinados barrios por miedo a recibir represalias por llevar un crucifijo. Estamos muy mimados. Tan solo hace falta acordarse cómo mirábamos con obviedad al Covid-19 cuando asolaba Wuhan. ¿Con que una gripe que únicamente puede afectar a China? ¿Todo bien en el confinamiento provocado por ese virus que no iba a llegar a España? Es lo que pasa cuando te crees el ombligo del mundo, que la realidad puede más y te despierta con una oleada.
No podemos ignorar lo que están pasando los afganos. Debemos involucrarnos dentro de nuestras posibilidades no por mero romanticismo o sentimentalismo, sino porque la guerra del futuro se libra en sus fueros. Que los talibanes no avancen o que el islam no se expanda por el mundo determina que las mujeres occidentales no sucumban al miedo en un futuro, lejano, sí, pero que llegará. Putin lo sabe, por eso defendió antes que nadie al régimen de Bashar al-Ásad de las garras de los rebeldes que después se enrolaron en el Estado Islámico. Rusia está siendo, en palabras del cardenal Robert Sarah, el mayor defensor del catolicismo y, por consiguiente, de Occidente. No es casualidad que la primera potencia en meter la cabeza en Afganistán tras la victoria de los talibanes haya sido China con la reunión de su ministro de exteriores con emisarios del ejercito Talibán. Xi Jinping quiere destruir Occidente y consumar la hegemonía cultural del comunismo.
Cultura occidental que sucumbirá por el propio peso de sus constantes contradicciones. Ejercemos de adalides de los derechos civiles, del feminismo, de la democracia, pero miramos para otro lado ante una religión como el islam que fomenta la denigración de la mujer en sí misma. Y que no me venga el típico moderadito con que el catolicismo también porque tan solo hay que mirar que se celebra el 15 de agosto, la Asunción de la virgen. Somos tan machistas los católicos que dedicamos un día a la madre de Jesucristo o incluso un mes entero. Por no hablar del calado que tiene esta en la figura del Papa, una de las razones, por cierto, esa devoción mariana, por la que los protestantes se emanciparon de la Iglesia Católica generando el cisma religioso.
Debemos defender la libertad, a los desvalidos, conscientes de la superioridad moral occidental. Aquí no perseguimos institucionalmente a los homosexuales, amparamos gubernamentalmente la igualdad entre toda la ciudadanía, y coexistimos en regímenes liberales y laicos. Ya hemos sido humillados teniendo que salir escaldados de Afganistán, no podemos permitir que tengamos también la guerra. Paz, que paradójicamente, conquistaremos haciendo frente a todo enemigo de nuestros valores.