VALÈNCIA. En términos generales, resulta bastante fácil distinguir una vivienda que fue habitada en la segunda mitad del siglo pasado, frente a aquellas otras más propias de nuestra centuria, por el “culto” a las cosas que se profesaron en las primeras y por esa especie de repudio a las mismas que tiene el “homo ludens” en las actuales. Obviamente estoy generalizando. Más allá del orden, el abigarramiento o el gusto decorativo, aquellos eran espacios propios de un mundo analógico, los actuales lo son más de la “infoesfera”. Para Walter Benjamin la relación de posesión es la más intensa que se puede tener con las cosas y esa relación de afecto, de fetichismo, se percibe cuando uno conversa con quienes vienen de ese mundo del pasado cercano. Se trata de personas dotadas de una memoria vital que dudo que tengan quienes su vida se basa en la información, en las experiencias, puesto que lo digital carece de memoria al fragmentar en numerosas partes la vida. El fetichismo que se daba y se da todavía a los objetos, y que nos evoca vivencias y etapas de la vida, sin embargo, empieza lentamente a desaparecer.
Cuadros, objetos de vitrina, muebles, libros, discos y películas en los más diversos formatos, tocadiscos, fotografías en papel, colecciones de revistas, de sellos, de monedas, de cómics, juegos de mesa ocupan estanterías con menor o mayor orden tienen su historia y detrás de estos hay un cúmulo de vivencias, hay personas. Con sus indiscutibles cosas positivas ¿que hay detrás de las redes sociales si las convertimos en el eje de nuestras vidas?. Las viviendas de estos nuevos de anuncios de tiendas suecas de decoración, se mueven dentro una adormecedora uniformidad de maderas claras; los objetos se han evaporado incluso las paredes lucen níveas, ausentes de cuadros. Nos adentramos, y en parte ya vivimos, en el tiempo de las no-cosas, aunque esto no ha hecho más que empezar.
Byung-Chul Han es uno de los filósofos más leídos en la actualidad en todo el planeta. Surcoreano, aunque residente desde hace décadas en Alemania, acaba de publicar un libro titulado así: No-cosas (Ed. Taurus), que se añade a una extensa nómina de obras con el empeño de describir la problemática situación del hombre actual. Han es criticado por ser un filósofo accesible, porque se puede leer y porque en muchos casos sus libros están configurados en parte a partir de citas de otros filósofos como Barthes, Arendt, Benjamin o su admirado Martin Heidegger, en lugar de construir todo un sistema filosófico. No obstante, No-cosas es un libro importante que ya está dando mucho que hablar no tanto por revelarnos cosas que desconocíamos por completo, sino por, cómo lo dice y por “fijar” lo que nos parecían intuiciones que nos cuestan concretar. No es un libro que nos facilita unos mandamientos que seguir para salir del atolladero, no se trata de un libro de autoayuda, puesto que, es precisamente lo que no se dice, lo que nos toca hacer a nosotros si queremos cambiar el rumbo. Han a penas da herramientas quizás porque parecerían demasiado evidentes y porque, si lo pensamos, las tenemos a mano. En No-cosas nos limitamos a testear lo que nos está sucediendo e inevitablemente asentimos. En este sentido se trata de un filósofo y un libro de corte pesimista, aunque no fatalista. Han, aunque pueda parecer lo contrario, no ve llegar un meteorito inevitable como en la magistral, “Melancholia” de Lars Von Trier que acabará con todo, puesto que piensa que, en este asunto, todo está en nuestras manos, aunque lo cierto es que no confía demasiado en el rumbo elegido por el hombre.
No-cosas nos habla la desmaterialización del mundo actual. El tránsito de lo sólido a lo espectral. El término “desmaterialización” no es un concepto o metáfora que haya que explicar: es simplemente eso, la eliminación de lo material, lo físico de nuestras vidas. Mientras que todo sea información, esta es la que va a ir haciendo desaparecer las cosas puesto que la digitalización aboca a la desmaterialización del mundo. A más información, menos materia: un juego de suma cero. Un mundo digital no es un lugar para recuerdos y sí para datos. Acabamos de iniciar de iniciar una era dominada por la infomanía, lo cual tiene una cosa buena y otra que no lo es. Empezando por la segunda, se trata de el inicio de un camino lleno de incógnitas y no sabemos la forma que adopta su final, pero es que ni siquiera la que tienen los más próximos quilómetros. Es un camino que supone un cambio de paradigma, que la humanidad transita por primera vez en su historia. Lo bueno es que precisamente por estar en los albores, quizás tenga una parte de reversibilidad, de arrepentimiento. Todavía no hemos sacado una conclusión definitiva de lo que supone vivir un mundo desmaterializado puesto que quizás no hayan completado toda una vida quienes viven inmersos en él desde la infancia, no sabemos para nuestra mente, nuestras vidas, las relaciones personales lo que supone vivir en buena medida nutriéndonos de datos, información, imágenes digitales, amigos virtuales, en definitiva, el “metaverso”. Conozco personas que se han dado la vuelta y estoy seguro que hay otras en trance de ello.
