Todos sabemos que Superlópez llegó a La Tierra procedente del planeta Chitón, pero hubo una etapa previa al “origen”, fue cuando en los 70 la editorial Euredit (la de Autos Locos o Calimero) le encargó una parodia de Supermán a Jan. El resultado fue el personaje conocido, pero para chistes cortos con un humor muy ingenuo y diferenciado de las obras mayúsculas de El señor de los chupetes o Los Cabecicubos. Un Superlópez más naive, pero que le servía al autor para expresarse
Creo que la primera vez que leí la palabra “esquirol” en toda mi vida fue leyendo Superlópez. Era en la primera historia, la que contaba sus orígenes. En aquel tiempo, no había más de diez volúmenes del superhéroe español por antonomasia, torpe, bigotudo y en un contexto de comedia. Básicamente, una parodia de Superman, un formato para reírse de las disparatadas ideas que sostienen el género de superhéroes.
Esa historieta se abría con un ciego caminando por la acera. Un caco le esperaba en la oscuridad de una esquina y le robaba el bastón. En la pared, se veía un cartel arrancado que decía “vota” -esa imaginería electoral estaba omnipresente esos años-, de repente aparecía Superlópez, le soltaba un puñetazo al ladrón con la mala fortuna de que este iba a parar a una parada de autobús y arrasaba a todos los presentes, que en venganza le daban una paliza a Superlópez.
Posteriormente, se contaba su origen. Venía del planeta Chitón y su padre era un científico. El bebé le reventaba todos los experimentos. Estaba harto de él, hasta un día en que el niño se cuela en un cohete y acaba en La Tierra. El padre lloraba, pero por los terrícolas.
En nuestro planeta, era adoptado por una pareja que seguía con los mismos problemas que el padre chitoniano. Si el pequeño Superlópez explotaba un balón al chutar por sus superpoderes, le daban una paliza al padre. De adolescente, como se dedicaba a impartir justicia, llegaba tarde a los exámenes y le suspendían.
Por eso acababa en la construcción, haciendo él todo el trabajo a supervelocidad, y recibiendo una paliza del resto de obreros. Es ahí cuando le llamaban esquirol. En la obra y en la construcción del oleoducto París-Cádiz, que le ocurre exactamente los mismo. Jan insistió con ese chiste, le debió gustar. Desde entonces, yo, cada vez que he escuchado la palabra esquirol, de alguna manera he tenido una ligera evocación, por pequeña que fuera, a Superlópez. Es lo que tenía el mundo analógico.
Sin embargo, este no fue el origen de Superlópez. Pudo ser el oficial, pero el oficioso lo encontramos en otro tomo, El génesis de Superlópez, que apareció años más tarde de aquellos nueve primeros volúmenes inmortales en Bruguera, gloria de nuestra nación, clásicos a la altura de todo lo que uno quiera.
Este otro apareció ya en Ediciones B del Grupo Zeta en 1989 y comprendía lo dibujado entre 1973 y 1975. La verdad es que venía justo después de Viaje al Centro de la Tierra, Cachabolik blues rock y el Fantasma del Museo del Prado, y Tontecarlo. Esos primeros números con Ediciones B, si bien no estaban a la altura de El señor de los chupetes o Los cabecicubos, seguían siendo muy buenos. Quizá la cosa perdió fuelle con los petisos, aunque hay fanáticos de la saga hasta bien avanzado el siglo XX.
En El Génesis teníamos el Superlópez de los setenta, cuando a Jan la editorial Euredit (que también sacaba a Calimero, Cásper o Autos locos), le encargó una parodia de Superman, pero solo para chistes e historietas cortas. Si por algo destacó Superlópez después fue por sus historias largas perfectamente hiladas.
La presentación decía lo siguiente del dibujo: “Cierto es que el diseño del personaje adolece aún de cierta simplicidad, que la obligación de que todas las historias sean mudas limita el desarrollo argumental, que la rapidez del trabajo, impuesta por la editorial, y su condición de obra ocasional, impiden a Jan recrearse en lo accesorio y le obligan a un esquematismo gráfico”.
Jan le dio su propio apellido al personaje. De alguna manera, empezó a expresarse también a través de él. Todo el mundo quiere ser un superhéroe, ser querido y admirado, pero somos simples mortales con muchas limitaciones. Tanto es así que, en una de las primeras tiras de este Superlópez originario, él mismo tira su traje y su capa y se hace con ropa de futbolista. Un gag muy actual. O como cuando López va al psiquiatra diciendo que sueña con volar, como un superhéroe, el terapeuta le recomienda la naturaleza, y entonces él sueña con ser Tarzán.
Otros son propios del humor mudo, los efectos de golpes, porrazos y accidentes de todo tipo. Pero en muchas de estas viñetas trasciende cierta ternura, un personaje que quiere presentarse ante los demás como “súper”, pero es ingenuo y cuando trata de ser arrogante o presuntuoso sale trasquilado. Nada que no nos haya pasado, pero de niños.
Parece que desde 1974, ya en Bruguera, la editorial le adjudicó los guiones porque él se negó a seguir las directrices comerciales que le marcaban. Los dibujó, pero los dejó sin firmar. Estas historias de Superlópez y su mujer están en el archiconocido y lacerante recurso de Bruguera para el humor, el equívoco. Generalmente, su señora nunca entendía, cuando por fin llegaba a casa el héroe, que acababa de salvar al mundo y le reprendía por tonterías. Jan tuvo que “venderse” y tragar por una razón muy prosaica, tenía una familia que mantener. Tuvo que haber un cambio en la dirección para que se le permitiese desarrollar su creatividad a su gusto. Fue entonces cuando Jan volvió al primer Superlópez y le sacó de las historietas cortas para firmar las aludidas joyas de la corona.
Ya hace unos años que el autor decidió periclitar la saga. Se sintió abandonado por el público. Los más jóvenes ahora están entregados a los videojuegos y otros entretenimientos de sobra conocidos y ya no leen tebeos. Él mismo notaba que en las firmas de ejemplares era raro que alguien bajase de 25 años, cuando Superlópez fue pensado para un lector de entre 12 y 15 años, que en los 80 y 90, además, era abundante. Llegado este punto, Jan decidió que no quería trabajar para la nostalgia o el coleccionismo, lo cual sería prostituir el impulso que le llevó a crear estas viñetas, fascinar a un lector joven y transmitirle unos valores alejados de la violencia y los machotes propios de las páginas que parodiaba.