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vals para hormigas  / OPINIÓN

El Haiku de Ruz y otros poemas 

2/10/2024 - 

Me toca seguir los plenos de Orihuela y Elche cuyos órdenes del día vienen marcados con un neón con el nombre de Miguel Hernández. Y no me desmayo con tanta poesía porque no soy Stendhal ni visito en ese momento la iglesia florentina de la Santa Croce. Por si no han seguido el asunto, les cuento que Joan Pàmies, investigador hernandiano y amigo de la familia del poeta, elabora una petición al Gobierno por la que solicita la nulidad de los sumarios que condenaron a muerte al Perito en lunas, que falleció de tuberculosis en la cárcel de Alicante a los 32 años. Los herederos, la nuera, los nietos y los sobrinos nietos del escritor oriolano, suscriben la petición, junto a un número importante de firmantes. La izquierda, el PSOE en el caso de Orihuela y Compromís en el de Elche, llevan a pleno una moción para adherirse al documento, ya validado por el Gobierno, a través de la secretaría de Estado de Memoria Democrática, que accede a un acto de reparación y reconocimiento de la figura de Hernández.

En ambos casos, los periodistas planeamos sobre los plenos municipales más como halcones, con la mirada fija en una pieza viva, que como buitres con el olfato apuntando a la carroña. O eso prefiero pensar yo. Dado que la solicitud ha sido aceptada por el gabinete del ministro Ángel Torres y dado que la ley de Memoria Democrática ya declara ilegales e ilegítimos los juicios constituidos a partir de 1936, lo que se dirime en ambos consistorios es si los respectivos alcaldes del PP, José Vegara y Pablo Ruz, caerán en la trampa tendida desde las bancadas de enfrente. La instancia de Pàmies, y las mociones de las oposiciones, aluden directamente a la República y el franquismo, dos términos que actúan como un crucifijo o una ristra de ajos cuando se acercan demasiado a Vox. El partido de Abascal, en ambos casos, es socio de gobierno y, si no de la Alcaldía, sí guarda las llaves de las estancias secretas municipales. Como Frau Blücher en El jovencito Frankenstein o Malaquías, el bibliotecario de El nombre de la rosa. Ambos PP deben medir la distancia que les separa, o no, de la ultraderecha.

Vegara, escudado en su concejal Vicente Pina, pisa el cepo de la socialista Carolina Gracia. Ni más ni menos que en la ciudad natal del autor de El rayo que no cesa, en la que le han dado las riendas de la Cultura a Gonzalo Montoya, de Vox, para quien los aplausos del público asistente a un comentario alejado de su ideología es el fin de la Democracia. Ni el alcalde ni Pina entienden en ese momento que Hernández es intocable. Que su figura no se puede separar de su compromiso político. Que, aun así, es de todos. Y que los titulares que genera se leen hasta en Bután. Para no incomodar a sus socios, puede que hasta por convicción, rechazan la moción. Ruz, en cambio, se arma de pértiga y un alambre para demostrar que hace equilibrios entre lo que es, lo que quiere aparentar y lo que le susurra a su socia, Aurora Rodil (de Vox), que quiere equiparar a Miguel Hernández y Federico García Lorca con José Antonio Primo de Rivera. Como escribe Jack Kerouac en la novela En el camino, el alcalde ilicitano no puede ofrecer más que su propia confusión. Y repite varias veces: “Yo soy del partido de Suárez”. 

Un verso demasiado largo, una idea demasiado corta, para ser un haiku. Al parecer, las cuentas de Elche no dependen de una moción como esta y el PP se abstiene, con lo que la ciudad en la que vivió Josefina Manresa, la viuda del poeta, se adhiere a la petición. O quizá el fin de semana Ruz recibió un telefonazo de Mazón, quien ayer sacó adelante una moción similar en las Cortes valencianas porque sí sabe leer los márgenes de los poemarios del oriolano. Es una petición, asegura el jefe del Consell, “que hacemos los que amamos el legado de Miguel Hernández, los que hemos cuidado el legado de Miguel Hernández”. Pura poesía simbolista, si se recuerda que este legado, depositado en Elche hasta entonces, acabó en Jaén cuando tanto la ciudad como la Generalitat estaban en manos del PP.

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