Cuando yo iba al colegio la educación obligatoria era hasta los 14 años y a esa edad te ibas al instituto, a Formación Profesional o a trabajar. La universidad era el máximo sueño y el que era más o menos buen estudiante y podía pagarlo o conseguir beca, sabía cuál era el camino al éxito, ese, y el que no, se iba a FP o ya directamente a trabajar.
Aunque en mi caso somos 4 hermanos, según la descripción y denominaciones de las diferentes generaciones, no somos “boomers”, (nacidos durante el Baby Boom, entre 1949 y 1968) y en cambio, sí nos encuadran a los cuatro en la Generación X. Somos ese grupo de población que un anuncio de coches de la época reivindicó como JASP: Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados.
Así nos definieron a bulto y en muchos casos daban en el clavo, somos hijos de la generación de nacidos en la posguerra y nuestras madres y padres nos intentaron dar todo aquello que ellos no tuvieron, los estudios universitarios eran esa gran aspiración intelectual/ laboral de todas las familias.
Había que ir a la universidad, era un objetivo primordial porque era lo que nuestros padres pensaban que nos garantizaría un trabajo “digno”; lo que podría significar trabajo de cuello blanco y bien remunerado.
Efectivamente muchos logramos colmar las aspiraciones universitarias de nuestras familias, otros no y a pesar de ello, ni todos los que fuimos a la universidad conseguimos el trabajo y el estatus añadido que nuestros padres pensaban que tendríamos ni los que no fueron han sido unos “fracasados”.
La historia ha cambiado y ahora mismo las universidades en muchos grados son “fábricas de parados”. Perdonen la generalización, hay grados que no lo son, pero muchos otros sí e incluso el trabajo que generan los estudios universitarios con mejor tasa de empleabilidad son en precario. Basta mirar de cerca cómo está el asunto del periodismo o cómo la propia universidad a través de la figura del profesor asociado tiene sus propias miserias.
Según los datos de 2021 del Observatorio de la Ocupación del Servicio Público de Empleo, (SEPE), la tasa de empleabilidad de la FP se sitúa en el 42,2 % mientras que la de los universitarios es del 38,5%.
Esa generación X, los JASP, somos los padres de los que ahora están decidiendo su futuro y sus estudios y todavía no hemos entendido el cambio que se ha producido. Tenemos muchos prejuicios de aquellos años al respecto de la FP y esta formación ha vivido una trasformación que la sitúa ahora mismo como una opción muchas veces más interesante y desde luego, con mejor proyección de futuro que la universidad.
Estos días se ha celebrado en la esplanada del Centro de Congresos de Elche la Feria de la Formación profesional. Es una gran oportunidad para comprobar lo que ha pasado. La variedad de estudios, la especialización y las posibilidades de que cada alumno o alumna pueda aprender una profesión y avanzar y encontrar empleo es asombrosa.
Si no me creen les invito a explorar en las webs de los institutos o en sus redes sociales si lo prefieren y reflexionar sobre si no les hubiera gustado tener esas alternativas para estudiar y sobre todo con posibilidad de trabajar.
Y mientras, escucho cómo la hostelería busca profesionales cualificados, el sector calzado, las empresas de fontanería, las telecomunicaciones o el sector de la construcción. Se necesitan carpinteros formados, técnicos en comercio, en sonido, en marketing, en turismo , en telefonía móvil, en cocina en restauración… y todo eso se estudia y con una formación teórico- práctica de altísimo nivel en nuestros centros de FP.
La mala imagen de algunos sectores y la obsesión de los padres y madres con la universidad y el desconocimiento de algunas generaciones de esta formación nos crean desajustes que no tienen ningún sentido.