VALÈNCIA. Ahora que se aproxima el cambio de hora y los días ya empiezan a ser más largos y todo eso, sé que recordaré 2022 como el primer año en el que la llegada del horario de invierno no me molestó. Los meses que van de noviembre a marzo me han brindado la oportunidad de aprender a disfrutar de la oscuridad. Uno de mis discos favoritos gira sobre ese tema y contiene una de las mejores descripciones hechas música de lo que puede llegar a ser la noche. Floating Into The Night está firmado por Julee Cruise, pero en realidad es un álbum hecho por tres personas. Angelo Badalamenti escribió la música, David Lynch hizo las letras y la voz de Cruise hizo que las canciones se convirtieran en mucho más que música. Desde hace ya unos meses, Cruise y Badalamenti habitan esa dimensión que es imposible saber si es de tinieblas o de oscuridad. En cambio, Floating Into The Night sigue aquí, eterno y susurrante, el disco ideal para dar la bienvenida al otoño que trae consigo al invierno y al periodo del año que ahora mismo está a punto de concluir. Es música que puedo escuchar en cualquier otro momento, pero es durante esos meses de atardeceres tempranos y espesas sombras que adquiere un sentido especial. Los lunes por la noche, cuando vuelvo de los estudios de À Punt tras hacer mi colaboración en Territori Sonor, me quedo unos minutos contemplando esa sagrada oscuridad que, en el entorno en el que vivo, cerca del mar, rodeado de pinos, adquiere un nuevo significado. La oscuridad también tiene su gracia.
De eso mismo acabó de convencerme el libro Oda a la oscuridad, escrito por Sigri Sandberg. Nadie mejor que una escandinava para hablar de asuntos relativos a las noches interminables. Es un libro breve y ameno, repleto de enseñanzas que reivindican las horas sin sol, la ausencia de luz artificial, los beneficios de dejarse envolver por la negrura y combatir la acluofobia, que es el miedo exagerado a estar a oscuras. En el sitio donde habito, en los meses de invierno el silencio es casi absoluto. Despertarse en medio de la noche y no poder volver a conciliar el sueño puede derivar en una experiencia angustiosa. Ese instante en el que todas las preocupaciones acuden a ti y se meten contigo en la cama, hasta el punto de que casi puedes sentir su tacto. Tras describir esa situación, Sandberg la resuelve con una reflexión muy sabia: “Cuando necesito dormir mi truco consiste en cinco palabras: Que le den a todo. Es de noche. Sea lo que sea no vas a solucionar nada hasta mañana y lo sabes, querida Sigri”. He de decir que funciona.
También funciona el recurso de transformar en magia las fuentes de esa angustia. Sandberg cuenta que en Noruega, la navidad está relacionada con los días más oscuros y los seres del inframundo, las fuerzas oscuras y los muertos vivientes. Algunas de las cosas de las que habla esta autora en su libro son casi las mismas que evoca el álbum de Julee Cruise. Flotando en la noche, que fantástico título. Cuando la luz diurna se apaga, El Saler recupera un misterio como el de los bosques de Twin Peaks. En algunas canciones del disco, la noche es el escenario idóneo para el nacimiento del amor, que se representa con una de esas llamaradas que a Lynch tanto le gustan. “Cuando me dijiste tu nombre secreto estallé en llamas y ardí”. Maravilloso. El corazón de Badalamenti dejó de latir en diciembre, el día del cumpleaños de mi hermana. Cruise falleció el día en que yo cumplí los 59. Son detalles que no tienen mayor importancia y, sin embargo, me resultan inquietantes. De un tiempo a esta parte, las muertes de los artistas que me fascinan me recuerdan cuál es mi lugar en el ciclo del tiempo. Disfrutar de la vida y entender en qué consiste son prácticamente la misma cosa.
En su libro, Sandberg te pregunta cuando fue la última vez que viste un cielo estrellado. Yo tengo el inmenso privilegio de vivir en un lugar en el que puedo salir a verlo cada noche. El silencio de la playa de El Saler en invierno y el cielo estrellado o el reflejo de la luna llena sobre la superficie del mar. La armonía de la noche va unida a la armonía del silencio. Hasta que algún miembro de la mochufa (qué maravilla de palabra que se inventó Santiago Lorenzo, qué útil y qué necesaria) sale a la terraza a escuchar canciones por el altavoz del móvil para ponerle a mi estado de ánimo una banda sonora que nunca pedí. Este tipo de cosas me desconcentran y cuando eso ocurre, me da por hacer balances inútiles. 2022 fue el primer año en que no me deprimió entrar en el horario de invierno. En 2022 cambié seis veces la protección antipolilla de los armarios, compré cuatro botellas de butano y durante los meses de agosto y julio fui a la playa un total de 87 días. En 2022 la revisión de la próstata volvió a salir bien. Hasta ahora no he tenido ningún problema con ella, pero a medida que envejezco temo más que un día, al ver los resultados de las pruebas, el médico diga: aquí veo algo que no me gusta. La próstata es el único órgano que someto a revisión anual, el resto de riesgos los tengo olvidados. Es como si sabiendo que la próstata la tengo sana, todo lo demás fuera a estar bien también. Me imagino lo que debe opinar mi colon al respecto, y si pudiera hablar, tal vez me explicaría algo del lugar que ocupo en el ciclo del tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que vi un cielo estrellado? ¿Cuándo fue la última vez que escuché a Julee Cruise y me imaginé que una lechuza me observaba desde la rama de un árbol? Sandberg dice que sabemos que los fantasmas no existen, pero también sabemos que lo que no existe “puede ser verdad en la mente de una persona que en la oscuridad y la soledad pierde el sentido de la realidad”. Faltan un par de semanas para que las noches vuelvan a ser más cortas y pierdan, momentáneamente, parte de su fuerza. Ha llegado el momento de cambiar de disco. Mientras corrijo este texto suena de fondo, en bucle, “The Night And The music”, de Tones On Tail.