No me busquen mañana, que estaré pensando. A medianoche acaba esta campaña electoral que hemos padecido como un castigo. Por no haber aprobado (los presupuestos) nos han hecho repetir el curso completo. Nos han robado el mes de abril. Nos han birlado la semana santa. Y además, los dioses se han confabulado echándonos encima un diluvio primaveral sin precedentes para que lleguemos a las urnas bien llorados.
Necesitamos más que nunca una jornada de reflexión para no repetir errores que nos vuelvan a dejar sin vacaciones de verano o de navidad. Aunque meditar en medio de un alboroto propagandístico donde hay que sortear las mentiras de los partidos como en un eslalon es un esfuerzo tan sobrehumano que los ganadores deberían recompensarnos con otra jornada de relajación. No me extraña que haya un 40% de indecisos, según el último CIS electoral. Votar se está convirtiendo en un ejercicio matemático, en una compleja ecuación en la que para conseguir el resultado deseado hay que despejar demasiadas incógnitas de cálculo de probabilidades. La atomización de la política necesita la concurrencia de varias partículas para conformar una molécula de agua. Pero ni el agua es ya lo que era. En los lineales de este supermercado electoral tenemos que elegir entre aguas menores o mayores, agua oxigenada, agua tónica, agua fuerte, pesada, bendita, de colonia o de borrajas. Para conseguir el agua de los próximos cuatro años hay que añadir más de un elemento a la primigenia combinación de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Un mar de dificultades que ahoga a los indecisos. Existen programas de autoayuda que circulan por internet para situarnos en la órbita de un partido determinado. Te hacen una serie de preguntas sobre lo divino y lo humano y en función de las respuestas, una bolita se desplaza entre las diversas opciones políticas cuyos postulados se ajustan mejor a tus preferencias. Yo lo he hecho buscando un comodín que despeje mis dudas mientras no existan las listas electorales abiertas que permitan combinaciones múltiples. Y la puñetera bolita se ha quedado en medio de tres opciones abocándome de nuevo al rincón de pensar. No hay partidos hechos a medida para cada uno de los electores. No existen listas que se ajusten como un guante a nuestras necesidades, a la manera en la que concebimos el mundo, España, la comunidad autónoma donde vivimos o el ayuntamiento que nos ata en corto. Nuestras parejas tampoco son exactamente tal y como nos gustaría que fueran. Ni nuestros hijos ni los amigos ni siquiera en el arroz encontramos ese punto de cocción que propicie el consenso entre los comensales. En momentos de incertidumbre como éste envidio la fe ciega de los militantes acérrimos que se atan los machos, se tapan la nariz y salen a votar sin dudas en el nombre del padre o del patrón. Pero el silencio no es una opción aceptable cuando la batalla electoral se libra en una baldosa a fuerza de pisotones. Así que no me busquen mañana porque estaré haciendo cálculos y mirando hacia donde se inclina la bolita de marras en cada una de las elecciones a las que he sido convocada. Hagan juego, señores.