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la nave de los locos / OPINIÓN

El descrédito del matrimonio

El matrimonio tampoco se salva del desprestigio de otras instituciones. Casarse estará pronto mal visto en la maravillosa sociedad que emerge, con sus parejas líquidas y fugaces. Es lógico que así sea porque lo duradero carece de crédito. Para dar el “sí quiero” hay que ser de una pasta especial, o muy temerario

13/09/2021 - 

El primer casero que tuve en València era dueño de una tienda de vestidos de novia en la avenida del Oeste. El apartamento que me alquiló estaba al final de la calle Pintor Salvador Abril, muy cerca de Peris y Valero. Era un ático en un edificio antiguo, en el que hacía un calor de mil demonios. Al principio era habitual ver a cucarachas correteando por el pasillo. No fue una experiencia agradable, ciertamente. Al cumplir el primer año de contrato me marché a vivir al centro. Todavía hoy evito pasar por esa calle. Me trae malos recuerdos.

“Casarse comienza a ser una extravagancia. Si hablamos de un casamiento por la Iglesia, esa extravagancia linda con lo punki”.

Me he acordado de aquel casero porque he leído que la cifra de matrimonios cayó en picado durante el primer año de la pandemia. Sólo se registraron 90.400 matrimonios en 2020, un 45% menos que el ejercicio anterior. Nueve de cada diez enlaces fueron civiles. El coronavirus ha acentuado un desplome que se arrastra desde la crisis de 2008. 

Casarse comienza a ser una extravagancia. Si hablamos de un casamiento por la Iglesia, esa extravagancia linda con lo punki. Pocas cosas existen hoy más antisistema que dar el “sí quiero” ante un cura. Además, sigo pensando que no hay color entre casarse ante un concejal de Bienestar Animal, o hacerlo en presencia de monseñor Antonio Cañizares en la Iglesia del Patriarca. Lo primero raya en la chabacanería y lo segundo demuestra tener buen gusto.  

Tiendas de trajes de novios que resisten

Mi casero se habrá jubilado. Los que siguen en el negocio lo están pasando mal, como el resto del pequeño comercio, olvidado y maltratado por el Gobierno de los ricos. La semana pasada conté sólo dos tiendas de trajes de novios en la avenida del Oeste. Creo recordar que antes había muchas más. En la calle San Vicente han cerrado un par, y en las de Xàtiva y la Sangre resisten media docena. La mayoría son de mujer. La protagonista de una boda es ella y no el novio.

Un maniquí en el escaparate de una tienda de vestidos de novia, en el centro de València.

Me gusta detenerme delante de un escaparate a observar los vestidos de novia. Con el móvil fotografío a los maniquíes. Los hay muy bonitos. La gente me mira mal. Puede que todo sea fruto de una perversión no tratada a su debido tiempo. Un maniquí (y un muñeco o muñeca) ofrece la seguridad que no encuentras ya en los seres humanos. Si una novia, sobre todo una novia con una figura estilizada, puede comprarse un vestido blanco de novia, no sé por qué acaba eligiendo un traje de chaqueta, como si fuese a una entrevista de trabajo de Mapfre. Respeto su decisión pero no la comprendo. Le falla la elegancia en uno de los momentos más importantes de su vida. Me hubiera gustado conocer la opinión del infortunado Carlos García Calvo al respecto.

La decadencia del matrimonio se nota en estas cosas, en la pérdida de las formas, no sólo en la disminución de uniones o en el incremento de divorcios (el 70% de los contrayentes acaban separándose). El matrimonio, como la familia tradicional, es una institución anacrónica. Hasta la palabra que lo nombra ha desaparecido del vocabulario. Se habla de parejas y no de matrimonios. La gente, por lo demás, no desea compromisos; prefiere uniones líquidas y breves, relaciones abiertas, mucho poliamor, el “si te visto no me acuerdo” y esas cositas del mundo posmoderno de tinder.

Un obispo poseído por el diablo

El último momento top del matrimonio fue en 2005, año en que Zapatero, origen de tantos malos contemporáneos, sacó adelante la ley que permitía casarse a personas del mismo sexo. Desde entonces no ha levantado cabeza, ni lo hará. Nos costaría encontrar partidarios del matrimonio; tal vez el obispo emérito de Solsona, Xavier Vendrell, al parecer poseído por el diablo, fuese uno de ellos. Entre sus planes figura casarse con su amante, una novelista de temática erótica y satánica. Su libro El infierno en la lujuria de Gabriel ha sido muy alabado en el mundo editorial. 

Un hombre pasa por delante de una tienda de ropa de novia, en València.

Es inútil luchar contra el cambio de costumbres, contra un nuevo estado de cosas que viene auspiciado por los leviatanes económicos y tecnológicos. Nos quieren solos y tristes, divididos y enfrentados. La familia es un estorbo para su hegemonía global. Por eso quieren destruirla con la colaboración legislativa de sus lacayos, los gobiernos occidentales.

Aunque nos duela, habrá que asimilar los nuevos tiempos y disimular nuestra perplejidad en lo posible. Si después de leerme, algunos os emperráis en pasar por un juzgado o una vicaría, os deseo la mejor de las suertes. Os lo dice un solterón que a su evidente falta de madurez añade una notoria incoherencia vital por firmar esta clase de artículos. Predica lo que no practica, como los mandamases de Podemos.

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