—Pero melón, que yo tengo Nikon. ¿Cómo vas a probar el 50 mm en tu Canon?
—Tú tienes Nikon y un objetivo de Nikon. ¿Le puedo meter mi tarjeta, no?
—Ah, sí. Eso sí. ¿Y eso de llevar la cámara ahí colgando, hecha polvo?
—¿Pero el hecho de tener la cámara vieja es de no fotógrafo?
—Au, anem a un parque. Que te tengo que hacer las fotos.
En este diálogo, el de la Nikon es Kike Taberner, fotógrafo ligado a esta casa, el de la Canon, Ricardo Cases (Orihuela, 1971). Los dos fotógrafos van a un parque infantil porque Ricardo acaba de publicar Parques infantiles (Dalpine, 2021), un libro que el fotógrafo califica de “terror infantil”. La publicación diseñada por Tipode Office e impresa en Estudios Durero parte de la desconcertante escena de los columpios precintados durante gran parte del período de las grandes restricciones derivadas del covid. Ricardo cuenta lo que ya explicó durante la presentación de su libro en Recreo Art Book Fair, que el chispazo surgió a base de la compra y acumulación de libros infantiles para su hija.
“Siempre me han parecido fascinantes por su contenido y su forma. En Novedades Casino descubrí la obra de Tana Hoban, una fotógrafa norteamericana que ha publicado más de cien libros infantiles de fotografía. A esto se sumó la cuarentena y la imposibilidad de salir a trabajar, pero seguí produciendo cosas, haciendo fotos para mi hija y mi sobrina, para consumo interno. Se convirtió en un pequeño libro casero”. Una vez pasada la cuarentena, los problemas fueron otros. “Los niños no tenían donde jugar. A base de ir a ver si habían quitado el precinto una y otra vez me di cuenta de que mi hija no podía jugar pero yo sí. Encontré un lugar de fantasía fotográfica donde desarrollarme. Sí que es verdad que me habían llamado la atención estos animalitos (los columpios) para jugar, pero nunca había encontrado el interés para hacer un trabajo”.
El destierro de los niños de sus lugares de juego dio a Ricardo la oportunidad de jugar con su cámara y la diversión fotográfica de “un playground visual de formas, colores y composiciones donde el adulto podía jugar, y a la vez dejar testimonio de aquel periodo en que todo perdió su significado habitual y la realidad se nos volvió, también a nosotros, ajena, abstracta e incomprensible”, como indica el texto del proyecto.
Corremos a otro tema, el de sus orígenes, y la entrevista se llena de información ajena: Un camión de obra, obreros arrojando escombros, una grúa cargando un contenedor, un músico ambulante con el organillo eléctrico, maletas de ruedas con turistas despistados, la caterva de un bar de almuerzos, muchas distracciones para alguien que se lanza a los estímulos visuales. “Perdona es que me estoy distrayendo. Es que mira el tipo del vaso de agua y la cazalla. Eso, que empecé a ser fotógrafo porque no podías ser profesor de gimnasia. Hay un puente entre estos dos asuntos, que es la carrera de periodismo llegué a un laboratorio de foto que estaba en la Escuela de Periodismo del País Vasco porque no pude lanzar un balón medicinal muy lejos, tanto como pedían las pruebas de acceso al INEF de Cheste. La opción dos era periodismo y no porque tuviera vocación de periodista sino porque no sabía qué poner y tenía un amigo de Callosa del Segura que estaba ahí pasándoselo muy bien”.
Se nubla el cielo y en la calle se produce un pequeño embotellamiento, con sus correspondientes conductores enojados. “El atletismo me centraba, soy una persona dispersa, desordenada. Podía pasarme horas, mañana y tarde, corriendo alrededor del palmeral de mi pueblo”. La cámara sustituyó las zapatillas. “El hecho de mantenerte centrado en una actividad que no te permite hacer otra cosa pero que te permite pensar, disfrutar, emocionarte. Es otro juguete. Más que un agujero por donde miras, es que puedes recortar ciertos fragmentos de la realidad que te parecen interesantes y personalizarlo de una manera que a ti te guste. Ahora entiendo que el atletismo tiene limitaciones de desarrollo personal, pero en la fotografía nunca acabas de aprender. Cuando estás muy en forma y corres hay unas sensaciones que pueden ser equiparables a cuando tienes el ojo en forma y estás trabajando”.