Las cosas materiales, tan injustamente denostadas en su día nos damos cuenta que transmiten durabilidad y estabilidad pues se trata de cosas de nuestro mundo. No somos seres virtuales, somos seres físicos. A más virtualidad es inevitable que nos importen menos las cosas y, en consecuencia, la realidad empieza a perder firmeza y sostén.
Para Han, los productos de mero consumo ya no los poseemos. Para verdaderamente poseer, es preciso que depositemos historia en las cosas. El coleccionista para Benjamin es una figura utópica y se trata del único reducto de las cosas porque despoja a estas de su carácter de mercancía lo que convierte al coleccionista en lo contrario a un consumidor. Es un salvador de las cosas. Su verdadero interés está en su historia y en su fisonomía, sus rasgos, su belleza, no en su valor de consumo.
Han acaba su libro con lo que para él es la solución que rompería esta dinámica: lo que llama una nueva romantización del mundo (a algunos quizás les parezca algo ingenuo), a través de una re-materialización de nuestras vidas, la resurrección de “lo otro” y en definitiva el llamado giro romántico. La información nos ayuda a vivir mejor, salva vidas todos los días, está detrás de grandes avances científicos, pero no podemos renunciar a nuestra parte material y debemos saber rodearnos de nuevo de cosas con alma pues las pantallas son mucho más pobres que la realidad y podemos acabar habitando un mundo únicamente compuesto de objetos “consumibles” que no tienen permanencia en nuestras vidas y no podemos entablar una relación con ellos.
Han nos habla de la domesticación (como identificación) de las cosas que es imposible con la información digital. La falta de domesticación hace que todos los zorros sean iguales aludiendo al famoso capítulo del Principito. Sólo el tiempo del otro crea lazos fuertes y solo con las cosas reales podemos alcanzar esa relación afectiva, sin embargo, hoy no tenemos tiempo para el otro así que las cosas “queridas” por haber logrado su domesticación, con cada vez más raras.
Han habla también de la pérdida de los rituales que se basaban en un mundo material volviéndose la vida inestable e impredecible en el sentido más peyorativo pues no tenemos donde asirnos. La multitarea de lo virtual choca con fuerza con la administración del tiempo puesto que lo virtual nos domina y no nosotros a ello. El zorro quiere que el Principito lo visite a la misma hora. Los ritos son para el surcoreano arquitecturas de tiempo y logran que el tiempo sea habitable. La vida sin repeticiones (las estaciones del año, las fiestas…) carece de ritmo, pierde forma y se convierte en fugaz al no tener dimensiones temporales.
En cuanto al arte, este requiere de una observación atenta y retenida en un entorno estable. Debemos recuperar lo que llama Han la “atención sin intención”. En el mundo virtual de la información todo tiene una intención. Se atreve Han con el arte actual, el contemporáneo, con una reflexión que me parece muy inteligente: las características conceptuales de buena parte del arte actual tienen mucho que ver con la desmaterialización del mundo. De hecho, ese arte de la idea y en mucha menor medida de la belleza de lo objetual pretende, por ello, no tanto la seducción sino comunicar, ante todo una opinión (información), abrir los ojos del espectador, quiere instruir, dar un discurso moralizante o politizante. Para Han la representación del arte a través de lo digital nunca podrá igualar a lo real porque a la Inteligencia Artificial no se le pone la piel de gallina, carece de dimensión anímica porque le falta espíritu. Yo añadiría que el arte observado, “disfrutado” a través de las pantallas tampoco creo que nos ponga la piel de gallina a nosotros como cuando estamos en presencia del mismo.
Finalmente, aunque aquí se abre toda una reflexión imposible de abordar, quizás deberíamos pensar sobre el hecho de porqué es muy probable, si nadie lo remedia, que vayamos abocados a “habitar” metaverso o metaversos. Qué es lo que no hemos hecho bien para que, a pesar de las imbatibles cualidades del entorno físico, no estamos sabiendo construir un mundo del que necesitamos apearnos, a la búsqueda de otros posibles, aunque no sean reales.