Apenas han pasado cuatro meses de la DANA que asoló parte de la Vega Baja y algunos puntos de la Valla d'Albaida, cuando el temporal nos ha vuelto a dar otro aviso. Esta vez ha sido la fachada litoral la más afectada por la virulencia del episodio meteorólogico: múltiples daños en playas, paseos marítimos, terrazas, algún edificio, carreteras, cauces del río y ... diez víctimas mortales. ¿No merece todo esto una reflexión? La merece, y también algún sacrificio.
Hace cuatro meses, quizás menos, tras la DANA hubo varias jornadas de reflexión sobre el diagnóstico de lo ocurrido y qué medidas tomar para evitar tantos daños. Entonces, estuvo -y sigue estando- en el ojo del huracán político la gestión de la Confederación Hidrográfica del Segura en esa DANA. Más allá de las responsabilidades políticas, el episodio ocurrido en la Vega Baja sacó a relucir varias conclusiones, que años atrás no se dieron, pese a la magnitud de lo ocurrido: primero, no hubo inversión ni en la limpieza del cauce, ni en el mantenimiento de las infraestructuras, y segundo, el río Segura necesita como una especie de corredores verdes que ejerzan de aliviadero cuando se acumulan tales cantidades de lluvias no sólo en la Vega Baja, sino en cualquier parte del río. También conocimos que algunas infraestructuras (no hidráulicas) se construyeron para salvaguardar algunos intereses particulares y sin atender a los informes de la propia CHS. En definitiva: siempre serán necesarias inversiones para evitar daños repetitivos y mayores; y de ahora en adelante, hay que contemplar la necesidad de hacer sacrificios, en forma de cesión de tierras, crear zonas de evacuación y cambiar el concepto de río y de los futuros episodios, como algo que se puede repetir con asiduidad.
Si trasladamos lo ocurrido hace meses a la borrasca Gloria podemos decir que llegamos conclusiones parecidas, excepto una: esta vez no existe una administración supramunicipal, al estilo de la CHS, a la que podamos examinar por su gestión del litoral. En todo caso, tenemos a la Dirección General de Costas, a la que siempre debemos exigir más inversiones y más agilidad a la hora de su toma de decisiones respecto a la política del litoral: mantenerlo despejado, en la medidas de las posibilidades, para disfrute de los ciudadanos, y reordenarlo en función de la disponibilidad económica de las arcas públicas.
Pero para evitar daños mayores, como los que se vienen produciendo repetidamente cada dos o tres años, también habrá que hacer sacrificios. El Patricova puso unas normas, que quizás hay que revisar, como ha anunciado la Generalitat; el Pativel despejó las zonas vírgenes y las salvaguardó, y posiblemente en un futuro pueda poner en duda las actividades que se pueden permitir en esos suelos, pero después de lo visto esta semana, habrá que hacer sacrificios en las zonas del litoral. Lo que no puede ser es que cada temporal finalice con una exigencia de reposición de daños sin más. El litoral necesita una reflexión, y sacrificios porque hay obras que ha perpetuado el hombre a lo largo de los años sin evaluar las consecuencias que genera. No se trata de arrasar con todo, ni prohibirlo todo. Se trata de hacer un diagnóstico de qué actividades permite soportar los efectos que cada día, de forma más evidente, provoca el cambio climático. Y claro está, lo que no nos podemos permitir, habrá que buscarle una solución. Y para eso es necesario políticas y políticos valientes, de todos los ámbitos, para poner remedio a los repetitivos daños que generan determinados temporales (y justamente este no ha sido de Levante, como la mayoría de los que azotan a esta zona del Mediterráneo).
Esto no se puede solventar con el típico "todo debe estar listo para la Semana Santa". Quizás la solución sea más ambiciosa y, por lo tanto, requiera de más sacrificios: la reflexión qué hay que hacer es como en la crisis económica, pero en términos medioambientales. ¿Y si hay paseos, puertos (deportivos), desembocaduras que no nos podemos permitir tal y como están diseñadas en la actualidad? Pues eso. Habrá que pensarlo para que esto no sea como el gasto de las elecciones que se han tenido que repetir: ineficaz. La esperanza es que viene una generación más sensibilizada con ello, y con menos sentido de la propiedad como la precedente. Y preguntar no es ofender. Es buscar lo mejor para todos, incluso para la economía que se genera alrededor de ella.