Antes de Parques infantiles, Panorama, Sol, El blanco, Podría haberse evitado, El Porqué de las naranjas, Paloma al aire o La caza del lobo congelado, Ricardo fue fotoperiodista. “El recuerdo que tengo es que ninguna vida es equiparable al fotógrafo de prensa en una gran ciudad como Madrid. Con tres a cuatro encargos al día, con una moto recorriendo la ciudad. Hay pocas vidas tan intensas por los contrastes, por lo improvisado. Pero un día me jefe me dijo que me había caído de la lista y me dejó de llamar. Echar un fotógrafo colaborador es tan fácil como no llamarlo más”.
“Como fotoperiodista me encasillaron en la foto en un tipo de retratos, que era la foto parida, retratos con cierta gracia. Pero uno no tiene claras las cosas, va descubriendo lo que le va interesando. En cuanto abría la puerta de mi casa veía un mundo rico en posibilidades y el periodismo llega un momento que ya no daba para más. Como desquite monté Supernormal, un fanzine en el que cogí al mejor periodista del mundo, Darío Prieto, y le propuse que entrevistara al portero de mi escalera. Fue un fracaso, pero me di cuenta de la autonomía que podía tener no solo haciendo fotos, sino también planteando y publicando contenidos. Libertad de tema, diseño, texto. Igual llegaba a menos personas pero podía comunicar a mi manera”.
El colectivo Blank Paper tiene mucha influencia en los temas cercanos, domésticos y golpeados por el sol que surcan la obra de Cases. “Ahí se predicaba esta idea tan interesante y bonita de hablar de lo cercano, de lo que te rodea. No tienes que irte a la India para dar con un tema exótico. Es muy práctico porque no hay que gastar más que un billete de metro”.
El uso del flash es una de las características de la producción de Ricardo Cases. “En mi caso tienes una imagen soñada, y te pasas la vida intentando llegar a ella. El flash es una técnica adecuada para conseguirla. La imagen que se conforma con la educación que has recibido, todo lo que te influye, la luz del lugar. Haber nacido en un lugar donde hay una saturación de colores y se percibe el color de otra manera”. Su flash destella en las palomas coloridas de la colombicultura, en Benidorm o sobre la raigambre del histórico ficus del Parterre. Señala elementos cotidianos y sobre ellos crea una narrativa que roza lo irónico, pero de la manera que se analiza el explotado litoral valenciano, entre lo entrañable y el portal doméstico del kitsch.
Entre los referentes de Cases está Pérez Siquier, conocido por haber sido uno de los grandes renovadores de la fotografía española. “Es referente en todo, en su fotografía formalmente, en que fue pionero en montar un colectivo de fotógrafos en Almería (Afal), y es referente en cuanto a su empecinamiento en no moverse de la esquina de un país. No está lo suficientemente valorado”. Ricardo considera que sigue en primer curso de Pérez Siquier, pero para estar en primaria, su currículum tiene cuatro hojas con la letra a diez puntos. Exposiciones colectivas e individuales, encargos, premios y una energía difícil de seguir. “Es uno de los momentos más dulces de mi carrera porque estoy ilusionado. Estoy actuando como un niño. Necesito parar, voy un poco sin freno. Me apetece tener cierto reposo, producir y exponer foto”.
En la calle siguen pasando cosas. Hay mucha verdad —Ricardo suele hablar de las personas o situaciones que regalan verdad—. Cases se levanta de la silla, da un salto y fotografía algo en lo que nadie repararía. Vuelve a sentarse, masculla un pie de foto como metralla. Asegura que sí, que en enero va a parar.
El del organillo sí que para.
El Premio Nacional de Fotografía 2024 se encuentra con la obra de Gabriel Cualladó, primer receptor del galardón, en el IVAM