Estoy tomando café en una terraza del centro de la ciudad. La lluvia da una tregua y se vislumbra el sol por el oeste. Charlo con un amigo relajadamente. Conversación entrecortada por el ruego de unos indigentes que cada cinco minutos nos piden algo de dinero. Un hombre fia todo a la caridad alegando que es español y que está en la calle. Al rato aparece una mujer ofreciéndonos unos clínex a cambio de la voluntad. Después otro chico vendiendo mecheros. Podría seguir. Para que después algunos representantes públicos insinúen que ellos no disipan esa pobreza de la que tanto se habla. Debe de ser que no están interesados en ella.
Son invisibles, están olvidados, incomprendidos y marginados. Primero por las instituciones, que no hacen más que utilizar u obviar su existencia para sus fines electorales. Mientras a la izquierda parece interesarle la proliferación de la precariedad para aumentar los nichos de dependencia, la derecha, por el contrario, vive en una realidad paralela en la que los pobres son un prisma medieval impropia de esta era. Si Enrique Ossorio, Consejero de Educación de la Comunidad de Madrid dijo la semana pasada que él no veía mendicidad en las calles, Ignacio González, ex Presidente de la Comunidad de Madrid, aseguró en respuesta a la alerta de hambruna infantil, que él veía a los niños muy gordos. Es lo que tiene no bajarse del coche oficial y no salir del casoplón. Cortijo en el que se cobija la izquierda caviar mientras se alimenta de las desdichas ajenas creando bolsas de precariedad mediante las ayudas públicas para mitigar las crisis que ellos provocan. Te rompen las piernas, te dan las muletas, y pretenden ser aclamados. El interés del socialismo en la miseria no es más que el anhelo de alimentar a una socialdemocracia obsoleta. Ideología que cayó en barrena a raíz del florecimiento de las clases medias y la desaparición de los estamentos sociales anteriores. Saben que la única forma de que calen sus ideas es mediante la destrucción de esas rentas asalariadas o de la nueva burguesía nacida del estado de bienestar de los 70.
Entre el pasotismo de unos, polémica ha sido la ordenanza anti-indigencia aprobada por el Ayuntamiento de Alicante sin tener en cuenta la realidad de que todo pasa por un trabajo de reinserción más que retributivo, y el interés de otros en la cronificación de esa miseria para legitimar sus actuaciones, al final los años pasan y los índices de pobreza aumentan. No hay rincón de la ciudad sin presencia de algún mendigo. Se me puso la piel de gallina cuando volviendo a casa el otro día pasé por una gran avenida y me topé con todos los bancos que la flanqueaban ocupados por la silueta de unas almas moribundas. ¿Qué hacemos ante eso? ¿Alguien se preocupa por esos humanos? Lo digo porque ahora parece que solo nos importa lo que proceda de Ucrania. Está muy bien que demos cobijo, comida, trabajo y dinero a los refugiados de la guerra, pero no estaría de más que esas instituciones que están dando el do de pecho por aquellos también lo hagan por los que tenemos más cerca. ¿Nadie se compadece de unos transportistas que no pueden un llevar un salario digno a sus casas ante el alto precio de los carburantes? Los días pasan y el Gobierno sigue sin sentarse a hablar con ellos.
No hace falta que venga una pandemia, erupcione un volcán o estalle una guerra para ser solidarios. "Hacer extraordinariamente bien lo ordinario", dijo el Padre Kentenich. La bondad y la nobleza se muestran en las cosas más sencillas. Existe el peligro de que la clemencia circunstancial que se manifiesta en estos casos sea una imposición del sentimentalismo existencial. Conozco gente que se ha ido a la frontera con Polonia a llevar alimentos y recoger refugiados que en su día a día parece olvidarse de esa caridad con los demás. Situación que no hace más que percibir esa clemencia como un ansia de aparentar, purgar sus pecados y calmar su conciencia. ¿Cómo te vas a Sebastopol a recoger a Vladimir si en Alicante no eres capaz ni de darle los buenos días a Pedro el mendigo que pide en la puerta del supermercado? Se pueden hacer grandes cosas desde tu ciudad sin necesidad de recorrer miles de kilómetros. A veces, esos viajes filantrópicos están cargados de un emotivismo que rebosa una superioridad moral y compasión desmedida, e incluso insultante, hacía el que no tiene la suerte que has tenido tú.
¿Quieres ser solidario? Saluda a los indigentes que te encuentres, cuida a los tuyos, actúa con ternura y fraternidad con todos. No hace falta irse a Ucrania para hacer de este mundo un lugar mejor. A tu alrededor también hay personas que necesitan refugiarse y que luchan en la guerra de la vida por sobrevivir.