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La nave de los locos / OPINIÓN

El declive de Dorian Gray

Foto: Jesús Hellín/EP

Hemos pillado asiento en primera fila para asistir a la decadencia del Gobierno del país. La entrada nos ha salido por un ojo de la cara, pero vale la pena ante el sublime espectáculo de ver cómo se consuma la derrota del presidente maniquí. Su cuenta atrás ha comenzado   

18/04/2022 - 

La vida imita al arte, escribió Oscar Wilde. No es al revés, como sostienen ciertos artistas de vuelo gallináceo. Don Quijote es más verdadero que muchos de nuestros conocidos. Dorian Gray, la criatura más famosa de Wilde, también. 

Parece que el genio irlandés, cuando escribió El retrato de Dorian Gray, pensaba, con más de un siglo de antelación, en el político español que intenta llevar las riendas de mi país. Para los no muy leídos conviene recordar que Dorian Gray suscribe un pacto con el diablo para mantenerse joven y hermoso. Su poder de seducción es irresistible. Es malvado, tanto como lo es Mefistófeles. Su tragedia —digámoslo así— es que cada crimen cometido, cada vicio añadido a su comportamiento, se refleja en el rostro de su retrato, haciéndolo más sombrío y espeluznante.

Dorian Gray es una máscara tras la que se oculta el mal en sus distintas formas, y una de ellas es la mentira. Vive del engaño para que sus crímenes queden ocultos y no sean castigados. 

Pero a todo Dorian Gray —también al nuestro, un chulazo del barrio madrileño de Tetuán— le llega su final. Puede que ese momento, en el caso que nos ocupa, no sea inmediato, tal como desearíamos la mitad del país, pero se aproxima de manera inexorable. La máscara de nuestro Dorian Gray, ajada por tantas mentiras y traiciones, va dejando ver su rostro real: el de un gobernante sin escrúpulos que ha llevado al país a la ruina —y no solo la ruina económica, sino también la moral e institucional— durante su mandato ominoso.  

La naturaleza imita al arte

Decíamos que Oscar Wilde defendía que la vida (o la naturaleza) imita al arte. El presidente maniquí recuerda también al escritor Gustav Aschenbach, protagonista de Muerte en Venecia, escrita por Thomas Mann. Al final de la película que rodó Visconti sobre el libro, Aschenbach, enamorado del adolescente Tadzio, espera la muerte por cólera en una playa de Venecia, sentado en una hamaca, protegiéndose del sol con un elegante sombrero. Hace calor; el espectador ve cómo una gota de tinte le resbala por la cara. Se ha maquillado con el fin de parecer joven y atraer a Tadzio. 

Foto: Alberto Ortega/EP

“España está viendo, por fin, la fealdad que se escondía tras un rostro que alguna vez encandiló a algunas mujeres y hombres”

Al presidente maniquí le sucede algo parecido: el calor en forma de cascotes de realidad le ha estropeado el maquillaje. Se le ha corrido el rímel. España, criatura adolescente como Tadzio, ingenua, infantil y fácil de embaucar, por fin está viendo la fealdad que se escondía tras un rostro que alguna vez encandiló a algunas mujeres y  hombres. Ahora vemos que era el rostro vacuo de un vendedor de crecepelo. 

Dada la catadura moral del personaje objeto de nuestro análisis, no cabe esperar que se rinda con facilidad. Se resistirá como otro gran seductor de mujeres, Rasputín, poseedor de atributos masculinos que las hacía caer rendidas. 

Los voceros del Régimen dan pena

Para alargar la agonía, Dorian Gray contará siempre con los voceros de su Régimen. Inspira ternura observar al gordito Ferreras sudando la camiseta (la madridista, por supuesto) para complacer a los jefes de la cadena sectaria. Mueven a la compasión el liberal Pedro José y su exótica mujer, modelo de pareja moderna y progresista donde las haya. Qué decir también de la pena que nos despiertan la familia Matías Prats y Fernando Ónega y su pizpireta Sonsoles, novelista de postín. ¡Ah! Me olvidaba del lindo don Diego que en las tardes españolas de mesa camilla, entre exclusiva de Rociito y exclusiva de Marta Riesco, nos alerta sobre los peligros de la extrema derecha. 

¡Cuántas familias estarán comiendo del fondo de reptiles en este tiempo de penurias!

Foto: Eduardo Parra/EP

Si el apoyo servil de la prensa adicta fuera insuficiente para impedir la alternativa conservadora al Gobierno de la extrema pobreza y del colapso económico, siempre quedará la opción de ordenarle al señor de la porra que escarbe, en las cloacas del Estado, que son muchas y variadas, para dar con fotos explosivas y estremecedoras de un viaje en yate por las Rías gallegas. 

Pero ni lo uno ni lo otro les servirá esta vez. Además, la momia de Franco no da más de sí. Podrán comprar más votos con el parné europeo, pero las cuentas seguirán sin salirles. El viento ya no les sopla de cara. Ahora navegan contra corriente; parte de la tripulación saltará del barco antes de que se estrelle contra el iceberg de la realidad, una realidad con tantas manchas y arrugas, tan prematuramente envejecida, que el monstruo de la propaganda oficial ya no puede maquillar ni silenciar ni ocultar. 

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